No es nuevo que los escritores –argentinos o no– sean llevados a juicio. Hoy son más comunes las acusaciones de plagio y María Kodama, viuda de Borges y heredera de los derechos de su obra, ha obrado con particular celo en ello: hace unos años demandó al escritor español Agustín Fernández-Mallo, por insertar materiales protegidos por los derechos de autor en su libro El hacedor (de Borges). Remake. En esa oportunidad Editorial Alfaguara se hizo cargo de la petición de Kodama y retiró la edición, pero aprovechó para aclarar que quedaba pendiente una discusión estética: “Una de las muchas innovaciones que Borges trajo a la literatura fue la de usar procedimientos paródicos sobre sus propias influencias, sobre los autores que admiraba y se sentía influido”.
Sin embargo, los juicios a escritores no han sido exclusivos de Kodama ni el plagio ha sido el único motivo. Gustave Flaubert y Charles Baudelaire fueron juzgados a mediados del siglo XIX en Francia por ofensas a la moral religiosa y a la moral pública. Flaubert fue exculpado y Baudelaire condenado a pagar 300 francos de multa y a eliminar algunos poemas de su compilación. El fiscal, en su alegato contra Baudelaire, aprendió cómo había que referirse al juez para ganar: “El juez no es en absoluto un crítico literario, llamado a pronunciarse sobre modos opuestos de apreciar el arte y de producirlo”.
Los libros muerden: Un siglo después y en Argentina, el fiscal Guillermo de la Riestra llevaba a juicio al autor y a los editores de la novela Nanina, tal como consigna Lamborghini, una biografía, de Ricardo Strafacce, “por haber infringido con la publicación de la novela el art. 128 del Código Penal que sancionaba las exhibiciones o publicaciones obscenas”. Germán García, el autor de la novela, explica que eso pasó durante la dictadura de Onganía, “donde el catolicismo se quería entretener con esas cosas”. Agrega que de no haber tenido éxito el libro, habría pasado desapercibido, pero como lo tuvo, “la ligué”. En primera instancia fue condenado a dos años de prisión en suspenso, pero apeló y la condena se redujo a seis meses.
En 2009 Pablo Katchadjian publicaba silenciosamente El Aleph engordado con una tirada de doscientos ejemplares. Su planteamiento de engordar el cuento de Borges estaba explicitada en una postdata al final: “No quitar ni alterar nada del texto original, ni palabras, ni comas, ni puntos, ni el orden. Eso significa que el texto de Borges está intacto pero totalmente cruzado por el mío, de modo que, si alguien quisiera, podría volver al texto de Borges desde éste”. El libro no tuvo mayores repercusiones de prensa ni de ventas, aunque sí capturó el interés de algunos escritores. Uno de ellos fue el español Antonio Jiménez Morato que compró veinte ejemplares en 2010 para llevar como regalo a un congreso de escritores en Barcelona; para él era “uno de los más inteligentes textos en los que un autor joven homenajea al mismo tiempo que metaforiza la esencia del arte y la influencia de la tradición”.
El caso: En 2011, cuando Katchadjian ya había publicado las novelas Qué hacer y Gracias, María Kodama entabló una demanda por plagio por ese libro que ya había agotado su pequeña edición. En el Código Penal el delito de plagio prevé una pena de uno a seis años; Pablo Katchadjian tuvo que contratar los servicios de su amigo y también escritor Ricardo Strafacce. Ganó en primera instancia y en la Cámara de Apelaciones. El abogado de María Kodama, Fernando Soto, recurrió entonces a la Cámara de Casación y esta vez logró que el caso volviera a primera instancia, donde el juez, que antes había absuelto a Katchadjian, decretó su procesamiento y el embargo preventivo de sus bienes por $ 80 mil. Hoy, el autor de El Aleph engordado enfrenta días difíciles, de decisiones, y también enfrenta la posibilidad, lejana pero posibilidad al fin, de ir preso. Las aristas son muchas: desde si las leyes pueden limitar el ejercicio creativo hasta dónde es prudente que llegue el celo de los herederos de obras como las de Borges.
