La presentación perfecta, como no podía ser de otro modo, es del propio Agustín Alejandro Schulz Solari, que también hizo magia con su nombre y dice así: “Alejandro Xul Solar, pintor, escribidor y pocas cosas más, duodecimal y catrólico (ca-cabalista, tro-astrológico, co-coísta o cooperador). Recreador, no inventor, campeón mundial de panajedrez y otros serios juegos que casi nadie juega; padre de una panlengua, que quiere ser perfecta y casi nadie habla, y padrino de otra lengua vulgar sin vulgo; autor de grafías platiútiles que casi nadie lee; exégeta de doce (+ una total) religiones y filosofías que casi nadie escucha. Esto que parece negativo deviene (werde) positivo con un adverbio: aún, y un casi: creciente”. Leopoldo Marechal, por su parte, lo puso en la historia de la literatura argentina en Adán Buenosayres, bajo la piel del astrólogo Shultze, ese que andaba innovándolo todo: “Primero el idioma de los argentinos, después la etnografía nacional, ahora la música. ¡Ojo! Ya lo veo con una llave inglesa en la mano, queriendo aflojar los bulones del Sistema Solar”.
Había nacido en San Fernando en 1887 y gracias a él, en parte, los argentinos tuvimos una vanguardia que se precia de tal. Integró el grupo Martín Fierro, anduvo dando vueltas por aquí y por Europa y, como pocos, hizo realidad eso de llevar el arte a la vida y viceversa. A mediados de la centuria pasada, casi como un retiro, se fue a vivir al Tigre. En 1954, se compró una casa y le puso el nombre de Li Tao. Por su mujer, Lita (Micaela Cárdenas) y Tao, que significa camino en chino. Se puede decir que empieza otra historia. De eso se trata la muestra Xul Solar. Un imaginero en el Delta, que realizó en colaboración con el Pan Klub y se exhibe in situ. No en esa casa, en firme proceso de restauración, sino en el Museo de Arte de Tigre, muy cerca del río Luján donde siguió inventando hasta su muerte, en 1963, lejos de la ciudad pero muy cerca del futuro.
Dos salas fueron destinadas a un conjunto de acuarelas en las que proyectó fachadas, edificios y nuevas arquitecturas para ese lugar. Las fotos de su cotidianeidad que, por supuesto, no es la de un vecino más: en una partida de panajedrez, ese juego de su autoría “que tiene la ventaja de que ninguno pierde y todos ganan al fin”, o tocando el armonio con Lita de pie, o haciendo cartas astrales. También está el tablero con sus 13 casilleros y sus fichas hechas de palo de escoba y pintadas por Xul, y las cartas de tarot, entre otras obras. “Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, escribió Wittgenstein, y Xul Solar no hizo sino expandir ambas esferas. Ya había creado el neocrillo e iba tras la panlengua. En el Delta, pensó un sistema de escritura que combinó lenguaje verbal y visual y unas reglas que no eran ortográficas ni sintácticas sino morales. El aprendizaje de “pensiformas” o “grafías platiútiles”, así las llamó, era para llegar a una instancia espiritual superior.
En 1957, publicó, en la revista Lyra, Propuestas para más vida futura: algo semitécnico sobre mejoras anatómicas y entes nuevos, donde declaraba: “La imaginación ha precedido siempre, con mayor o menor número de pasos, las realizaciones científicas y técnicas del hombre. En esta era, que ya podemos llamar de los satélites artificiales, se nos aparece como una incógnita apasionante hacia dónde volará ahora la imaginación del hombre”. En ese escrito propone mejoras para el hombre futuro: injertos en las plantas de los pies para mayor desplazamiento e implantes de “colnursas”, un sistema de alimentación más perfeccionado para recién nacidos de un mundo superpoblado.
Borges lo definió como genio, muy por delante de su tiempo: “Previsiblemente, las utopías de Xul Solar fracasaron, pero el fracaso es nuestro, no es suyo. No hemos sabido merecerlo”.