CULTURA
entrevista a Pablo Montoya

“Mi literatura gira en torno al arte”

Ganador de la última edición del Premio Rómulo Gallegos, el colombiano Pablo Montoya ha construido una obra original que intenta escaparse de la asfixiante sombra de Gabriel García Márquez. Luego de vivir más de una década en Francia, se publica en Argentina su multipremiada novela “Tríptico de la infamia”.

Montoya. En 2015 ganó el Premio Rómulo Gallegos con su novela Tríptico de la infamia; es el quinto colombiano en obtener ese reconocimiento.
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Pablo Montoya (1963) se hizo conocido en Latinoamérica cuando ganó el prestigioso Premio Rómulo Gallegos con su novela Tríptico de la infamia. Publicada en 2014, la novela repite tópicos de sus novelas anteriores, en especial de La sed del ojo, publicada el año pasado en Argentina por una editorial independiente, como su obsesión por los personajes artistas y franceses. La sed, editada originalmente hace más de diez años, trata de un artista devenido fotógrafo que es acusado de pornografía y perseguido por un detective. La acción transcurre en el París del siglo XIX. Montoya, para hablar de sus vivencias, necesita remontarse al pasado. En Tríptico los personajes son tres artistas franceses, y esta vez aborda el impacto que generó en la Francia del siglo XVI el nuevo continente americano, con las peleas entre hugonotes y católicos.
La explicación de por qué Francia está tan presente en sus escritos parece simple. Vivió once años en París y se obsesionó por los escritores franceses, en especial por Céline, del que llegó a traducir un libro: “Ahora también hay escritores que han vivido mucho tiempo en otro país y no les ha concernido el país en el que han vivido. A mí me ha parecido interesante dejar que estas realidades, estos personajes, entren en los libros que escribo, pero todo eso está jalonado por el interés de lo visual”. Estas novelas son recreaciones visuales de ciertas temáticas: en Tríptico, por ejemplo, hay una relación con la pintura como testimonio y también como soporte a las expediciones exploradoras que los franceses hicieron en América: “Más que una preocupación por lo francés, lo mío pasa por encontrar en estas existencias un motivo literario para trabajar esas correspondencias entre literatura e imagen”.
Montoya ha tratado entonces de abrir el imaginario colombiano, cooptado por muchos años por el realismo mágico de Gabriel García Márquez y luego por el realismo sucio saturado de violencia, narcotráfico y paramilitares: “En alguna medida buena parte de mis libros tienen que ver con abrir el imaginario colombiano que ha estado tan afincado en lo nacional, en las identidades regionales, pues desde Tomás Carrasquilla hasta García Márquez se ocuparon de los problemas netamente colombianos y del ser nacional”. Agrega que no es el primero en hacerlo; hay una tradición que surge como herencia del modernismo de Rubén Darío, al que paradójicamente García Márquez admiraba, y en la que figuran, entre otros, Alvaro Mutis y Germán Espinosa. Montoya empezó a escribir en los 80, con una literatura nacional muy influida por el autor de Cien años de soledad “y sus preocupaciones nacionales”; treinta años después la literatura colombiana sigue preocupada por los problemas nacionales, sobre todo con temas vinculados a la violencia. A diferencia de sus contemporáneos, ha tratado de huir de esos temas, aunque la discusión de por qué un escritor colombiano debe escribir de temas colombianos le parece pueril: “A Marguerite Yourcenar nunca le preguntaron en Francia por qué se había ocupado de Roma o por qué se ocupaba en sus ensayos de Oriente, pero a nosotros sí nos preguntan por qué nos ocupamos de Europa”.
Pese a que se ha escrito bastante sobre García Márquez, es inevitable volver sobre él y al campo que instaló antes de morir: extinto el realismo mágico como estética o situado en el terreno de los best-sellers tipo Isabel Allende, dedicó sus últimos esfuerzos a difundir la crónica en Latinoamérica a través de la Fundación Nuevo Periodismo. Para Montoya, es indudable que dejó obras notabilísimas, pero a la larga se convirtió en una especie de patrimonio nacional: “García Márquez en su momento fue muy importante, marcó una ruptura con el Grupo de Barranquilla, con Cepeda Samudio en particular; fue un escritor que supo resolver sus inquietudes en cuanto artista, pero lo que ha pasado con él es que se ha instaurado como el gran referente de la literatura colombiana, y se lo ha santificado como hombre y como escritor”. Entre otros problemas surgidos a raíz de eso estuvo la imposición de una estética literaria, pero además se instaló con él el poder literario en Colombia, que tiene mucho que ver con el periodismo: “Por mucho tiempo fue tabú criticarlo. Y yo he hecho el esfuerzo por zafarme de esa sombra tan importante”.
El empeño que ha puesto en zafarse de esta sombra ha surtido efectos, pese a que cuando vivía en Francia los editores le pedían libros sobre violencia, narcos y paramilitares. Pablo Montoya resistió y sus novelas mezclan diversos géneros y disciplinas: en Tríptico de la infamia hay antropología, literatura de viaje, crónicas coloniales, una mirada latinoamericana del arte francés: “Mi literatura gira en torno al arte y casi todo lo que he escrito trata de pintores, músicos, fotógrafos, que siempre están cuestionándose un poco sobre el oficio del arte. ¿Qué significa hacer arte y qué significa representar las diferentes facetas de la belleza o del horror? Las cuatro novelas que he publicado abordan esa conflictiva relación entre un arte brutal y una sociedad opresiva”. Montoya es uno de los primeros escritores escogidos por Random House para incluir el Mapa de las Lenguas, una especie de colección donde serán escogidos dos autores por país para ser publicados en toda Latinoamérica.