De Fogwill (1941) a Ignacio Molina (1976), distintas generaciones escriben sobre Malvinas. Su experiencia diferente no se dice de la misma manera. Los testimonios son reveladores: “Hay una experiencia fundamental que marca el quiebre entre los que nacimos después de los 60: la guerra de Malvinas”, reflexiona Grisel Pires dos Barros, licenciada en Letras. “Yo era una nena en 1982; ellos eran adolescentes; yo escribía en el colegio cartas para los soldaditos, ellos eran amigos de colimbas que esperaban que no les tocara tener que jugarse la vida. A los dos grupos lo que nos pesa sobre todo es el vacío, el agujero de sentido en la Historia, pero ése es probablemente tanto el punto de contacto como el de divergencia.”
“Las Islas es una autobiografía al revés, un negativo”, cuenta Gamerro (1962). Escribió sabiendo que otros de su edad combatieron. Leopoldo Brizuela (1963) dice a PERFIL: “yo pertenecía a la clase que fue convocada, zafé por prórroga universitaria. Ahora, siento que estoy viviendo de yapa.” Su novela Inglaterra. Una fábula (1999) no habla de la guerra pero está marcada por Malvinas: “hablo de la Inglaterra que puede imaginar un argentino de mi generación, de una zona de la imaginación argentina en amor y conflicto.” La educación y formación cultural de Brizuela y Gamerro tiene tradición: son argentinos educados desde niños en la cultura inglesa, que terminó resultando, dice Brizuela, “el gran amor y el peor enemigo”. Escuchemos a Borges: “les tocó en suerte una época extraña”. Así empieza Juan López y John Ward, su poema sobre Malvinas. “Sentía que los militares argentinos eran más enemigos nuestros que los propios ingleses”, relata Brizuela. Borges imagina a López y Ward enfrentados (“cada uno de los dos fue Caín, y cada uno, Abel”), Ward ama el Quijote, López a Conrad. Ni Brizuela ni Gamerro fueron López, los salvaron la universidad, la clase social, el azar. Pero amaron a Conrad como él, tienen memoria, se niegan a gozar de privilegios.