Durante algo más de dos décadas,
Elvio Gandolfo publicó diversos artículos sobre géneros en revistas y diarios.
Buena parte de ese material inhallable hasta ahora es el que compone
El libro de los géneros
, un intenso recorrido por los cuatro ejes que lo atraviesan:
ciencia ficción, policial, literatura fantástica y terror. Desde las
pulps norteamericanas hasta los últimos (fallidos) intentos de la industria, el crítico,
traductor y escritor retrata y analiza con apasionada y rigurosa vivacidad aspectos formales de las
obras de autores sustanciales de cada género: Chandler, Poe, Asimov, Conan Doyle, Dick y Stephen
King, entre otros.
—¿Como surgió la idea del libro?
—Conversando con Leonora Djament, de Editorial Norma, quien quería editar algo mío, y
me describía posibilidades de libros. Cuando dijo: podrías
reunir tus textos sobre el género: policial, ciencia ficción, fantasía, etc., supe
con exactitud que quería hacer eso. Había trabajos como el de la ciencia ficción argentina, o los
textos sobre Stephen King y Philip K. Dick, que mucha gente buscaba y no era fácil conseguirlos.
—Además, en tu doble rol de escritor y crítico, te permitís publicar cuentos de género
en el mismo libro donde los analizás.
—Me pareció interesante mostrar que los géneros no sólo son objeto de estudio para mí.
Aunque al mismo tiempo esos cuentos son algunos de los pocos que he escrito dentro de ellos.
Ahora estoy desde hace años entregado a la escritura de un libro de cuentos de terror:
hasta ahora tengo cinco, y debiera escribir cinco más, por lo menos.
—En la parte destinada a la ciencia ficción, incluís un apartado sobre la obra de
Philip Dick. ¿Cuáles fueron sus aportes al género?
—Fundamentales. Además de ser uno de los tres o cuatro autores clave del siglo XX,
tiene una capacidad de influencia tremenda. En el cine es hasta gracioso, no sólo por ser adaptado
cada vez más, sino porque te encontrás con gran frecuencia películas que no lo mencionan, pero que
no existirían sin él, empezando por The Truman Show, o Matrix. Su gran aporte fue tratar temas
teológicos, psicológicos o de la naturaleza de la realidad sin abandonar un solo elemento
constitutivo del género en su superficie más típica. Además, tuvo un gran sentido del humor, y una
capacidad infernal de sobrevivir a sus propios excesos.
—Y un delirio galopante…
—Un truco de los medios es tratarlo de loco, o de paranoico. Buena parte de la
responsabilidad se puede achacar a la biografía de Emmanuel Carrère que sacó Minotauro. Aunque la
lectura es fascinante, arranca tratándolo como tal. Mucho mejor es el enfoque de Lawrence Sutin en
la suya. La diferencia es simple. Carrère entrevistó sobre todo a sus ex: casi todas le dijeron que
Dick estaba del tomate. En cambio Sutin acorraló a sus psicoanalistas o psiquiatras con la
pregunta: ¿Estaba realmente loco?. Y más de uno contestó: Exactamente loco, no. Suele ocurrir con
los escritores.
—¿Vislumbrás un movimiento -como lo fue el modernismo con lo fantástico- que promueva
un nuevo género?
—Hace poco pensé en la
aparición probable del género borgeano, que sería no sólo de narraciones, sino
también de ensayos. Lo pensé al unir
Las palabras y las cosas de Foucault, con
El azogue de Mièville, con Inscribir y borrar de Roger Chartier. Tres libros que, según
confesión de los propios autores, no existirían sin Borges: los tres parten de citas breves de él.
Es posible que ocurra lo mismo con Dick. Creo que la clave de la capacidad generadora está en su
sentido del humor. Lem, otro grande, no ha generado mucho porque se enojaba con demasiada
frecuencia.
—Mencionaste a Mièville, un escritor excepcional ¿Hay algún joven escritor local que te
sorprenda escribiendo literatura genérica?
—Me pareció a la vez imaginativa y sólida la novela
El año del desierto de Pedro Mairal, que cruza hilos de una tradición literaria como la de
Bioy Casares con la energía narrativa de un Oesterheld en su zona de ciencia ficción, empezando porEl eternauta.
—¿Por qué considerás que se publica tan poco género en el país?
—Salvo períodos muy específicos, los géneros siempre dieron pérdida económica, o apenas
salvaron los gastos. En un momento donde la obsesión de la maquinaria industrial cultural no es
tanto ganar mucho como ganar muy rápido (una película define su destino en el primer fin de semana
de recaudaciones), a nadie se le ocurriría invertir en algo tan riesgoso.
—Bueno, y además no están más Holmberg, Lugones, Quiroga, Bioy, quienes escribieron
género del mejor.
—Mirá, un caso que me fascina por la prolijidad con que se complica la vida (y le
complica la vida al lector) es Marcelo Cohen. Me gustaban mucho sus libros de cuentos cortos y la
novela Insomnio. Hasta ahora sospecho que si se librara de esa necesidad sadomasoquista de
dificultad, ejercida ante todo con él mismo, sería un grande. Pero a lo mejor me equivoco, y es un
rasgo central de su obra. En mi caso, me vuelve cuesta arriba terminar sus libros, en especial el
último y gigantesco: Donde yo no estaba.
—¿Tienen algo más para decir (para dar) estos géneros?
—Todo tiene algo más que dar, siempre.