Después de escribir, el domingo pasado, acerca del peligroso límite de saturación al que se dirige el mercado editorial, entre el lunes y el martes llegaron a mi escritorio decenas de paquetes que contenían, a su vez, decenas de nuevos títulos que ya abarrotan las mesas de novedades de las librerías. No es nada personal: son las fiestas de fin de año y la proximidad de las vacaciones, es decir, la máxima oportunidad que tienen los agentes de la industria cultural para ajustar sus balances anuales. Pero: ¿cómo elegir qué comprar en medio de este tsunami textual? ¿Cómo señalar brillos en el fango, sin caer en la recomendación explícita? Mi idea es que no se puede.
Y mi consejo: eludir los lugares comunes del consumo, vivir el dulce escozor de traicionar las decisiones evidentes. Entonces, lector: tómese dos segundos de más y evite comprar los libros de siempre –Pigna, Coelho, Allende, Vargas Llosa, Restrepo, Andahazi, pero también Borges, Bioy y Cortázar. Hay otros títulos, más frescos, arriesgados, divertidos: en fin, caminos mejores y menos transitados. En ficción local: Montserrat, de Daniel Link (Mansalva); Ocio, seguido de Veteranos del pánico, de Fabián Casas (Santiago Arcos); Sierra Padre, de María Martoccia (Emecé). Extranjera: Kafka en la orilla, de Haruki Murakami (Tusquets). Ensayos y biografías: Bosquejo de la infancia, de Thomas De Quincey (Caja Negra), y María Antonieta. La última reina, de Antonia Fraser (Edhasa). Crónica y periodismo: Yo fui un porno star y otras crónicas de lujuria y demencia, por Cicco (El cuenco de plata).
Llegaron a la redacción por estos días, también, sepultadas por el peso de los libros, dos revistas. La flamante 2046 –revista de literatura sin literatura, así se define– y el último número de Otra parte. Esta última abre con un artículo llamativo, titulado “Revancha”:
Alan Pauls, uno de los prosistas más destacados de la narrativa argentina contemporánea, leyendo críticamente la literatura de épica barrial de Fabián Casas. Pauls se sirve de los libros –breves, nostálgicos y violentos– de Casas para repensar conceptos como el populismo y la nominación, y tópicos como la adolescencia y el pasado convertidos en objetos privilegiados de la narración.
Pero quizá lo más interesante no sea ni la comparación que Pauls establece entre Casas y Roberto Arlt –“el capital de sadismo socarrón que ambos invierten en relación con la cultura”–, ni el ambiguo elogio donde lo señala como el autor de “los mejores principios de relato de los últimos tiempos”. Meses atrás, en la misma publicación, Marcelo Cohen escribió un artículo en el que trazaba un mapa de la literatura argentina actual, y la dividía en “infraliteratura”, “paraliteratura” e “hiperliteratura”. Casas, como Washington Cucurto, integraban la primera de estas clasificaciones. A lo de Cohen se suma ahora lo de Pauls, y también la lectura que hace Beatriz Sarlo de “la hipérbole de la lengua baja” y el “populismo posmoderno” de los relatos de Cucurto, en Punto de Vista de diciembre.
Es decir: si bien parece demasiado temprano para preguntarse por la incidencia de las poéticas de Casas y Cucurto en la literatura argentina, la confluencia de lecturas desde las páginas de estos órganos de pensamiento, hasta hace poco impensadas, indican con claridad que algo está sucediendo con ellas.