Los “fotocineros”, así son llamados los fotógrafos ambulantes en Colombia, son el cruce perfecto entre la ciudad y el recuerdo que Oscar Muñoz explora en su obra El puente (2004). Compró un gigantesco archivo de imágenes de fines de los años 70 que nunca solicitaron los que fueron fotografiados por estos profesionales durante años en un popular paseo público de Cali, lugar de nacimiento y centro de operaciones del artista nacido en 1951.
Por un lado, Archivo por contacto, una parte de la obra, muestra estas fotos, mientras exhibe los usos y costumbres de varias décadas. Habla también de su apogeo y decadencia en manos de la fotografía instantánea y el golpe de muerte con la digital. Revela lo que no está: la diferencia entre esas tomas abandonadas por sus populares y sonrientes modelos con las fotos realizadas en estudios fotográficos de gente adinerada.
El azar de ese archivo se domestica y Muñoz lo proyecta en las aguas que corren bajo el Puente Ortiz de Cali; de ahí el nombre de la pieza. Las aguas de río que lavan las imágenes, las deforman y constatan, como el filósofo griego que dijo alguna vez, “en los mismos ríos entramos y no entramos, pues somos y no somos los mismos”.
Es insuficiente decir que Muñoz hace fotos. Es verdad que ha tomado muchas durante su carrera pero su trabajo se basa menos el resultado final, el que se logra al “tomar una imagen”, que en la literal apropiación y deconstrucción de ellas.