Esta semana el anuncio sobre las limitaciones al libre ingreso e importación de productos editoriales instrumentadas por la Secretaría de Comercio Interior está en boca de todos. La medida, como era de esperarse, causó gran revuelo en el mundo literario. Mientras muchos escritores se pronunciaron en contra de la resolución e hicieron escuchar sus razones, otros no ven la medida como algo necesariamente malo sino como un cambio que, acompañado de otros, podría ayudar a fomentar la industria editorial local.
En Twitter, los que se oponen a la medida esgrimen sus razones desde el hashtag #liberenloslibros. Uno de los primeros en pronunciarse sobre el tema fue el escritor y periodista argentino Hernán Casciari, creador del proyecto Orsai. El periodista, que ha vivido durante años en España, afirma que se quedó sin respuesta cuando lo llamaron de una radio española para preguntarle "por qué los argentinos no pueden recibir publicaciones literarias extranjeras, revistas científicas, novelas y ensayos en sus domicilios particulares".
Así, se pregunta en su columna de Orsai: "¿Por qué los paquetes de DHL o de Fedex que adentro tienen libros o tienen publicaciones van a quedar confiscados en un aeropuerto? ¿Por qué un científico tucumano que está suscrito a la revista Nature tendrá que viajar, cada mes, mil doscientos kilómetros para retirar su ejemplar de Ezeiza?".
Por su parte, el escritor Pablo Toledo, editor de Cultura y Espectáculos del Buenos Aires Herald y docente de inglés, tiene una opinión contundente: "La restricción de cualquier forma la circulación de discursos, de ideas, de obras y objetos culturales es una de las pocas cosas en este mundo de las que no me cabe la menor duda que está mal". Para Toledo, el cierre de la frontera es "dar un paso importante hacia el oscurantismo" y, en última instancia, "hacia el totalitarismo".
Según el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, la decisión de restringir la circulación tiene que ver con limitar el ingreso de productos editoriales que no cumplan medidas ambientales de contenido de plomo. Pero los escritores dudan que la medida tenga realmente que ver con esto. "El tema del plomo y las tintas es tan absurdo que ni merece una mención. Sólo ciertos impresos como las revistas ameritarían la revisión. Pero si las tintas las hicieran con el cianuro de Famatina, serían agua bendita", declara Toledo.
El poeta argentino Carlos Godoy tiene una opinión distinta del tema. Para él, "quien se queja de la medida por falta de libros no es un lector sino un fetichista del libro como objeto y un sujeto preocupado por representar sus consumos de clase en determinados objetos". El escritor aclara que, en su opinión, "las medidas de Moreno buscan promover la industria nacional". Para Godoy, hay tres ejes para pensar la cuestión: los empresarios, los consumidores y las alternativas. En cuanto a los empresarios, declara que "los que tendrían pérdidas importantes serían importadores y empresas editoriales argentinas que imprimen sus libros en el extranjero". En este sentido, para él la medida se traduciría en más trabajo para un mayor número de argentinos.
En cuanto a los consumidores, Godoy cree que los lectores están exagerando su posición. "Se trata simplemente de acatar la medida y esperar que la industria nacional reponga los consumos". En su opinión, "la indignación viene por la vinculación de los libros a las ideas y por las políticas de los gobiernos totalitarios del siglo XX". Sin embargo, declara que es una medida que ya se aplicó en tecnología e indumentaria. "Hubo desabastecimiento y nadie se quejó", dice.
Para Pablo Toledo, hay que tener en cuenta que la medida alcanza también a los manuales escolares y libros de arte que no se pueden fabricar en el país. Como docente de literatura inglesa en un profesorado nacional, Toledo declara que la medida es contradictoria: "El Estado les regaló una computadora a mis alumnos pero ahora les quita el acceso a la bibliografía de su carrera". Así se pregunta dónde se obtendrán ediciones argentinas en idioma original de William Shakespeare, Charles Dickens o Ian McEwan.
El escritor Damián Ríos, co-director de Recursos Editoriales y fundador del sello Blatt & Ríos, asegura que el tema es complejo y da para una discusión larga. "Si quieren hacer una medida de esas características deberían privilegiar la industria editorial local, con subsidios para comprar derechos y para imprimir". Para el editor, faltan incentivos para la industria local. "El mercado editorial de Argentina es muy pequeño. Contamos con venderle libros a argentinos y muy poco más", dice. "La demanda que hay en el país hace que no te arriesgues, muchas veces, a editar un libro del que sabés que vas a vender muy poco", declara. Y concluye: "Entiendo que es una cuestión de balanza comercial. Así y todo, no se explica del todo la medida".
¿La respuesta? Para Godoy, una alternativa viable sería pensar el e-book frente al desabastecimiento. "El verdadero lector sabe que la mejor forma de llevar a cabo esta actividad es con un e-reader". Para otros, sin embargo, la medida no hará más que incrementar la piratería de libros electrónicos. Perfil.com se comunicó con el filósofo Ricardo Forster y con el director de la Biblioteca Nacional Horacio González pero no quisieron hablar. ¿Hasta qué punto es legítimo restringir la circulación de textos para promover la industria local o, aún más, para cumplir con ciertas medidas ambientales? El debate queda abierto.