La querella: Fernando Soto es secretario de la Fundación Borges y abogado de María Kodama en este caso. El delito de plagio se le dice vulgarmente a usar la obra ajena como la propia pero, según este abogado, hay muchas más figuras aquí: “En el caso del señor Katchadjian además de eso, alteró dolosamente el título y el texto de uno de los cuentos más importantes de la literatura argentina. No sólo lo engordó, como él alega”. Según el abogado, la querella no busca ni prisión ni dinero, porque entre otras cosas en Argentina la pena máxima estipulada en este delito es de seis años, pero se toma la pena mínima: “Ni aunque el señor Katchadjian se pare ante el juez y le diga por favor métame preso, irá preso. Lo que queremos es que no vuelva a hacer una cosa similar, ni él ni nadie”. Con respecto a la indemnización, la querella pidió un peso más el pago de honorarios del abogado, pero Katchadjian dijo que lo tenía que pensar: “Luego le dije que desistía de mis honorarios y aun así no aceptó, de ahí que la mediación de Raquel Oppenheimer fracasara”. Eso ocurrió en 2013, antes de que la Cámara de Casación revirtiera la situación: “Entonces que no diga ahora que lo que queremos meter preso o sacarle dinero”. Fernando Soto plantea finalmente sus dudas sobre las motivaciones que llevaron a este autor a engordar El Aleph: “El dice que fue por respeto a Borges, yo me pregunto si cualquiera puede editar las obras de cualquier autor por respeto, alterando y agregando textos, suprimiendo lo que quiere y más encima añadiéndole ilustraciones”. Finalmente está convencido de que la estrategia dilatoria de la defensa al apelar al procesamiento “le está dando una publicidad que en su vida hubiera tenido”.
La defensa: Como siempre en cualquier materia hay dos visiones. En este caso el escritor y abogado Ricardo Strafacce afirma que la oferta de la querella no fue la que el abogado Soto describe; “porque efectivamente estaba lo del peso, un pedido de disculpas por escrito y el pago de los honorarios a él y a la mediadora, pero además no aceptaba desistir de la querella”. Strafacce aclara que la mediación se dio en el ámbito civil, y no en el penal que es donde Katchadjian está procesado y arriesga cárcel, y agrega que así como el abogado de Kodama apeló al sobreseimiento de su cliente dos veces, la defensa tenía todo el derecho a apelar al procesamiento: “Ahora si el colega no quiere dilación que desista de la querella, que recuerde que para el Ministerio Público no existe delito, de manera que la ‘causa’ sólo existe por impulso de la querella”. Este abogado recuerda que hay una postdata que aclara que el texto es de Borges y cuál fue el tipo de procedimiento que empleó el autor: “Katchadjian no quiso engañar a nadie y no procuró un lucro indebido, entonces no hay dolo”. En cuanto a la supuesta publicidad que estaría sacando su defendido, señala que es al revés: “La que quiere figuración pública es precisamente María Kodama, si no, nadie le lleva el apunte”.
Perito de parte: Beatriz Sarlo junto a César Aira, Jorge Panesi y Leonor Acuña fueron los testigos que presentó la defensa para declarar ante la Justicia sobre la validez literaria del texto de Katchadjian. Hasta el momento ninguno de ellos ha sido llamado a declarar, pero aquí Beatriz Sarlo entrega aire a la disputa legal.
“Es obvio que la ley atrasa respecto de la literatura y la teoría desde la segunda mitad del siglo XX. Kodama, que es la viuda de Borges, debería estar en condiciones de percibir la contradicción entre la ley y la literatura. Sin embargo, se ha dedicado a subrayarlas y a ponerlas en acción ejerciendo un derecho de propietaria.
“Yo creo que deberíamos ofrecer nuevas alternativas legales. Como vivimos en sociedades capitalistas donde el derecho a la herencia es respetado, habría que plantearse que las obras de arte son bienes cuyo doble carácter impone una legislación que les garantice a los herederos la plata, pero que no les permita ejercer el control absoluto sobre dimensiones estéticas o ideológicas. Podría pensarse en una comisión extrajudicial, integrada por especialistas, que se expida sobre cuestiones de plagio o usos intertextuales. Por otra parte, Katchadjian aclara perfectamente que El Aleph engordado lejos de ser un plagio que él se propone ocultar es un ejercicio con un texto clásico de Borges que sólo a un lector muy distraído (y que además omita leer la notita que agrega Katchadjian) le puede parecer de la autoría de otro escritor diferente al que Kodama defiende con uñas y dientes.
“Hay temas que deberíamos pensar: ¿por qué Borges no tiene una edición filológicamente establecida, con las variantes de textos y las exclusiones y tachaduras claramente señaladas? En la Argentina hay capacidad académica para encarar esa edición, pero no se ha hecho. Llegamos a la paradoja de que las ediciones confiables son las de aquellos escritores cuyos herederos intervienen menos o directamente no intervienen. Por ejemplo, la edición definitiva de Juan L. Ortiz de Sergio Delgado; o las ediciones de Saer, cuyos libros publica Alberto Díaz, el editor que fue su amigo, y que prepara Julio Premat con un equipo, con todos los borradores y papeles a la vista, sin interferencias. O lo que hicieron Aira y Strafacce con Osvaldo Lamborghini. ¿Alguien se imagina una biografía equivalente de Borges? Directo a tribunales”.
