El título de la muestra de Santiago Villanueva es un desafío: ¡O descifras mi secreto o te devoro! toma el centro y se apodera de intriga. El misterio de su origen y la relación con las obras que se exhiben apelan a la memoria y todo parece que se trata de personajes caídos en el olvido. Internet es el nuevo oráculo de Delfos. No tanto para ir a preguntar a la Pitia sobre el destino y recibir en forma de verso las respuestas, sino para corroborar aquello que quedó vagando, como un murmullo, en los intersticios de recuerdo.
“Nuestra esfinge, la esfinge del hombre argentino, es la pampa, la extensión ilimitada, con sus horizontes evanescentes, en fuga; la pampa que en diversas formas inarticuladas, que se refunden en una sola nota reiterada y obsesionante, nos está diciendo: ¡O descifras mi secreto o te devoro!”. Ahí aparece en Metafísica de la Pampa, la obra de Carlos Astrada, el filósofo argentino que intentó desentrañar el mito del gaucho y de paso, al peronismo. Para ello, en 1949 concertó con el propio Perón el Congreso de Filosofía. A partir de 1955 pasó a ser un segundo plano y en los años 60 se hizo maoísta y él mismo se volvió gran fustigador del Viejo.
Entonces, el nombre de Astrada es el del primer “aparecido” en esta constelación con la que Villanueva revisita la historia del arte, además de sus vínculos con la historia política de la segunda mitad del siglo pasado.
La segunda operación, también, tiene que ver con la red pero ya en otros términos. Para montar este pequeño museo con obras de Eduardo Barnes, Enrique de Larrañaga, Raúl Rossi, Orlando Pierri, Ernesto Scotti y Bruno Venier, Villanueva ofertó en Mercado Libre. Todas las piezas las adquirió en esa subasta infinita hasta que el mejor postor la detiene. Por su parte, el sitio de compras se resignifica como un mercado de arte que iguala unas ruedas para auto, comida para perros y servicios de masajes. Al intervenir en ese espacio virtual, complejo y ciertamente indeterminado, el artista, que tiene algo de curador, de historiador hasta de director su museo íntimo, detiene el flujo y rescata las obras. Pero no cualquier cuadro o escultura es el que ha sido “salvado” de un limbo de parientes sin dinero y sin nostalgia. Los autores que se exhiben son pintores olvidados. La misma red que los vende escupe unas escuetas biografías, pocas imágenes y enseguida, el link con el sitio de ventas.
Reconocidos en los años 30 y 40, integrantes del grupo Orión, algunos de ellos como Pierri y Venier, muy ligado al surrealismo, y Enrique de Larrañaga pintor de payasos, por mencionar alguno de ellos, cayeron en desgracia al instante del derrocamiento de Perón en 1955. Si la premisa fundamental de la llamada Revolución Libertadora fue eliminar de la faz de la tierra el nombre de Perón y Evita, proscribir al partido y todo lo que a él refiera, mientras que Perón se iba a su largo exilio, las consecuencias llegaron hasta los lugares más recónditos. Por ejemplo, la pintura. Asociados a la reivindicación de los humildes en clave figurativa y explícita, los vientos modernos llegaron de la mano de Rojas y Lombardi. Una paradoja que estos recalcitrantes dieran rienda suelta a todo lo que el peronismo no quiso experimentar. O por lo menos, de la mano de Romero Brest, los años 50 argentinos, fueron otra cosa.
La hipótesis de Villanueva menos abunda en esta disquisición sobre vanguardia estética y política y los motores del arte para llevarla adelante. Lo que sí advierte que hay secreto y él está a un click de descubrirlo