Conservadora, prácticamente ultramontana, la literatura suele ir varias décadas atrás de las veleidades vanguardistas del arte contemporáneo: cuando no es por ideología suele ser por tecnología. O por pragmática. Frecuentemente, también, por ignorancia. Por ello, el trabajo de Milton
Läufer (1979), argentino radicado en Nueva York desde hace varios años, se inscribe en un paradigma, más que desestabilizador, a contrapelo de lo que escribe con sentido literario en la lengua española. Con su novela Lagunas, una interfase que es posible descargar desde su página http://www.miltonlaufer.com.ar/lagunas/, ha llegado a poner la literatura en igualdad de circunstancias contra el evangelio multimedia que campea en el mapa de las artes. En diálogo con PERFIL desde la Gran Manzana, el autor respondió la siguiente entrevista.
—Tu formación es poco común con respecto al paradigma del autor latinoamericano, generalmente analfabeto tecnológicamente y conservador en gustos estéticos. ¿Cuál es tu formación profesional?
—Estudié Producción Musical y luego Filosofía en la UBA. Después hice una maestría en escritura en NYU y ahora sigo con el doctorado. Sin embargo, a los 7 años el padre del músico Ignacio Lois nos enseñó a programar y al poco tiempo yo me programaba mis aventuras conversacionales. Esto y el hecho de que mi padre, Leopoldo, sea escritor y escultor fue más fundacional que toda mi formación posterior.
—¿Eres un programador ilustrado o un escritor?
—Es frustrante dedicarse a disciplinas diferentes: los resultados tardan más en llegar. Me parece que hoy las divisiones se diluyen: no sólo por eso de la generación “slash” (ahora se es X/Z) sino porque híbridos raros pasan a lugares mainstream: por ejemplo, hace poco conocí al profesor del MIT Nick Montfort, premiado por sus aventuras conversacionales que hoy son consideradas obras literarias por derecho propio.
—¿Qué es “Lagunas”?
—Es un experimento cuya meta es que no se note que lo es. Es una novela que se genera con algoritmos y cambia para cada usuario pero el lector no percibe nada raro, a diferencia de toda la literatura digital generativa donde el resultado suele ser bastante inentendible. El argumento sucede en un futuro cercano: el protagonista huye de atentados relacionados con el uso de las impresoras 3D y se refugia en las montañas, donde conoce a Eve, una antropóloga francesa. Pero los atentados aumentan y sirven para disparar preguntas acerca de cómo vivimos actualmente y de cómo la sociedad y el individuo sostienen su relato, su memoria, acerca de cuál es su identidad. Por eso el cambio de cada copia no es sólo un juego formal: se relaciona con el tema de la novela.
—Es evidente que la figura del autor como la concibes va a contrapelo de lo que el establishment literario es capaz de digerir. ¿Cómo puede insertarse tu propuesta en una perspectiva de mercado?
—Puede insertarse tal como está hoy presentada: si lo pensás, la mayoría de los escritores jóvenes no sólo no ganan dinero con lo que escriben sino que además suelen perderlo porque pagan total o parcialmente sus ediciones. En mi caso, fue descargada por casi 700 usuarios.