El 13 de junio de 1935 nacieron Christo Vladimirov Javacheff en Bulgaria y Jeanne-Claude Marie Denat en Casablanca, Marruecos. Ella era la hija de un militar francés asignado a esa repartición y él tuvo como padres a Vladimirov Javacheff, que fue un científico búlgaro, y su madre Tsveta Dimitrova era secretaria de la Academia de Bellas Artes de Sofía. Para que esta coincidencia de día y año tenga algún sentido hay que decir que Christo y Jeanne Claude fueron, a todas luces, unas de las parejas de artistas más importantes del siglo XX. Sin embargo, para que esto suceda falta contar un poco más en la biografía de ambos; atravesar los avatares de la segunda mitad del siglo XX, el más mortífero, que repite guerra, emigrados, campos de concentración, exilios, reuniones fortuitas y una vuelta de tuerca a la manera de hacer arte, es decir, la vanguardia intratable.
Desde pequeño Christo fue a tomar lecciones de dibujo, muy alentado por su madre que creía en él. Si bien su educación fue artística, más precisamente en la Academia de Artes de Sofia, también lo fue durante el período del realismo socialista. Por lo cual, en un viaje a Praga descubrió que el arte era algo más que sus clases debidamente instruidas en el arte que servía para la revolución y poco y nada de la revolución en el arte. En Checoslovaquia, de ese entonces, descubrió que existía Picasso y Miró, por ejemplo. Ya el cubismo había dado vuelta todo, en el puñado de años que le tocó participar.
La llegada de Christo
Cuando estalló la revolución húngara, Christo decidió no volver a Bulgaria. Para eso, sobornó a un empleado ferroviario que lo metiera en un vagón de carga que transportaba mercadería. Como un paquete más huyó a Viena el 10 de enero de 1957. En el periplo de su exilio, se inscribió en la Academia de Bellas Artes de Viena y logró evitar el campo de refugiados. Consiguió una visa temporal para ir a Suiza y al año siguiente, logró llegar a París que era su tierra prometida. Mientras tanto, lavó autos y platos, además de pintar retratos clásicos para las damas de alta sociedad. La firma que estampaba en estos era Javacheff.
Lavó autos y platos, además de pintar retratos clásicos para las damas de alta sociedad.
De hecho, es la rúbrica que está en el retrato de Précilda, la madre de Jeanne-Claude y la celestina involuntaria de esa relación. Ya habíamos dicho que Christo se ganaba la vida haciendo un poco de todo y en París se dedicó, sobre todo, a hacer retratos por los que cobraba. La escena es memorable y la que fuera su suegra en el extraordinario documental de los hermanos Maysles sobre la pareja que quiso, y finalmente logró, empaquetar el Pont Neuf, después de años de trámites y pedidos burocráticos. Se los ve festejando en la inauguración de este gran evento, cuando Jeanne-Claude dice: “Ninguna madre en su sano juicio habría querido que su hija amada se fuera con un hombre que no tenía dinero y que era un refugiado”. A continuación, la suegra cuenta su encuentro con Christo: “Me presentaron a un exiliado, desamparado que hacía grandes retratos. Vino a mi casa y me dijo que se llamaba Christo Javacheff. Yo soy la Condesa de Guillebon y quiero que me haga un retrato. Si puede venir mañana a las 12.30. Él me dijo que no, que podía después de almorzar. Cuando mi hija lo vio, se enamoró de manera instantánea y no pudimos hacer nada. Christo tuvo que sufrir un poco porque no estábamos muy contentos con esa relación, pero ahora estamos felices”.
A su lado, Christo y Jeanne-Claude se ríen. Ambos saben que la familia de ella, de la chica educada en buenos colegios, de familia acomodada, la misma que ahora gozaba del éxito como artista e invitaba a sus padres a las inauguraciones, no se las hizo fácil. Que ella tenía dinero y una buena posición y que Christo no tenía nada. Que se fueron a vivir a un departamento pequeño que empezaron a llenar de objetos encontrados, de artículos baratos o gratis, cajones, cajas, latas, barriles que envuelve con tela y cuerda. En 1960 tuvieron un hijo, Cyrill, y consiguieron un espacio más grande para trabajar en las afueras de París. De esa época, son los barriles de aceite que apilan y envuelven formando una de sus obras icónicas. Al principio, Christo subía y bajaba los barriles de su departamento, pisos y pisos, y la encargada del edificio pensaba que era un loco que acarreaba siempre el mismo barril de arriba para abajo.
Cuando Yente conoció a Del Prete
En 1935 Eugenia Crenovich, más conocida como Yente, fue a la exposición de Juan Del Prete que había inaugurado en Amigos del Arte. Según escribe María Amalia García, curadora e investigadora de Vida Venturosa. Yente y Del Prete, la exhibición que se realiza en el Malba, a Yente mucho no le gustó. Al poco tiempo, volvieron a encontrarse en otra muestra del pintor, un inmigrante italiano que se había instalado en La Boca. Yente había nacido en Buenos Aires; los inmigrantes era sus padres, judíos que vinieron de Rusia, y esto representaba una diferencia sustancial, no sólo de origen, sino educación y dinero: ella era licenciada en Filosofía y su familia tenía una buena posición económica.
