“Después de todo era una niña de catorce años que estaba volviendo a su casa. Había visto cuando el Toyota dobló en la esquina y subió a la vereda. No entendía en qué momento se abalanzaron sobre ella y la metieron en ese auto de vidrios polarizados”. Avanza sin tapujos la nueva novela de Perla Suez La entrega en las primeras líneas. Geografía emocional familiar en la narradora, las cuchillas entrerrianas, y ahora, la temible traza de la trata de personas, que podría parecer en una lectura fugaz el pirulo perdido en cualquier portal de noticias, en compañía a la directa tapa del reciente libro de Edhasa. Suez pega el volantazo “porque me atormenta nuestra realidad capitalista de abusos y explotación. Hay temas que están sobre el tapete todo el tiempo, como la esclavitud sexual y la violencia de género, y que uno no le encuentra explicación visto nomás en el noticiario. Entonces, para explicar un poco la realidad, creo que los escritores trabajamos mucho con las conjeturas. Es todo tantear preguntas sin tener respuestas, pero conjeturando, tejiendo hilos e hilvanando, y por ahí puede aparecer otra posibilidad, otro modo de entendernos”, cierra esta maestra literaria del complot, el detritus nuestro de cada día.
“Pasaron varios años desde Furia de invierno y fue porque quería explorar la complejidad de los personajes de esta nueva historia, cómo se establecían sus lazos familiares, y cómo se rompían cuando la situación económica estalló”, adelanta la narradora, ensayista y editora de la trilogía entrerriana de los gauchos judíos (Letargo, El arresto y Complot). Las deudas del dueño de un aserradero acomodado de Villaguay arrastran a la familia, Mirta y las hijas Evelin y Mara, a una oscura fosa de negociados y corrupción con los oscuros personajes del menemato, que ya habían emergido en la última novela de 2019. Trastocando Suez el eje crónica periodística, Perla, que asistió de joven a cursos con Barthes y Lacan: “Yo imaginé que estos caracteres no tienen las herramientas que una familia más humilde hubiera utilizado, tal vez la solidaridad entre vecinos o familiares. Por eso también Juan Fabre, el protagonista, tampoco puede o sabe accionar demasiado en la crisis económica, porque no conoce cómo hacerlo. Nunca se ha visto en esa situación. Acá no aparecen las estrategias del marginal de mi anterior trabajo para adultos. Acá hay que esconder, hay que simular, bien de clasemediero. Por eso Juan sale a pegar carteles de Evelin por todo el pueblo, tapa ante su propia mujer, va mintiendo, pero ella también se va enganchando en una situación que no es muy santa”, advierte Suez la transformación de una madre del dolor.
Atalaya niño. Dividido en cortes temporales, con la inclusión del cuaderno en primera persona de Evelin y la carta desesperada de Mirta, Suez maniobra en un playón de rasgos reconocibles en sus trabajos previos, además de las habituales elipsis que vienen de la formación audiovisual. Y la niñez como punto panorámico, que se vislumbra temprano en su faceta de narradora infantil en Memorias de Vladimir (1991), o creando centros investigativos y revistas para la difusión de literatura juvenil, “el sueño de Evelin, lo que la mantiene viva en el prostíbulo, es volver a casa, a ver a su mamá. En el final, en el cuaderno, pongo toda la remembranza de ese momento idílico de la niñez. Para mí la ficción es como un río que corre. Y hay dos orillas, a veces me paso de una orilla, la infantil, a la otra, la adulta. Pero ahora pienso que la niñez quizá sea el fluido que bañe ambas costas. Debido a que los niños son los que van a hacer la sociedad del futuro, pero también son ahora parte del mundo que nosotros estamos dejando. Un ámbito social roto y sin salida casi siempre. Y porque mirar desde el niño elijo al narrar, algo que surgió seguro en aquella infancia curiosa de Basavilbaso, Entre Ríos”, cita la creadora de la joven mapuche Lum de El país del diablo, la novela ganadora del Premio Internacional Rómulo Gallegos en 2020.
¿Para qué escribir? Esta pronta entrega de Perla Suez, que se emparenta por sus tintes de novela policial negra con La inauguración, de María Inés Krimer (2012) –incluso el proxeneta de ambas se traslada en camioneta Toyota– y Cornelia (2016), de Florencia Etcheves, otra joven de clase media raptada que resiste, combina hábilmente elementos poéticos con relatos factuales, de fácil recuerdo mediático, y que garantizan la preservación de la memoria colectiva. Y de la protesta, “contra un mundo que nos está encarcelando, que nos está encerrando en un callejón. Como si todo tuviera que pasar por lo económico, donde sin el dinero no sos nadie. Y en una actualidad donde escasea el trabajo, y cuando tenés un trabajo no te alcanza, y ves la posibilidad de hundirte y ser un Juan Fabre más. Vivimos en un presente que me asusta mucho, sobre todo pensando en mis nietos o en mis hijas ¿Qué les espera? Era la pregunta que me hacía mi padre cuando yo era niña, qué mundo le espera a esta hija mía con el nazismo, con lo que pasó, con las pérdidas de familias enteras”, inquiere la cordobesa.
“Mis libros pretenden servir al lector para poder conjeturar y pensar”, señala la autora que trabaja en estos meses en un libro de fotografías suyas, tomadas en los años 60 en Europa, acompañadas de cuentos inéditos. Suez, que boceta novelas que son cuentos para habitar, “la literatura es un acto de conocimiento y de reconocimiento para que el otro pueda pensar, ¿si no para qué escribir? Hoy se escribe mucho, pero pregunto yo: ¿para qué escribir? Yo sostengo que el arte, no solo el de la escritura, de alguna manera nos alivia y nos permite tener la posibilidad de reflexionar y ser críticos y creativos. Nos posibilita resistir a un mundo que se cae a pedazos. El arte es el salvavidas”.
“Las palabras saltan como astillas cuando el miedo quiere apoderarse de mí, por eso escribo en este cuaderno”, rubrica Evelin en La entrega. Por eso escribe Perla Suez.