No es raro escuchar que el momento de la literatura latinoamericana no podría ser mejor; para ello se argumenta la cantidad de autores que son publicados por sellos españoles y traducidos a otras lenguas. Todo eso es cierto: los argentinos César Aira, Samantha Schweblin, Martín Kohan, Mariana Enríquez y Selva Almada destacan, pero también lo han hecho autores y autoras del resto de Latinoamérica, que se han sabido ganar un lugar en el concierto mundial de la literatura. Teniendo en cuenta esto, cualquiera podría afirmar que se vive algo muy parecido a un segundo boom; sin embargo, los editores de los sellos latinoamericanos y españoles y las cifras que aportan entregan un escenario bastante alejado del mentado boom.
Hace unos meses Silvia Sesé, directora editorial del sello español Anagrama, señalaba que no existía tanto interés por los autores latinoamericanos en España, la principal puerta de entrada para el libro de este lado del Atlántico, ni tampoco por los autores españoles en Latinoamérica. “Vivimos un poquito de espaldas”, dijo en aquella oportunidad, y agregó: “Pese a ello creo que hay muchos editores en España absolutamente atentos a la obra de muchos escritores de acá, como no puede ser de otra manera, porque hay verdaderos talentos y gente muy interesante”.
Lo de los talentos no es raro que lo digan los editores españoles, tampoco es raro escuchar la expresión riesgo literario a la hora de referirse a la literatura latinoamericana. Las palabras de Sesé con consideradas por el agente literario argentino Guillermo Schavelzon, con años de experiencia en España, como provenientes de “una editora muy educada y cortés”. Pero la verdad es que, para él, el lector medio español no tiene ninguna sensibilidad por la literatura latinoamericana; de hecho tiene más conexión con las traducciones de autores, como las del galés Ken Follet, cuyos traductores han hecho que sus libros suenen a madrileño, “algo que no se puede hacer con un latinoamericano. No es solo una cuestión de lengua, ni del uso del vos o el tú, es una cuestión cultural que el lenguaje transmite, imposible de imitar”. Esta falta de sensibilidad o conexión no es propia de la literatura, abarca la información política. Lo que sí sucede es que existen medios que están atentos a autores latinoamericanos, pero eso sucede porque tienen otros intereses en esta parte del mundo, al final de cuentas, “como bien saben los libreros, y por eso no los exhiben en lugares prioritarios, la venta en librerías españolas es muy baja”. Y no solo eso, sino que los libros de autores latinoamericanos no son ni siquiera visibles, salvo escasas excepciones.
Así y todo, no son pocas las editoriales que tienen o han tenido una casa sucursal en España: la argentina Adriana Hidalgo, la mexicana Sexto Piso y la chilena Tajamar son un ejemplo de ello. Precisamente Alejandro Kandora, director editorial de esta última, explica que la decisión de instalar el sello allá bajo el nombre de Tres Puntos surgió por la necesidad de amortizar los costos de traducciones que eran valiosas no solo para su catálogo, sino muchas veces para la lengua castellana: Ensayos literarios, de Ezra Pound, es un libro que no se había traducido hacía algún tiempo, lo mismo ocurre con el Diccionario de autores latinoamericanos, de César Aira, y Tajamar puso ambos títulos nuevamente en circulación. “Al diseñar la operación en España”, explica Kandora, “se definió como expectativa no solo el mercado español, sino poder acceder de manera más constante a los mercados latinoamericanos a través de la exportadora con la que hicimos un acuerdo de distribución y que atiende a librerías y a distribuidores de todo el mundo”. Y es que, como dice Schavelzon, “España monopolizó la exportación de libros en español”, y eso tiene una importancia estratégica, porque “quien domina los canales comerciales, y tiene el volumen necesario y la capacidad financiera para instalarse y controlar los mercados localmente, lo logra mejor”. Es decir que si un sello tiene la pretensión de crecer dentro de un mercado pequeño, como el chileno o el peruano, solo le queda la alternativa de la exportación, y al hacerlo desde España se está en una mejor posición.
