Durante la baja Edad Media, en las cortes francesas principalmente, los duques y reyes tenían el saludable hábito de entretenerse a fuerza de espectáculos teatrales que incluían bailes, música y grandes escenografías. Con el paso del tiempo y con la sofisticación de estas fiestas, el desorden inicial de la danza histriónica y explosiva fue dejando lugar a una suerte de coreógrafos y entretenedores que tomaron la posta del asunto y pusieron las manos sobre el laúd. El armado de movimientos y melodías ritmadas y estructuradas tuvo como consecuencia el desplazamiento de un sinfín de artistas que quedaron fuera del canon estético que se promovía desde los castillos. Fueron los juglares, artistas callejeros que vagaban errantes de aldea en aldea, asombrando y divirtiendo a un público mayoritariamente analfabeto. A menudo expuestos a pestes, guerras y carestías, estos extraños de pelo largo deambulaban difundiendo técnicas musicales y poéticas, noticias, acontecimientos sociales y vivencias personales. Como si fueran un resto histórico, estos parias de artista, usualmente vinculados a farsas y engaños, eran charlatanes, acróbatas y saltimbanquis.
Un halo picaresco de juglar contemporáneo es el que baña hoy al artista performático. Perfilándose como antihéroe, ajeno a la representación del ideal caballeresco, el performer vive al margen de los códigos establecidos. Cabe preguntarse, en vísperas de la segunda edición de la Bienal de la Performance de Buenos Aires, y resbalando en los antecedentes medievales, cuál es la definición más certera para referirse a esta peculiar práctica.
A diferencia de otras tan consolidadas y reconocidas en la historia de las bellas artes, ésta se nos presenta siempre esquiva. En realidad la pregunta es engañosa porque, justamente, la característica más interesante de la performance y del performer es la de la fuga. Una que consiste en escurrirse por los bordes de las etiquetas normativas en una suerte de irónica y burlona repetición del síntoma. El de la locura, o más bien, de aquello que excede a lo esperable, a lo predecible y a lo calculable desde la razón. La performance es a las artes lo que el esquizofrénico a la cordura. Contrario a lo que siglos de prejuicios freudianos volvieron canon, la locura esquizoide del performer contagia salud desde la repetición de la diferencia.
Maricel Alvarez, que es actriz, directora, coreógrafa y docente, está encargada de la programación internacional de la Bienal, en clara línea deleuziana señala que: “El lugar de la performance es el de la construcción de la diferencia para no quedar instalada en un espacio de confort.” De esta manera, hace hincapié en el espíritu de resistencia que caracteriza a la práctica, “resistencia a convertirse en material expuesto, museado, fetichizado, desactivado”. Este espíritu inquieto es el que caracteriza a la programación (no programática) de la Bienal que busca crear “un espacio dinámico y excéntrico de reflexión.”
Dos son los programas, uno artístico y el otro académico. Ambos están empeñados en atraer a un nuevo público disponible y abierto a los esquivos formatos que propone la performance. Desde ese lugar, el de la incertidumbre, artistas de la talla de William Kentdrige, Amalia Ulman y Santiago Sierra serán algunos de los encargados de conmover e interpelar a la ecléctica audiencia que se hará presente en las más de diez sedes que incluyen universidades, teatros, galerías de arte, museos y centros de exposiciones.
Por caso, el reconocido artista sudafricano tendrá dos presentaciones en el marco de la Bienal y cierra el 7 de junio con una performance de escenario en el Teatro Coliseo. Allí explorará y problematizará las concepciones históricas del tiempo y los complejos legados del colonialismo y de la industria. Amalia Ulman, artista argentina formada en España y radicada en Los Angeles, expondrá por primera vez en el país. Sobre la idea de su conocida performance online titulada Privilege, indagará el lugar del cuerpo, la división de clases, la discriminación social y las estructuras de poder en tiempos de relaciones 2.0, a través de Instagram. En la misma línea de denuncia, el español Santiago Sierra leerá ininterrumpidamente durante ocho días, del 21 al 29 de mayo, el listado de nombres de las personas que han sido asesinadas en Siria desde el 15 de marzo de 2011.
Cual juglares del presente, estos artistas, que vagan de aldea en aldea desnudando las intenciones de los discursos dominantes, ofreciendo un nuevo campo semántico desde donde construir su voz, encuentran en la Bienal de la Performance un castillo contemporáneo donde ser escuchados. Un espacio artístico plural y desprejuiciado. En fin, un espacio de resistencia.
Bienal de la Performance 2017 (BP17)
Curaduría Programa Internacional: Maricel Alvarez y Clara Bauer
Desde el 13 de mayo al 7 de junio de 2017
La programación completa en http://bienalbp.org/bp17/