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"Los que esperan", el nuevo libro de crónicas de Daniel Wizenberg

El cronista argentino presenta su último trabajo donde recopila relatos de sus viajes a centros de refugiados alrededor del mundo.

Daniel Wizenberg
"Los que esperan", el nuevo libro de crónicas de Daniel Wizenberg | Cedoc

Assad ataca con químicos, Trump le responde con misiles, ISIS aprovecha el enfrentamiento para rearmarse. Kenia apila refugiados víctimas de otras sucursales de ISIS en África del Este. Los cubanos se agolpan en la frontera entre México y Estados Unidos. Los pakistaníes llegan a Inglaterra como polizones. En Myanmar hay un régimen parecido al peronismo. 

El periodista argentino Daniel Wizenberg estuvo en todos lugares y definió a los protagonistas de la guerra y la exclusión global como “los que esperan”. Y así es como decidió nombrar a su libro: "Los que Esperan: crónicas de refugiados y migrantes en un mundo de guerras y exclusión" que editó la editorial Octubre e ilustró Alina Najlis.

Los reportajes de Wizenberg se desarrollan en Siria, Turquía, Kenia, Myanmar, Cuba, México, Estados Unidos, Argentina, Francia y Bélgica. 

Es una narración de las retaguardias: explora la dimensión de la vida cotidiana como lo humano detrás de los conflictos; compila y articula crónicas realizadas en sitios atravesados por la problemática del terrorismo, sus guerras y los desplazamientos que genera. 

El libro remarca que faltan narraciones latinoamericanas de lo que sucede en el mundo. Y al mismo tiempo que la información llega, arriba distorsionada. 

“La principal diferencia entre las personas se reduce al lugar en el que les tocó nacer” afirma Wizenberg en el epílogo. “Los que esperan” acerca a aquellos que habitualmente se muestra caratulados, revela cómo a los lejanos se los fracciona hasta convertirlos en una abstracción o se los lleva al terreno de las anomalías, de las fallas del sistema, ahí donde nacen los significantes habituales: “Refugiados”, “terroristas”, “víctimas”, “victimarios”, “héroes”, “villanos”. No alcanza. 

Se pierde de vista quiénes son los que están ahí. Seres humanos avocados a rutinas que les estructuran una vida “normal” en circunstancias que desde afuera se ven espeluznantes. 

Tienen nombre y apellido. Tienen voz aunque no siempre tengan voto. Son los testigos principales de un mundo atravesado por el horror, por la complejidad de la ética y la banalidad del mal. 

Tienen forma. Luz. Voz y casi nunca voto. 

Están confinados a esperar. La reconocida periodista colombiana María Teresa Ronderos, directora del programa de Periodismo Independiente de la Fundación Open Society, en Londres, es la autora del prólogo: “varias reflexiones de este vistazo de mundo que hace Daniel rompen estereotipos. En los últimos dos años, mi trabajo me ha llevado a recorrer muchos países en busca de buen periodismo, ese que construye historias verdaderas, pero además que se esfuerza en invitar a su público a tejerlas con él. Esta singular colección de crónicas de viaje a un mundo de guerras de Daniel Wizenberg es una muestra de ese buen periodismo, como el que siempre quiero toparme”.


Un adelanto del libro:

En público, a Samah siempre se la verá tapada con su burka. Yendo al mercado, a la mezquita y a la oficina de pensiones. Uno puede decirle a Samah que esto viene de 2011… que todo había comenzado como una guerra civil entre el gobierno autoritario de Assad y rebeldes financiados por Estados Unidos y OTAN. Que se transformó en una guerra mundial: Irán y Rusia se pusieron del lado oficial mientras que a la OTAN se sumó el apoyo de Arabia Saudita e Israel. 

Uno puede hablar de ISIS con Samah. Decirle que es un desprendimiento fundamentalista sunita de la organización Al Qaeda que nace con el objetivo de fundar un califato a como dé lugar. Que está apoyado indirectamente por Arabia Saudita aunque al mismo tiempo este sea aliado de Estados Unidos y de OTAN. Que llegó a controlar un territorio más grande que el del Reino Unido pero que últimamente fue perdiendo zonas importantes: diezmado por los ataques de Rusia y sobre todo por los gobernantes “posprimaverales”. Que en Libia ISIS perdió Sirte a manos del inestable nuevo gobierno, que en Iraq perdió Mosul gracias al polémico gobierno de coalición y que en Siria perdió Alepo derrotado por el discutido Assad. 

A Samah uno puede explicarle sobre el acercamiento reciente entre Estados Unidos y Rusia con la asunción de Donald Trump, decirle que ese acercamiento había sido una fuerte amenaza para ISIS que supo sacar provecho de las divisiones que ocasionan las grandes disputas geopolíticas. Uno puede hablar con Samah sobre el ataque químico perpetrado hace pocos días   por Bashar Al Assad que causó decenas de muertos y presionó una reacción del intempestivo nuevo jefe de Washington. Entonces, uno puede dialogar sobre lo que Estados Unidos hizo, que es lo que suele hacer: bombardear. Por eso lanzó sobre una base aérea de Assad al menos 50 misiles. 

Uno puede contarle a Samah que, en septiembre de 2016, Obama también bombardeó un territorio controlado por Assad y asesinó a 62 soldados oficiales. Explicarle que la diferencia con Trump es que en aquel momento la Casa Blanca salió a decir que fue un error, que el objetivo era darle a ISIS pero “calcularon mal”. Esos errores de buena fe que comete el Pentágono. Esos “daños colaterales”. 

A Samah le dará igual: los bombardeos de Putin o de Obama, los ataques de Trump o de ISIS. La clave de la guerra es otra. 

El balcón de su casa da a una feria de verduras y especias en las afueras de Damasco. La cocina da al balcón. Samah tiene una pequeña cocina a leña en la que por la tarde –cuando alcanza el dinero de la jubilación– calienta el agua para el mate. 

Es una tradición que llegó a finales del siglo XIX,   pero con algunas variaciones respecto de la original rioplatense: el mate y la bombilla son más pequeños y no lo comparten, cada uno toma del suyo. La yerba, importada de la Argentina, está cada día más cara. 

Samah es una especialista en optimizar las seis horas diarias  de electricidad. Aprovecha el sol otoñal pero agudo de las tardes de Oriente Medio para secar las berenjenas con las que luego hará el tradicional puré Baba Ganoush. La electricidad de Damasco le viene en tramos de tres horas, dos veces por día y por las noches la luz está afuera, no suele haber más electricidad que para preservar el alumbrado público de la ciudad. Buscar la manera de cocinar es para ella una estrategia de combate: 

—La clave de la guerra es condimentar mucho: ajo, pimienta roja, comino, azafrán, y las comidas tienen mucho más gusto, además de quedar a salvo de la falta de refrigeración.