“No, viejo, a mí no me joden. El mundo tiene veinte años”, porfía un personaje de Memoria Falsa, de Ignacio Apolo. Es la edad que tiene él. La novela se publica en 1996, el mundo nació en 1976. Lo de antes, imposible imaginarlo. Con la expresión memoria falsa Apolo pone nombre para siempre a una sensación generacional que en 1982 sólo previó la literatura.
Protegidos por el vientre oscuro de la pichicera mientras afuera caen bombas y los demás mueren, los pichi (18, 20 años de edad) conversan: “Videla dicen que mató quince mil” “Sí, Videla hizo fusilar a diez mil (…) yo lo vi escrito en un libro”. “No fusilaron tantos, es bolazo de estos negros.” “¡Leí! ¡Leí la lista! ¡está! ¡está la lista!” “¡Fusilados!” “mataron muchos, ahora que los haya fusilado… no sé” “Yo sentí que los tiraban al río desde aviones” “¡Se dejaron fusilar de boludos, por no rajar!” “No lo creo, son bolazos de los diarios” (…) “Pero Santucho no era peronista” “Sí, ¡era peronista! Lo que pasa es que no la iba con Isabel…” “(Isabel) se chupó diez años presa.” “¿Cómo diez? ¡Cinco!” “(Firmenich) amasijó al presidente. Lo secuestró y lo amasijó cuando tenía quince años de edad…” “Y a los dieciséis, él con diez tipos más, pendejos como él, tomaron una cárcel militar y soltaron a mil guerrilleros que había presos” “–¿Dónde está? –En Europa, en Cannes, o en Montecarlo, por ahí… –¿Y qué hace? –Se prepara para venir.” “Nunca va a haber elecciones por aquí. (…) ¡nunca más! ¿No viste que no hay libretas de enrolamiento? Antes había, tenían un espacio para poner el voto, ya ni las hacen. Mi viejo tiene.” “–Che… ¿desde qué edad se vota? –Desde los veinte ¿no?”.