CULTURA
Martn Rejtman

“Me gusta pensar los cuentos como canciones”

A quince años de la publicación original de “ Rapado”, libro con el que irrumpiera en el campo del cine y la literatura y comenzara a diseñar un universo ficcional propio –que fue visto como punta de lanza de lo que se dio en llamar “Nuevo cine argentino–, acaba de aparecer una reedición de aquellos cuentos. Y la ocasión le sirve al escritor y director para reflexionar sobre su ars poética y la influencia del paso del tiempo sobre sus personajes, siempre imbuidos de humor y soledad.

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"Se supone que la literatura debe durar ms all de la poca en la que se produce", asegura. | Cedoc

Aunque recibió más reconocimiento por sus películas que por su literatura, Martín Rejtman ha recorrido los dos caminos a la vez. Desde 1992, con Rapado –primer largometraje y homónimo primer libro de cuentos–, cine y la literatura se alternado y retroalimentado. Mientras presenta su documental Copacabana en el BAFICI, la excusa para esta charla la ofrece la reedición de Rapado, que acaba de publicar Interzona quince años después de la publicación original.

—¿Por qué las historias y los personajes de “Rapado”, aun con tantas marcas de época, no parecen haber envejecido?
—No sabría decir qué fue lo que pasó. Se supone que la literatura debe durar más allá de la época en que se produce... ésa es un poco la idea.

—Me refiero a la forma de convivir de estos personajes, a sus relaciones. Parecen muy actuales, a pesar de tener quince años y estar marcadas por el contexto.
—Es cierto. Creo que debe haber mucha gente que vive de esa forma. No creo que esas formas de vida se agoten en diez o quince años, y tampoco creo que fueran específicas del momento en que las escribí. Lo que sí es específico son ciertas marcas, ciertas referencias a grupos de música o a situaciones políticas. Además, el contexto no cambió tanto, si uno se pone a pensar en ciencia ficción, realmente el mundo no ha cambiado. Cambiaron, en todo caso, ciertas formas de relacionarse de la gente. Quizás se han exacerbado algunas cosas gracias o debido a Internet.

—Los cuentos, como buena parte del realismo norteamericano, no tienen finales muy precisos…
—No tienen un final redondo. Generalmente cuando escribo no sé hacia dónde voy, entonces no tengo idea cómo va a terminar la historia. Nunca pienso una trama y después la desarrollo, sino que empiezo a escribir en función de alguna situación o personaje y ahí se van dando las distintas escenas. Generalmente en un momento me doy cuenta de que llegué al final: de que ahí es donde termina. Trato de encontrar un momento aparentemente banal pero que ilumine un poco al personaje y la situación en la que está el personaje en ese momento.

—¿Qué diferencias hay entre escribir para el cine y la literatura?
—La literatura es mucho más fluida. Escribo de corrido y por lo general en el orden que después va a tener el cuento. Cuando escribo guiones escribo una escena del medio, una escena del principio… voy buscando partes, es un rompecabezas.

—Tanta música en sus cuentos y películas: ¿qué función específica cumple?
—Cuando escribí Rapado me gustaba la idea de que los cuentos fueran como canciones, que surgieran y fueran tan fluidos como una canción. Una canción uno la escucha de principio a fin sin cuestionársela. Me gustaba esa idea, que fueran musicales. También las referencias a la música me servían para describir a esos personajes. Al hablar de determinado músico o determinado grupo suponía que quien leyera el cuento iba a saber de lo que estaba hablando y que así le iba a agregar cierta carga emocional. Pensé que era como un plus, como si fuese una banda sonora sin que suene la música, más evocativa.

—Se ha señalado la decadencia, la carencia de sentido, la falta de pasión, pero no tanto la soledad de sus personajes…
—Son todos adjetivos estúpidos, que quieren ver reflejada una vida heroica en donde lo que se refleja es otra cosa. Al decir que hay decadencia, carencia de sentido, le estás pidiendo a un cuento que retrate a un personaje que le encuentre un sentido a la vida, que tenga pasión por las cosas; me parece que le estás pidiendo cosas ajenas a la literatura. Nunca entendí por qué usaban esos adjetivos y sigo sin entenderlo; a lo mejor es porque son cuentos que no tienen un mensaje netamente positivo, esperanzador, o una pasión. Entonces, al no hablar de pasiones, deducen que los personajes no las tienen. Es absurdo como lógica. En cuanto a la soledad, eso me parece un poco más lógico dentro de la definición que se hace sobre lo que escribo. Me parece también que hay mucho humor en los cuentos, y es algo que se dice muy poco.

—Sus personajes parecen gente de lo más común aunque, a su vez, muy rara…
—Yo creo que los personajes son bastante normales. Lo que hago es mostrar cómo en la vida “cotidiana” existen personajes normales que tienen ciertas actitudes un poco “raras”. Si alguien pusiera una cámara en la vida de cualquiera de nosotros nos sorprenderíamos de las cosas que hacemos. Si mirás desde afuera te das cuenta de que no sos tan normal. Esa anormalidad, en realidad, es mucho más normal de lo que todos creemos. No hay nadie normal, no existe la normalidad. La idea de normalidad implica una idea de chatura, uniformidad absoluta que no existe, ni la peor dictadura lo consigue.

—Se habla de su literatura señalando una suerte de universo rejtmaniano. ¿Si tuviera que definir ese universo, cómo lo haría?
—Lo definiría por acumulación de objetos y situaciones: con mucha música, con muchos llamados telefónicos, drogas en algún momento, despertadores… Un universo donde hay ciertos elementos que insisten en aparecer y reaparecer, como limitación o como característica. Hablo siempre de lo mismo porque no sé hablar de otra cosa, o porque ése es mi tema.