CULTURA
el anacronismo interminable

Una política en extensión

A partir de los diversos paratextos al interior del libro, Luis Gusmán lee en clave lacaniana el libro de ensayos de Jorge Jinkis, una obra que, en opinión de Luis Chitarroni, “detecta el crucigrama de la memoria y el deseo y agrega, de paso, como involuntariamente, el peso de la historia”.

20200621_jorge_jinkis_anacronismo_cedoc_g
Soportes. El psicoanalista Jorge Jinkis y la portada del libro de reciente aparición, publicado por la editorial 17grises. | cedoc

Es habitual que el cuerpo de un texto tenga lo que se podría llamar “extensiones”. Las notas a pie de página forman muchas veces parte de ese cuerpo. Podría citar El beso de la mujer araña de Manuel Puig; pero también Facundo de Sarmiento, donde la cuestión de las extensiones se desplaza en el territorio de la página: de las notas al pie a los epígrafes. Se puede hacer incluso una lectura legítima del gran texto sarmientino desde esos extremos que van como poblando ese desierto que unas veces toma el nombre de la llanura y otras veces el de la pampa. Fenimore Cooper, uno de los escritores preferidos de Sarmiento, decía que los epígrafes concedían un soporte físico: un soporte imaginario para una escritura que lucha por fundarse.

El anacronismo interminable de Jorge Jinkis se parece un poco al Facundo. Es, como el de Sarmiento, un libro importante y decididamente político, donde la argumentación, los epígrafes y la cosa política se desplazan continuamente del centro de la cuestión hacia los márgenes: para Jinkis, pensar es desalojar la discusión de los lugares estereotipados donde suele refugiarse.

Por eso, el desplazamiento entre epígrafe y notas al pie es, en este libro, una articulación de lectura. Quiero decir: muestra cómo el lector mismo se desplaza, se transforma y se reconoce en una cuestión de principios. Las marcas están ahí para indicar dónde resuena el encuentro con el tema, pero no a dónde se dirige. Los epígrafes no son ilustrativos ni cosméticos; no se apela a ellos por el prestigio metonímico de la cita. Son formas de una lengua viva, escritura en movimiento. De golpe, el lector advierte cómo se entrometen en el texto para interpelar, para interceptar, para afirmar o negar; nunca para decorar.

En la carta del 4 de diciembre de 1896 dirigida a Fliess, Freud le comenta a su amigo que al comienzo del trabajo sobre La psicología de la histeria va a colocar un epígrafe en cada parágrafo. En el dedicado a la “Resistencia” coloca en efecto una frase de Goethe de los Zhame Xenien que escribía con Schiller: “Sé breve. El día del juicio… no será más que un pedo”. Goethe y Schiller, amigos e ironistas, habían compuesto esa serie de “epigramas” (la etimología original también admite la significación “regalos”) que solían utilizar para abrir o cerrar un comentario irónico sobre un crítico enemigo u opositor. Un salto en el tiempo y el espacio del lenguaje que, como lector freudiano, Jinkis pone a trabajar en el texto. El anacronismo funciona como desencadenante y define un tipo de práctica de lectura.

Borges decía que, si bien cometer un anacronismo no es un delito previsto por el Código Penal, pero sí por el cálculo de probabilidades y por el uso, no hay manera de no incurrir en él en el simple y cotidiano uso de la lengua. De ahí que tenga razón Jinkis al subrayar su carácter “interminable” y al disponer de él en su paradójica extensión. 

El resultado está a la vista. Jinkis muestra cómo lee en la manera en que escribe lo que lee. Esas dos operaciones inseparables en el ensayo constituyen lo que llamo “política de la lengua”, la manera en que el estilo pasa de la lectura a la escritura y se entromete en cuestiones espinosas del pensamiento al que no se puede renunciar. Por esa razón, el de Jinkis es un libro serio. Y su seriedad aparece especialmente subrayada en un epígrafe de Lacan que Jinkis incluye en él: “Lo que caracteriza a Freud y a Marx es que no boludean. Eso se nota en lo siguiente: es al contradecirlos que uno corre el riesgo de deslizarse fácilmente en el boludeo. Ellos desordenan el discurso de quienes quieren combatirlos. Ellos los petrifican en una especie de recusación académica, conformista, irreductiblemente retardataria”.

La lucidez con que Jinkis se apropia del señalamiento lacaniano se puede ver a lo largo de todo el libro. Pero el ensayo “Una vez como tragedia otra como farsa” lo muestra cabalmente. Allí, en la frase y en el título elegido, ya están en juego dos tiempos y dos formas (la tragedia y la farsa), pero Jinkis se corre del ejercicio de la reflexión por contraste y cita una frase de Lacan que cambia el foco de abordaje: “los modernos han perdido el sentido de la tragedia”. De una conferencia de Masotta donde hace referencia al golpe militar que en 1973 derroca a Salvador Allende, Jinkis trae la cita lacaniana que desmonta con aguda minucia. La lee inscripta en una argumentación apremiante; es decir, en una escena donde los acontecimientos políticos y sociales se imponen: “La sombra apremiante de aquel presente desencadena la réplica: que no es cierto (afirmación que alude a una verdad), que los modernos (heredero del desgarro que afecto a cierta ilustración), el sentido (el loco que cree en el saber del síntoma). La cuestión es la tragedia”. Lo que rige el análisis no es pues ni la negación ni la afirmación del no es cierto, ni los modernos, ni el sentido: todos los significantes llevan a la proposición: La cuestión es la tragedia. Desde allí Jinkis va a la cita y ve lo que falta: las palabras han perdido. Pero, como lo que falta también retorna, las palabras cuya ausencia subraya el análisis están en el epígrafe de Lacan que abre el texto de Jinkis: “Lo propio de un nuevo discurso es renovar lo que se pierde en el torbellino de los discursos antiguos, justamente el sentido”.

A esa renovación se dedica el libro de Jinkis. Por eso se desarrolla en un tiempo y una dimensión que no oculta los tropiezos y las vacilaciones, llevado por el arte de la réplica y el anacronismo interminable. Una argumentación atenta a aquello que, de manera flotante, latente, tiene efectos decisivos en el sentido del texto.

La erudición de Jinkis es siempre deslumbrante pero nunca represiva. La suya es una réplica que invita a la réplica, a la extensión, porque parte del principio ético fundamental de que la palabra justa es la palabra compartida. Es decir: la palabra pone a la argumentación por encima del Saber, porque la concibe destinada a un lector enterado de que la cosa freudiana está siempre en otra parte, como perdida, como en falta, pero siempre está.