Anualmente en lengua castellana se producen alrededor de 190 mil nuevos títulos, según indica el ISBN, de esa cantidad la mitad son títulos producidos en España y la otra mitad en Latinoamérica, de ese subtotal casi un 30% responde al mercado argentino. Sin embargo, mientras España exporta el 36% de esa producción a este lado del mundo, Latinoamérica solo exporta a España el 1,2%. “Es muy triste ver que editoriales y títulos excelentes se ven en España con cuentagotas”, afirma Schavelzon, y luego señala que la situación desde la colonia no ha variado mucho; esto es, seguimos dependiendo de España, y ocurren cosas absurdas, como que para que un autor circule en otros países latinoamericanos “tendrá que publicar en España, porque entonces circula como libro español”. Un dato más, el libro argentino no tiene como prioridad la exportación a España; hoy, según las cifras de 2017 del Libro Blanco de la Industria Editorial, los principales destinos eran Perú (20,7%) y Chile (21,4%), mientras que España solo representaba el 2,1%.
Por eso Alejandro Kandora señala que “urge rearticular los circuitos de distribución de libros y de difusión de la literatura”. Francisco Garamona, director editorial de Mansalva, coincide en un punto con él, pero agrega que las trasnacionales son un poco responsables de este aislamiento de los mercados, ya que “estas trasnacionales piensan solamente en mercados locales, en que por ejemplo los autores chilenos sean publicados solamente en Chile. No hay una idea continental”. Para este editor, acceder a una buena distribución, una donde no solo se pueda dejar libros, sino que se pueda cobrar, sigue siendo un tema, por eso que los libros de Mansalva en España se mueven casi exclusivamente en base a pedidos. Al igual que con otros sellos independientes su distribuidora allá es Canoa.
“Mansalva es una editorial que mira hacia Latinoamérica y el mundo”, reitera Garamona, de hecho su principal colección se llama Poesía y Ficción Latinoamericana; allí ha publicado a autores peruanos, mexicanos, muchos chilenos y también a dos españoles (Manuel Vilas y Enrique Vila-Matas). Sin embargo, tiene claro que trabaja en el campo argentino. “Ahora, en cuanto a la experiencias en ferias españolas”, agrega, “ha sido buena: puedo decir que hay interés por los colegas editores, los lectores y libreros, pero no basta con eso”. Garamona sigue creyendo que el libro “no es un bien comercial, es otra cosa”, un intangible, difícil de transar, o de verlo solo desde su perspectiva económica o de mercado: “Los libros buenos realmente buenos tarde o temprano son reconocidos; en todo el mundo siempre hay buscadores de secretos, de escritores raros y diferentes, de tesoros. Si uno piensa el libro como parte del intercambio en el sistema capitalista, es muy fácil llegar a la desazón y a sentirse frustrado”, remata.
Algo similar piensa Paca Flores, de la editorial española Periférica, ya que prefiere no pensar todo en términos de mercado y hacerlo más bien en términos literarios. Y desde este punto de vista, la literatura latinoamericana, para ella, goza de un prestigio evidente, sobre todo si se ve la prensa especializada: el suplemento Babelia de El País le ha dedicado varias portadas en los últimos años, por ejemplo. Pero además de este prestigio la literatura latinoamericana cuenta con buenos lectores. De hecho, como cuenta Flores, “hace diez años decidimos publicar un buen número de autores latinoamericanos, porque no encontrábamos en España propuestas narrativas con un voltaje literario que nos interesara lo suficiente como lectores; es decir, nuestro propio catálogo forma parte de ese análisis de la realidad”. Desde ese tiempo Periférica ha publicado a autores como Carlos Labbé (Chile), Fogwill (Argentina), Rita Indiana (Repúblca Dominicana), Juan Cárdenas (Colombia), Yuri Herrera (México), Israel Centeno (Venezuela), armando así un rico abanico. De ahí que esta editora crea que publicar a latinoamericanos es en sí un riesgo literario dentro de una literatura, “cuyos problemas o deseos están en ocasiones a años luz de la que nos llega desde más allá del Atlántico”.