El testigo sorpresa: En el Borges, de Adolfo Bioy Casares, libro que retrata una amistad pero también una historia de la literatura argentina y de una época, se consignan varias discusiones sobre plagios. Una noche de 1956 los amigos discuten sobre los plagios de Stendhal y de Coleridge, Bioy se detiene en el del primero, que en su tiempo fue acusado de plagiar a Giuseppe Carpani: “Stendhal procede como una persona que es ante todo un escritor. Lo más importante para él es el libro que tiene entre manos; más importante que su reputación moral, su deber hacia sus colegas, etcétera”. Stendhal a diferencia de Katchadjian no puso en ninguna parte la fuente de dónde tomó los materiales para Roma, Nápoles y Florencia. Pero hay plagios que impactan más a Borges, sobre todo si tal conducta se repite y si el trabajo es mínimo; por ejemplo en 1959 al rector de la UBA Risieri Frondizi le descubren un nuevo plagio: la edición de Francis Bacon comentada, antes había hecho lo mismo con la edición comentada de un libro de Descartes.
Quizá donde el plagio se une a un planteamiento estético que llega al delirio es en el caso de unos escritores salvadoreños agrupados en torno a la figura de Alvaro Menen Desleal y su recreacionismo recreado, que tenían la idea de escribir usando como recurso el plagio, un plagio infinito. Borges recuerda que Menen Desleal estuvo en la cárcel en los 60 por ello y le preocupa la suerte de otro escritor salvadoreño que participa de aquella corriente.
Poco borgiana: Germán García cree que la postura de Kodama no es borgiana, porque “Borges no creía mucho en el autor, se burlaba bastante de eso, de hecho inventaba autores que no existían; la postura de Kodama no tiene nada que ver con él, más que nada es vindicar que la figura de Borges sólo existe para ella, como si estuviera fundida con su propia persona. Lo único que falta es que exija un permiso de lectura: si vos querés leer un libro de Borges, necesitás un permiso de Kodama”.
El escritor Federico Andahazi también fue acusado de plagiar un libro; en su caso tres peritos expertos en literatura fueron determinantes para obtener un fallo favorable. Hoy si bien el caso de Katchadjian lo tiene como espectador, parte de la regla que los derechos son universales, la excepción es una ventana de tiempo en los que esos derechos se reservan por un período, “pero”, aclara, “tanto el conocimiento como las ideas son universales”. Afirma que hay un exceso de celo más en los herederos que en los mismos autores: “No imagino a Borges preocupado por los plagios o por los derechos, tampoco me imagino a Borges demandando a Katchadjian, porque además tenía una exclamación para expresar admiración literaria, decía lo admiro hasta el plagio”. Para Andahazi estas demandas, en especial las vinculadas con la obra de Borges, son parte de una sacralización de la literatura, “donde todo es intocable, donde el proceso de canonización hace imposible tocar la letra, tocar la obra, y lo que se hace a la larga es un gran daño a esa misma obra”.
El acusado: Pablo Katchadjian está cansado de las entrevistas, de tener que pensar en su conducta a seguir en un proceso que se ha alargado ya cuatro años. En relación a los cambios que, según el abogado querellante, hizo además al texto de Borges, aclara: “Los cambios referidos por Soto es una errata, una sola”. Dice que al iniciar la querella el abogado de Kodama ocultó o no presentó el texto de la postdata donde explicaba los procedimientos de su trabajo: “Es más; dijo que no había aclaración sobre el origen del texto; después tuvieron que reconocer que había una posdata pero el caso ya había empezado”. Esta postdata es importante para Katchadjian porque demuestra que no hay dolo, por eso que la fiscal no siguió impulsando la querella. Está convencido de que para entender lo que hizo con el texto de Borges hay que hacerlo desde la literatura y no desde el derecho: “Es un trabajo de reescritura que usa como uno de los materiales el texto original, el problema es que hay que pensarlo como literatura y no como una edición, el abogado Soto está pensando mal, es un texto nuevo que antes no existía”. En cuanto a la publicidad dice que no le interesa: “Yo no presento mis libros, casi no doy entrevistas, cómo voy a querer una publicidad de esta manera”. Por último cuestiona las motivaciones de María Kodama y de su abogado, porque “si la intención, como dicen, es no llevar preso a nadie, para qué llevar adelante una querella penal”.
La acusadora: Intentamos contar con la opinión de María Kodama, pero en la Fundación Borges informaron que se encontraba en Japón.