No sé qué decir de la muerte de Ricardo Piglia, que me conmueve profundamente. Escribí sobre su literatura, discutí con él sus novelas, le escuché contar historias con una gracia irrepetible, le reproché alguna metida de pata, le pedí consejos para algunos proyectos que él auspició con generosidad infrecuente.
Pienso que yo, como muchos, pensaba que Piglia siempre iba a estar ahí, a lo mejor enfermo, como en los últimos meses, pero siempre pensando y escribiendo.
No sé qué decir sobre la muerte de Ricardo Piglia salvo que me parece injusta, prematura, inconcebible.
Aunque queden sus libros, Ricardo era un escritor de frases. Conversando, decía, por ejemplo, “para Walsh la literatura era como una adicción”. Sólo eso, y con eso nos daba años de trabajo para pensar a Walsh en esa línea.
Lo mismo hizo con Borges, con Arlt, con Gombrowicz, con Cortázar, con las formas breves que tanto le interesaban aunque no las cultivara desde sus primeros libros.
Yo, como tantos otros, le debo mucho a Piglia, pero sobre todo, le debo un modo de sociabilidad que no renunciaba a los principios pero que tampoco los ponía por delante de la curiosidad mundana.
Me divertía esa manera de hablar ladeado que tenía (y que muchos quisieron imitarle), de rascarse la cabeza mientras iba pensando e hilvanando referencias. Sabía mucho, Piglia, pero no le gustaba que se notara. El lujo, aunque fuera cultural, le parecía guarango.
El único lujo que se permitía era el de la frase, las cláusulas elegantísimas de las frases que armaba, la relación inesperada entre lugares argumentativos lejanos.
No sé qué decir de la muerte de Piglia, no sé qué pensar. Estoy harto de que se me mueran las personas, los amigos, los maestros.
Estoy harto de la hostilidad del mundo y de tener que enfrentarla cada vez más solo.
Y estoy harto de que algunos quieran aprovechar la circunstancia para ocupar el lugar que Piglia deja vacante. No hay forma, ese lugar es imposible de ocupar por muchas razones, que involucran una sensibilidad al mundo y a la historia, una esperanza de transformación social (que Piglia nunca dejó de sostener), un amor a la escritura y a los géneros, incluso los más viejos, los más anacrónicos, una curiosidad por los pormenores narrativos (que son también los de una vida).
No sé, no sé qué decir salvo gracias Ricardo, por todo lo que hiciste por nosotros, por todo lo que hiciste por mí. No hay manera de saldar esa deuda, salvo recordarte con alegría y traspasar a los más jóvenes una idea de novela, una idea de literatura, una idea de historia y una idea de comunidad (sé que esos temas te importaban). Esas ideas, que parecen ideas menores en un mundo que cada día se acerca más a la catástrofe, sin embargo, son ideas en las que se puede fundar un mundo. Lean a Piglia, traten de entender la ética que de sus libros se deduce, el amor al presente que sostienen. Lean a Piglia. Sepan de dónde viene todo lo que nosotros podemos sostener.