Si la distancia entre España y este lado es grande en términos de mercado también lo es literariamente hablando. Desde este punto de vista, tal vez habría que poner los pies en la tierra y ver qué sucede con nuestra literatura en los límites de Latinoamérica. Leonora Djament, directora editorial de Eterna Cadencia, cree que la literatura latinoamericana de jóvenes no solo es poco leída en España, sino en Latinoamérica, y que el modo de revertir este escenario es “con la complicidad de los medios y libreros españoles (por suerte hay varios cómplices) y con el apoyo de diversas instituciones culturales latinoamericanas”. Agrega, en contrapartida, que no hay que mirar a España como la puerta de ingreso para las traducciones, es decir para el resto de Europa, ya que las traducciones que ha conseguido esta editorial “son el resultado de un largo y sostenido trabajo que realizamos en ferias internacionales, en otros casos por la tarea de agentes literarios y con la ayuda de algunas contadas acciones que se han hecho en los últimos años por parte del Estado para promocionar la literatura argentina”. Aquí tal vez coincida con Schavelzon en el sentido de que muchas de las traducciones de autores argentinos han sido apoyadas por el Programa Sur, que depende de la Cancillería. “Ese programa”, recalca el agente literario, “hizo más por los autores argentinos que cualquier editorial o grupo editorial o cámara de editores”.
¿Pero entonces cómo entender que Anagrama publique tantos autores latinoamericanos? En los últimos años han publicado a Ricardo Piglia, Mariana Enríquez, Alejandro Zambra, Diego Vecchio, Carlos Busqued, Leila Guerriero, Juan Pablo Villalobos, solo por nombrar a algunos. De hecho, el Premio Herralde de Novela suele distinguir a un autor español y a un autor latinoamericano. Este año, sin ir más lejos, los ganadores fueron dos mujeres: la española Cristina Morales con Lectura fácil y la chilena Alejandra Costamagna con El sistema del tacto. Silvia Sesé dijo que era muy importante para cualquier proyecto editorial con voluntad de incidir “publicar en la lengua propia, porque realmente es ahí donde se juega el compromiso con la propia literatura”. Quizá eso sea cierto en el caso de Anagrama, aunque Guillermo Schavelzon da otra perspectiva: “En España se publican autores latinoamericanos solo por dos razones: por creer en ellos y de paso aprovechar la venta de 500 a mil ejemplares (la política de los sellos literarios, incluso alguno dentro de grandes grupos), o porque de esa manera cumplen con compromisos con sus casas en América”. Con lo último logran retener a los autores, que saben que quieren publicar en algún sello de Madrid o Barcelona.
Por último, es necesario aclarar que antes de 1976 el mercado editorial argentino estaba a la par del español y, si bien no todo es culpa de la dictadura, este hecho le dio una oportunidad al mercado español para crecer, cosa que ha hecho casi sin tregua. El resto lo hemos hecho, como dice Alejandro Kandora, nosotros mismos: “Si no es una devaluación, es una catástrofe natural; si no es un golpe de Estado, es un gobierno proteccionista que bloquea el intercambio económico; si no es la corrupción que desestabiliza a los Estados, es una caída en default; y si no es alguna de las situaciones anteriores, bien pueden ser gobiernos neoliberales a ultranza que malentienden el liberalismo y el principio de subsidiariedad, y que al confiar neciamente en ‘la mano invisible’ del mercado estiman que el colonialismo cultural y la enajenación de nuestras lenguas son asuntos inocuos para nuestros desarrollo democrático y económico”.
“El principal problema del autor latinoamericano es que no ha dejado marcas en España”
Alberto Díaz tiene cincuenta años de experiencia en la edición, empezó en Alianza y desde ahí viajó por toda Latinoamérica. Conoce bien la realidad de la producción de esta parte del mundo. Para él, el mercado latinoamericano se ha reducido con los años. “Antes México, España y Argentina éramos un triángulo, donde cada industria producía por igual”, dice en su oficina, “pero a partir de los 70 la industria española empezó a crecer y nosotros a decrecer”.
—¿Qué pasó en esos años?