La elección del nombre de la muestra, inteligente y amoroso, se refiere al título del libro de artista de la propia Yente: Vida venturosa de Onofrio Terra d´Ombra (1952) Los personajes de Onofrio y Fragilina son los alter ego de estos dos artistas que unieron su vida y obra en la sociedad conyugal. En ese relato, el primer encuentro sucede en una “tarde de viento y lluvia” y el segundo “en la rotisería entre salamines”. Cada uno de los cuadros pintados con témperas que forman los episodios de esa novela visual de amor y arte es el dedicado homenaje a esa historia de amor. Yente y Del Prete durante 50 años fueron marido y mujer y compartieron telas y collages, materiales, estilos. Se pintaron y dibujaron a ellos mismos y a sus parientes.
Miraron y amaron las obras del otro como las suyas propias. Un campo de experimentación del taller a intimidad de la casa, ida y vuelta. “Y así fue como los bordados en tela y las telas pintadas unieron sus tramas”, según puede leerse en uno de los últimos cuadritos del libro de Yente. Una suerte de “se casaron y vivieron felices para siempre”.
Pendiendo de (un hilo) piolín
Si bien los trabajos de Yente y Del Prete pueden agruparse de manera autónoma y cada uno ha realizado un recorrido individual, tal y como puede ver en la exposición, hay una manera de “atarlos” y García lo hace con un piolín. Ese material barato, simple, de uso cotidiano, traza un recorrido en las obras de uno y de otro que sorprende por su capacidad mágica de aunar las imágenes. Aparece en las obras de Del Prete y se resignifica en las de Yente. Es el hilo que une a esos dos artistas que, mientras pasa de una pieza a otra, anuda ese destino común que va, como escribe García, de “una soledad de a dos” a la construcción de una historia de la pareja que se hace con el piolín como insinuaciones simpáticas a una suerte de intimidad expuesta.
Hasta el final de ambos, en 1987 para Juan Del Prete y en 1990, año de la muerte de Yente.
Para Christo y Jeanne-Claude los hilos y las telas fueron muy importantes y eso está presente en los proyectos y algunas obras que se exhiben en la exposición que lleva sus nombres, organizada por Fundación Proa - Estate of Christo V. Javacheff - Museo de Arte Contemporáneo Atchugarry, con curaduría de Lorenza Giovanelli y participación autoral de Jorge Helft.
Para Christo y Jeanne-Claude los hilos y las telas fueron muy importantes.
En este caso, los proyectos de la pareja están en los dibujos (“dibujar es la única esperanza de que mis proyectos se puedan hacer”, palabras de Christo) y en las fotos que remiten a una pasado y un afuera de los creadores de obras de land art, site specif y demás denominaciones que vinieron un poco después de que ellos las crearan. Porque si Christo comenzó a empaquetar cosas en su mínimo departamento de París, luego salieron con Jeanne-Claude a la calle para pensar cubrir con sus telas todo: edificio de la corte en Alemania, las islas en Miami, la instalación de paraguas en las costas de Japón y Estados Unidos, el Arco de Triunfo, el puente.
Como se los ve en el mismo documental antes citado, caminando a orillas de Sena, soñando como dos enamorados, haciendo chistes de que no van a besarse, porque están ahí para dimensionar la inmensa seda que cubrirá ese puente icónico del amor, de las películas y la literatura.
Dos a quererse
“Si Christo hubiese sido dentista, yo hubiese tomado lecciones para ser dentista. Soy artista por mi amor a Christo”. Esto mismo no lo hubiera podido decir Yente que encarnó otra manera de “vivir juntos”. Porque si bien la mirada sobre la mujer artista se posa luego de años, se releva y valoriza su obra, a lo largo de la carrera de ambos Yente mantuvo una posición acorde a su tiempo, la de esposa asistente del artista varón.
Sin embargo, la producción de un discurso sobre la obra de su marido, gracias a su formación y consistencia en el manejo del idioma (Del Prete no hablaba bien castellano) fue fundamental para ambos.
Para él, una construcción de la trayectoria, organización del archivo, narración de la carrera, tareas y trabajo en la producción de muestras y obras. Para ella, conformarse con el tiempo en una investigadora, escritora y crítica del arte sólida y consistente. También, en la creadora de sus propias obras, al tiempo que hacían este itinerario de artístico sentimental.
Fragmentos de un discurso amoroso (1977) que es un libro sobre el amor, definido por su autor Roland Barthes, como un libro necesario porque “el discurso amoroso es hoy de una extrema soledad. Es un discurso tal vez hablado por miles de personas (¿quién lo sabe?)? pero al que nadie sostiene; está completamente abandonado por los lenguajes circundantes: o ignorado, o despreciado o escarnecido por ellos”, se puede leer como un tratado o relato sobre el aprendizaje sobre los celos, la soledad, el deseo, en fin, el amor. En una de sus entradas, o escenas, está “Unión” y de ellas se dice, cual diccionario emocional, reservorio de sentimientos: “Denominación de la unión total: es el «único y simple placer», «el gozo sin mancha y sin mezcla, la perfección de los sueños, el término de todas las promesas», «la magnificencia divina»; es: la paz indivisa. O también: el colmamiento de la propiedad; sueño que gozamos el uno del otro según una apropiación absoluta; es la unión furtiva, la fruición del amor (¿esta palabra es pedante?
Con su barniz inicial y su destello de vocales agudas el goce del que habla se ve aumentado por una voluptuosidad oral; diciéndola gozo de esa unión en la boca)” Barthes atribuye las citas a Aristóteles, Ibn Hazm, Novalis, Musil, Littré. Por caso, además, nosotros podemos pensar en Yente/Del Prete y Christo y Jeanne-Claude.