CULTURA
ENTREVISTA A LAURA ESTRIN

“Si un libro entra en un género es porque no es literatura”

“Libro de autor. Impresiones de una francotiradora” es el último libro de Laura Estrin, investigadora, docente y ensayista. Entrerriana en Buenos Aires, se reconoce más como rusa que como judía: en el uso del idish, dice, hay un retorno a su Entre Ríos familiar, a las amistades y a una lengua que dejó la huella. Reconoce no saber qué es un autor, pero al mismo tiempo se siente capacitada para reconocerlo: “Si escribió “La obsesión del espacio” (Zelarayán) es un autor. Si escribió “De un castillo a otro” (Céline) es un autor.

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Estrin. La investigadora y ensayista dice: “Los géneros literarios son cajones para muertos.” | NESTOR GRASSI

Poeta, investigadora y docente en la Facultad de Filosofía y Letras (UBA) desde 1992 en las cátedras Teoría Literaria III y Literaturas Eslavas, investigadora en el Instituto de Literatura Argentina y en el de Artes del Espectáculo en el Área de Judeidad (UBA). Entre otros trabajos, Laura Estrin publicó César Aira. El realismo y sus extremos (1999), Literatura rusa (2012), El viaje del provinciano (2018), Memoria irreversible (2019) y Libro de autor. Impresiones de una francotiradora (2025), que publicó este año Editorial Universitaria de Villa María (Eduvim) y Editorial de la Universidad Nacional de Tucumán (Edunt). Laura Estrin nació en Buenos Aires, pero creció en Concepción del Uruguay y estudió en su célebre Colegio Nacional fundado por Urquiza en 1849, lo que da credencial entrerriana. Así como Ricardo Zelarayán, Laura Estrin también es como una entrerriana en Buenos Aires. Hace tres décadas vive en su casa de uno de los barrios porteños que aún resiste el avance inmobiliario de las grandes torres: Parque Chacabuco. Con Zelarayán cruzó amistad, literatura, y editó algunos de sus textos como Lata Peinada (2008) y Lenguaraces (2024), este último junto a Claudia Schvartz. Con su última publicación, Libro de autor, comenzó a trabajar en 2016: “Yo quería ver justamente cómo era eso que se había desdeñado tanto por la teoría literaria, como por el estructuralismo: el autor. Y bueno, a partir de ahí, todo lo que leía lo derivaba a ese archivo que decía ‘figura de autor’. Y así, todo lo que iba leyendo: Milita Molina, Gombrowicz, los escritores de los que uno no puede salir. No a los que uno vuelve, sino de los que yo no puedo salir. Son los que me enseñaron lo que es la figura del autor (...) Una especie de espiral de lectura y de crítica. Una especie de ir al lugar donde uno ya estuvo porque de ahí sacó la información y ahí la va a ver brillar”.

En cuanto al subtítulo del libro Estrin aclara: “El tema de la impresión viene por tratar de definir lo que hago y creo que voy por raptos de impresión. Pero en realidad lo de la francotiradora es un nombre que me encanta, me lo puso Juan Carlos Gómez, el amigo de Gombrowicz, y pasó a formar parte de esa larga lista de ‘gombrowiczidas’ que él leía y con los que conversaba y escribía durante más de 20 años, y me llamó ‘la francotiradora’ en ese texto que puse como cierre del libro. Y de ahí viene ‘Impresiones de una francotiradora’”.