—Las editoriales españolas comenzaron a instalarse en Latinoamérica. Sin embargo, unos años antes el mercado del libro universitario brasileño estaba muy bien surtido por editoriales como Paidós (argentina) y Fondo de Cultura Económica (mexicana). ¿Y por qué pasaba esto? Porque el mercado brasileño aún no traducía, entonces entre una edición española y una inglesa preferían la española. Pero eso cambió a fines de los 60, cuando las editoriales brasileñas comenzaron a desarrollarse. Ahora, en paralelo, sucedió un desarrollo importante de editoriales independientes españolas (Lumen, Anagrama, etc.) y también de argentinas (Centro Editor, Tiempo Contemporáneo, etc.), que tenían gran llegada porque en esa época se leía mucho, pero vino la dictadura y muchas cerraron.
—Una desgracia tras otra.
—Y además sucede el boom, que lo capitalizan los sellos españoles, principalmente instalados en Barcelona; el único que logró capitalizar algo de este fenómeno editorial fue Editorial Sudamericana, que publicó a fines de los 60 Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez.
—¿Después del boom hubo algún proceso de “integración editorial” entre nuestro mercado y el español?
—El boom fueron básicamente Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Julio Cortázar y García Márquez, eso serían los cuatro grandes del boom. Y después los mismos editores españoles empezaron a buscar otros autores, pensando en que no podía ser que Cortázar fuera el único argentino. Y así descubren a los maestros del boom y dan con Borges, Rulfo y Onetti.
—¿Por qué el boom vendió en España?
—Hegel decía que América era un continente inmaduro, y eso puede ser verdad en muchos aspectos, pero yo sostengo que su literatura es madura, y lo es en todo el continente, con características distintas obviamente.
—¿Es una literatura con riesgo literario?
—La de más riesgo literario está en el Cono Sur, por eso esa incomunicación con España. Esa es una opinión que no podría validar con una investigación.
—Hoy los escritores latinoamericanos están publicados por distintos sellos españoles, ¿cuál es a tu juicio su problema o el problema de cualquier escritor latinoamericano?
—Yo creo que su principal problema es que no han dejado marcas en los lectores españoles.
“Hay poco interés de Latinoamérica hacia los escritores españoles”
Constantino Bértolo es un editor de vasta experiencia en España en uno de los grandes grupos editoriales en el mundo. Conoce bien la escena de edición en lengua castellana. Fundó al interior del Grupo Penguin Random House el sello Caballo de Troya, donde se publican las nuevas voces de nuestra lengua.
—¿Concuerdas con la visión de la directora editorial de Anagrama de que los mundos editoriales de España y Latinoamérica se dan la espalda, es decir que ni los autores latinoamericanos son apreciados en España ni los autores españoles en Latinoamérica?
—Pues me atrevería a decir que en efecto España y Latinoamérica se dan la espalda (algo semejante a lo que sucede entre España y Portugal), pero en lo que se refiere a las literaturas creo que hay menos interés de Latinoamérica hacia los escritores españoles que, al menos en este momento, en el espacio literario español hacia los escritores latinoamericanos. Más allá de la onda Bolaños, o de la buena recepción de autores como Fogwill, César Aira, Diamiela Eltit o Leonardo Padura en las últimas décadas, creo que actualmente se viene manteniendo una discreta pero constante atención hacia nuevos autores como Samanta Schweblin, Juan Cárdenas, Rafael Gumucio, Cristina Rivera Garza, Selva Almada, Damián Tabarovsky, Rita Indiana y Lina Meruane.
—Por otro lado, hay sellos españoles que publican autores latinoamericanos, ¿pero qué parte de la tirada es comercializada en España?
—Mi impresión es que la tirada media de los nuevos autores latinoamericanos en España se mueve alrededor de los 2 mil ejemplares, con oscilaciones hacia arriba en las ventas hasta los 5 mil en caso de éxito y menos de 500 en caso de escasa visibilidad. No sabría decir en qué proporción se comercializan dentro o fuera del mercado español, pues no estoy al día sobre esa información que, por otra parte, las editoriales españolas no suelen facilitar. Cabe pensar que al menos la mitad de la tirada se comercializa en España y de manera cuantitativamente discreta, salvo las escasas excepciones exitosas en el Cono Sur, Colombia y México.