CULTURA
Perspectiva

Magia por televisión

El 11 de marzo pasado, la BBC emitió el primer capítulo de una miniserie de tres episodios cuyo título traducido sería La trampa: qué pasó con nuestro sueño de libertad. Escrita, dirigida y narrada por Adam Curtis, es el tercer trabajo similar de este profesor de ciencias políticas nacido en 1955 que un día abandonó Oxford para dedicarse a la televisión.

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El 11 de marzo pasado, la BBC emitió el primer capítulo de una miniserie de tres episodios cuyo título traducido sería La trampa: qué pasó con nuestro sueño de libertad.

Escrita, dirigida y narrada por Adam Curtis, es el tercer trabajo similar de este profesor de ciencias políticas nacido en 1955 que un día abandonó Oxford para dedicarse a la televisión e inventar un nuevo género al que le cabe el nombre de “narración histórica paranoide”, aunque habría que agregar que los métodos de Curtis son rigurosos, las ideas profundas y los resultados fascinantes.

En sus tres trabajos de mayor aliento – The Century of the Self (2002), The Power of Nightmares (2004) y La trampa– Curtis propone un relato alternativo para explicar ciertos fenómenos (y calamidades) contemporáneos como la manipulación subliminal de los electores, la invasión a Irak y la destrucción de los sistemas de control estatal.

Su método es rastrear el origen de ciertas ideas y mostrar cómo en contacto con líderes políticos, religiosos, militares o empresarios, esas ideas sufrieron mutaciones cuyas consecuencias fueron paradójicas, indeseadas o monstruosas.

Curtis redescubre pensadores oscuros u olvidados como Edward Bernays, un sobrino americano de Freud cuyos usos de la teoría de su tío llevaron a inventar las relaciones públicas, las campañas electorales modernas y las técnicas de lavado de cerebro. O Sayyid Qutb, profesor de Literatura egipcio que le dio impulso al nacionalismo islámico a partir de su estadía de dos años en los Estados Unidos. Entre 1948 y 1950 Qutb vio con horror como la juventud americana bailaba al compás del swing y de allí creó su teoría, lo que lleva a Curtis a postular irónicamente que tal vez sea el director de orquesta Johnny Mercer el culpable de la caída de las Torres Gemelas. Mercer, como mostrarán las investigaciones de Curtis, resulta un candidato tan absurdo como Al Qaeda, fantasmal bestia negra del neoconservadurismo americano que se gestó en la misma época y a partir de opiniones similares a las de Qutb.

Con una voz deliberadamente melodramática, un montaje sincopado que utiliza toneladas de material de archivo y música de película de horror, la obra de Curtis recuerda a un prestidigitador y evoca la famosa transmisión radial de La guerra de los mundos de Orson Welles en 1938. La diferencia es que aquí no aparece una voz para aclarar que se trata de una ficción: el espectador seguirá padeciendo la pesadilla mucho después de despertar.

En toda su obra, Curtis sostiene que seguimos viviendo las consecuencias de la Guerra Fría, sus secretos y temores que tan bien encajan con el terror imaginado por Welles. En La trampa se propone explicar por qué los últimos gobiernos británicos, tanto conservadores como laboristas, han logrado convertir el país en un lugar donde la movilidad social se ha detenido, la desigualdad se ha incrementado y los privilegios de clase se han reestablecido hasta alcanzar niveles de hace un siglo.

La narración de Curtis está orientada a mostrar que tanto desde la izquierda como desde la derecha distintas líneas de pensamiento cuyo objetivo era aumentar la libertad y la justicia se combinaron para reducirlas.

En el relato aparece un personaje previsible como el economista Friederich von Hayek, considerado el padre del neoliberalismo, pero otros son más sorprendentes: el matemático Jon Nash, creador de la Teoría de los juegos, el psicoanalista Ronald Laing, padre de la antipsiquiatría y el filósofo Isaiah Berlin, autor de Dos conceptos de libertad. La combinación de estos pensamientos por los asesores de Clinton, de Thatcher y de Blair han contribuido a crear una sociedad en la que los individuos están a merced del control del prozac y del descontrol de los intereses corporativos. Es difícil saber si ese mundo normalizado y estratificado es nuestro destino permanente, pero hay una buena noticia: la televisión puede pensar.