Francisco Madariaga es uno de los poetas argentinos más originales del siglo XX. Con un lenguaje que cruza lo “salvaje” y lo erudito, explosivo y sorprendente, cargado de furor y rabia, construyó una obra monumental, marcada por la rebeldía, la imaginación resplandeciente y el poder de encantamiento de las imágenes, a partir del mundo arcaico de su infancia.
La erudición y las lecturas no hicieron más que ahondar aquel golpe de pasión, surgido de su legendario “país natal” y del vínculo con el espíritu más insumiso del surrealismo, que cultivó en las revistas A partir de cero, Letra y línea y Poesía Buenos Aires. Raúl Gustavo Aguirre destacó en él “la coherencia de una pasión salvaje que desliga las palabras de sus relaciones habituales para someterlas a un nuevo y sorprendente sentido”.
La trascendencia de su obra ubicó a Madariaga –dotado de una ética sin fisuras– entre las voces más relevantes de América. Su mirada ácida sobre todas las formas del poder autoritario y la iniquidad de la explotación del hombre, su desprecio por los perritos de ceniza del arte y su sabiduría salvaje estuvieron siempre dotadas de un lenguaje precioso, lacerante y magnífico.
Reunió como muy pocos la creación de una obra deslumbrante y la imagen personal del poeta viril, solidario, dispuesto siempre a las mayores aventuras y desprendimientos. Su generosidad, su búsqueda interminable y su afán de aventuras lo llevaron a recorrer lugares de toda América, más cerca de bares y tugurios que de los salones oficiales.
El legado de Madariaga es inmenso. Incluye la defensa de la poesía, los poetas y los “inocentes”, su militancia feroz contra toda impostura, su parquedad desafiante ante los poderosos; su figura legendaria nunca anquilosada por aires de academia.
* Poeta, escritor y docente universitario. Reside en la Patagonia. Dirige Ediciones Espacio Hudson y el periódico El Extremo Sur. Entre otros libros, publicó El rincón de pedir (Vox, 2015).