CULTURA

Sobre mi nueva novela, ‘El vendedor ambulante’

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El vendedor ambulante tiene una historia. Alguien llega a alguna parte, se convierte allí en testigo de un asesinato, se convierte en sospechoso porque (allí) es un forastero, él mismo sospecha, busca indicios, es perseguido, golpeado brutalmente hasta que canta, es dejado en libertad, pasa horas sentado sin hacer nada, es testigo de un segundo asesinato, sospechan otra vez de él, lo detienen, lo encarcelan, lo dejan en libertad, pasa horas sentado, medita, da vueltas por ahí, medita, repara en algo que nadie ha percibido, se pone en camino, desenmascara al verdadero asesino y todo queda en orden. Sin embargo, yo no inventé esta historia; la historia la encontré; se trata grosso modo de la típica historia de una novela policial. El esquema de esta historia fue el modelo para representar temor, miedo, espanto, persecución, tortura, angustia, dolor. Mediante el esquema de la novela policial, estos estados y acciones fueron puestos a prueba literariamente. Una forma de representación literaria canonizada ya hace mucho tiempo, ¿qué podía ofrecer aún para representar la realidad, mi realidad? Así que exploré el esquema de la novela policial buscándome a mí y, a la inversa, busqué en mí aquello que ya estaba tan determinado por esquemas literarios que se correspondía con el esquema de la novela policial.

Examinando este esquema, abstrayéndolo, volviéndome consciente de sus reglas inconscientes, pensé que podría llegar también a nuevas posibilidades de representación de mi realidad, porque las posibilidades de representación literaria que existen hasta el día de hoy me resultan imposibles, y no me dicen nada, ni me ofrecen nada que pensar ni con lo que jugar. Quise volver a hacer real un esquema de representación propio de la “literatura popular” y mostrar nuevas posibilidades, también a los lectores: nuevas posibilidades de lectura, de juego, de reflexión: de vida. Me fascinaban las pautas de representación del crimen: ¿Por qué antes de que ocurra el asesinato de repente sólo se describen cosas? ¿Por qué antes de que se descubra el cuerpo inmóvil de un cadáver suelen describirse objetos que se mueven violentamente: un postigo que golpea, una puerta que suena rítmicamente? Quería que estos esquemas del espanto volvieran a ser experimentables, efectivos. Si lo que me había propuesto era representar el mundo del espanto y causar espanto, no podía evitar las formas de representación literaria que ya existían. Tuve que considerar estas formas, reflexionando sobre ellas y analizando si servirían nuevamente: porque mi representación del espanto, incluso mi experiencia del espanto, debía estar determinada por todas las representaciones del espanto existentes hasta ahora: mediante el esquema de representación literaria, la experiencia del espanto se había convertido en el esquema de una experiencia. Se trataba sobre todo de que yo lo hiciera consciente. Quizás así, el esquema volvería a ser una posibilidad.  

Tampoco quería mostrar la persecución, la tortura y la muerte mediante la habitual concatenación de frases que se deslizan y se suceden lógicamente. El ordenamiento mismo de las frases debía colaborar en la representación del espanto; las articulaciones de las frases debían tener significado. La estructura ilógica de las frases tenía que contar la historia del espanto. De la misma manera que en los estados de miedo los objetos no tienen nada que ver entre sí, también aquí parecería que con el miedo las frases no tuvieran nada que ver entre sí. Cada frase es independiente. Si el lector quiere buscar una historia, sólo podrá orientarse en el esquema externo de la historia policial, no hay ninguna historia que buscar, las frases no se dejan unir lógicamente; al lector no se le narra una historia particular, inventada; el lector sólo hallará frases reflexivas y frases que son respuestas reflejas al esquema argumental externo. En ellas el lector puede encontrar su propia historia: las frases de la novela le ofrecen materiales, no lo apartan de sí mismo con una historia fabulada, sino que le permiten acceder a su sensibilidad, a su predisposición a dar respuestas, a su sentido de lo posible. La novela no transcurre ni en Los Angeles ni en Berlín, ni en otoño ni en invierno: transcurre en el lector que la lee; y en este sentido, quizás también en Los Angeles y en Berlín, en otoño y en invierno; en el cine, entre el corto y el largometraje.

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