No hay nada más lindo que salir campeón. Pero eso puede ser incluso más gratificante si se concreta con una actuación, un juego, como el que ofreció anoche Rosario Central en Santiago del Estero ante Platense. El Canalla festejó, hizo delirar a una multitud que viajó desde su provincia y gozó –porque el verbo ideal es ese: gozar– por cómo jugaron Maximiliano Lovera y Jamilton Campaz. Lo de Campaz no fue nada nuevo, porque ya venía brillando a lo largo de toda la Copa de la Liga. Pero lo de Lovera fue sorprendente: de repente, el mediocampista se convirtió en un futbolista de élite, en un artista de la pelota, capaz de fabricar un golazo de antología, que le calzó justo a una final con ese marco: apiló rivales a lo Messi o Maradona, entró al área y definió cruzado. Un golazo que no fue solo un golazo: fue el inicio de un partido que tuvo, además, caños, asistencias exquisitas y demás cuestiones.
Central mereció ganar. Lo neutralizó a Platense durante todo el primer tiempo, aunque también sufrió algunos contratiempos por lo mal parado que quedaba. Ése y un par de situaciones que salvó Fatura Braun en el segundo tiempo fueron los momentos más aciagos del nuevo campeón.
El gol de Lovera fue clave porque además de romper el cero, también rompió esa esquema de partido en el que Central atacaba y Platense contraatacaba. Fue un punto de inflexión, el punto de partido para los festejos que se extenderían por casi 800 kilómetros por la Ruta 34.
Fatura Broun, figura en las definiciones por penales contra Racing en cuartos y contra River en semifinales, tuvo su momento de gloria, su reinvindicación histórica en esta final en el minuto 24, cuando Zalazar la puso en el ángulo. Era un golazo, pero Fatura voló como vuelan los superhéroes y la sacó al córner. Después, solo quedó la desesperación de Platense y las contras subestimadas de Campaz. Ya no importaba. El Negro Olmedo, el Che Guevara y sobre todo el Negro Fontanarrosa ya estaban festejando en algún lugar de la galaxia.