En la previa a este partido, para los entrenados por Phelan la clave estaba relacionada con intentar superarse a sí mismos. Con eso alcanzaba. Ningún aficionado con conocimientos mínimos tenía en su cabeza una victoria.
El objetivo central para Los Pumas era intentar durante todo el partido obtener todas las pelotas propias y luego, disponer de ellas de manera inteligente. Jugar bien y quirúrgicamente.
Cuando enfrente están los All Blacks esa superación tiene que ver con, principalmente, hacer las cosas básicas del rugby de forma simple y con un nivel de cuasi perfección. Eso incluye maduración y experiencia relacionadas con la toma de decisiones dentro del campo. Muchas cosas juntas para que el equipo argentino deje de ser el de las derrotas dignas.
Durante los primeros veinte minutos, las formaciones fijas funcionaron de acuerdo a esa premisa. Y el scrum, siempre el scrum, fue el mascarón de proa de una ilusión de que esa mejora en el juego se sostuviera. Desde la pesadilla de Soweto, esa formación reapareció en su esplendor. Todo lo bueno duró hasta los 22 del primer tiempo y desde ahí en adelante, se acabó. Se empezó a jugar como se podía, muy forzadamente. Camino equivocado. Ellos juegan siempre bien. Ganan y no dejan dudas.
Los All Blacks tuvieron además un segundo tiempo bueno, simple, prolijo, efectivo y eficiente a la vez. Y entonces, los argentinos empezaron a fallar tackles, la muralla empezó a ceder y tres tries fueron suficientes para dejar en claro que para jugar ante los hombres de negro hay que hacer todo bien.