Sobre la figura de autor en la literatura no cree que exista una definición precisa: “Me parece que es una cosa como existencial, en el sentido de una filosofía de ejemplos (...) De antemano no sé quién es un autor, pero si escribió La obsesión del espacio (Zelarayán) es un autor. Si escribió De un castillo a otro (Céline) es un autor. Si escribió De solo estar, Castilla es un autor. Es decir, es de la contundencia de una escritura. Con Shklovski, de la elocuencia de una escritura. De lo ‘sin retorno’ para Néstor Sánchez, la frase de una escritura, eso que no tiene retorno, eso es un autor (...) Yo tengo la imagen de Arlt que una vez leí que lo esperaba a Castelnuovo cuatro o cinco horas sentado en un banquito, supongo que en un edificio de pensión, para charlar con él. Esa soledad de estar cuatro o cinco horas esperando a alguien es lo que hace un autor”, sostiene Estrin que dice sentirse definida por la lírica, que es lo que realmente le interesa de la literatura. “Escribo poemas desde siempre, desde toda la vida, desde los 11 años. Y lo que me define y me interesa es lo lírico”.

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Estrin rechaza también la clasificación de la literatura en géneros y asegura que “son cajones para muertos. Si un libro entra en un género es porque no es literatura”, y está convencida que “Macedonio es un tipo que hoy no tendría lugar, no tendría editorial, no tendría lugar en ningún lado. No, porque no es clasificable, es un disparador universal, es muy superior a Borges”.

Hay también en ella un retorno a su Entre Ríos familiar, a las amistades y a una lengua que dejó la huella: el idish. Su madre era de Villaguay, cuna de las comunidades agrícolas judías del siglo XIX. Laura aclara: “Yo, la verdad es que más que judía me reconozco como rusa, porque todos mis bisabuelos son rusos”. Acaba de terminar de escribir un libro aún no publicado que se llama La provincia judía y hace referencia a la marca de esa lengua: “Nicolás Rosa decía que yo pensaba en idish y escribía en español, en castellano (...) Y bueno, vuelvo judíos a todos los que me interesan. Porque yo siempre incrusté algún tipo de música del idish, porque el idish es más que nada una música para mí, una música de palabras. Yo siempre incrusto en mi poesía el idish. Me servía para decir cosas que no las podía decir de otra manera, pero también en el lenguaje cotidiano”.

Estrin cuenta que en su familia se hablaba un idish “como el que hablaban los lituanos, como hablaban los rusos. No un idish polaco que es bastante diferente. Mis abuelos hablaban idish, pero el idish era la lengua familiar, del humor familiar, del requiebro. Y bueno, recordar una palabra para mí es recordar un mundo. Es como, ¿viste cuando en Entre Ríos nos sentamos en la vereda? Sobre todo en verano, nos sentábamos con banquitos en la puerta y el deporte era ver pasar a la gente y sacarles el cuero. Y el idish era una parte fundamental de eso, porque fundamentalmente todos los que pasaban eran shlepers, que quiere decir desgraciados. Todas las palabras del idish nos causaban gracia porque eran motes. Lo que Zelarayán trabaja con los apodos. Es eso”.

La renuncia ética

LAURA ESTRIN

El cambio artístico que ocurre en el pasaje del siglo XIX al XX es significativo con su crisis/reflexión propias de los finales; en ese corte que algunos suponen en la entreguerra, el arte emprende dos caminos diferentes, para decirlo de modo esquemático. Por una parte, se asiste al intento de eliminación del yo y a su reemplazo por el nosotros. Esto se produce en muchas artes: el individuo pasa a contar poco donde solo existen las masas, es la formación del colectivo sin hombre –dice Hugo Savino citando a Nadiezhda Mandelstam. Es el proyecto estético totalitario de un arte que se fabrica en grupos, sin la experiencia individual porque no hay autor: lo mataron literalmente en el Gulag y en el Holocausto, como puntualmente dice Tsvietáieva en “a mis poetas los mataron” o “murieron por falta de aire”, según Berbérova (...) Pero, por otra parte, se asiste al surgimiento de un yo sin nosotros, es decir, a una subjetivización extrema que renuncia a toda zona o historia común, una renuncia ética si entendemos que la poética es una ética en acto, es volver sujeto al otro –dirá Meschonnic.

Fragmento de Libro de autor. Impresiones de una francotiradora, Eduvim/Edunt, 2025