DOMINGO
Una historia de fugas que puede acabar en EE.UU.

Chapo, el extraditable

En estos días, la Justicia mexicana dio un paso fundamental en la lucha contra el narcotráfico al anunciar que es muy posible que uno de sus capos emblemáticos, Joaquín “el Chapo” Guzmán, sea extraditado a Estados Unidos. México sigue así la estrategia que Colombia aplicó, con éxito, en el pasado. La novelesca vida de un hombre que puede acabar sus días en una cárcel y en el extranjero.

Pensativo. En los próximos días se decidirá su extradición a Estados Unidos. <br>
| AP / AFP<br>

La noticia corrió como pólvora y los medios de comunicación del mundo entero la confirmaban: Joaquín “el Chapo” Guzmán había sido capturado por tercera vez. El 8 de enero de 2016 un comando de la Marina mexicana logró poner fin a una búsqueda que se había iniciado seis meses antes.
Recuerdo que el domingo 12 de julio de 2015, cuando desperté a las 5:30 de la mañana para comenzar mi rutina diaria, tenía en mi celular una cantidad de mensajes que hicieron que me levantara más rápido que de costumbre. La noche anterior, a eso de las 8:52, había sucedido lo que nadie esperaba, aunque muchos pudiéramos haberlo imaginado: se había fugado el Chapo Guzmán.
Los mensajes, que venían de diferentes remitentes –autoridades estadounidenses y mexicanas, bandidos, narcos, periodistas de todas las latitudes y gente común– coincidían en que informaban sobre lo mismo: la fuga del Varón de la Droga.
Mi primera reacción fue como la de todos: asombro e incredulidad. Pero cuando a eso de las seis de la mañana, las noticias corroboraron la información de los mensajes, sentí curiosidad por saber cómo había sucedido lo impensable. El penal del Altiplano, donde el Chapo estaba pagando por sus actos, era el más seguro de México, al menos hasta ese día. Desde entonces sigo impresionado por la precisión con la que construyó el túnel de 1.500 metros. El riesgo no fue su diseño, ni siquiera su construcción; el cambio en una sola de sus variables habría bastado para que todo fuera a dar a la chingada. Si la dirección del penal hubiera decidido cambiar de celda al Chapo o hubiera escuchado las denuncias de los otros presos ante semejantes ruidos, el plan habría fallado.
Según las últimas informaciones que me llegaron en ese momento de fuentes fidedignas, el Chapo estaba completamente seguro de que nada alteraría el plan que tenía. Entre las muchas versiones que circularon hay una que asegura que, en el predio donde se encontraba la salida del túnel, había un helicóptero esperándolo con uno de sus hijos a bordo para llevarlo a un destino desconocido. Esa misma versión asegura que capturaron a los pilotos, pero se ignora la razón por la que las autoridades no han sacado a la luz pública semejante noticia. De ser cierto, lo que resulta más difícil de creer es cómo es posible que aterrice un helicóptero a tan corta distancia de una prisión de alta seguridad sin que nadie vea ni diga nada.
Como narro en las siguientes páginas, el Chapo había utilizado su capacidad de convencimiento y corrupción para escapar en 2001. Igual que en el pasado, estoy seguro de que a mucha gente –y, por qué no decirlo, a muchas autoridades– les convenía que el Chapo estuviera afuera. Sólo que ninguno de sus amigos tuvo en cuenta, en esta ocasión, la variable desconocida, aquella por la que hombres como el Chapo, que casi terminan convertidos en mito, caen en el momento menos esperado.
Así sucedió en lo que se ha llamado la recaptura o tercera caída del Chapo. La madrugada del 8 de enero de 2016, un comando de la Marina mexicana, instruido y preparado en los Estados Unidos, daría un certero golpe matando a cinco de sus hombres y apresando a seis, quienes conformaban su anillo de seguridad. Un golpe que, según las autoridades, llevaba tiempo preparándose a partir de una llamada anónima que alertó de que en una casa de Los Mochis había hombres armados. Una versión que me resulta manipulada para tratar de desvirtuar la verdadera realidad: que en este momento político era necesario que el Chapo regresara a prisión.
Pero, después de varios días, la noticia de la recaptura del Chapo pasó a un segundo plano cuando se reveló que el actor americano ganador de dos premios Oscar, Sean Penn, había logrado lo que muchos periodistas estaban buscando: una entrevista con el prófugo más buscado del mundo.
A raíz de esa revelación –la entrevista de Sean Penn– la recaptura del Chapo pasó a un segundo plano y tomó fuerza inusitada otra nueva revelación, esta vez a cargo del mismo actor: la importancia que había tenido la actriz mexicana Kate del Castillo para que Sean Penn pudiera llevar a cabo su entrevista. Se trata, ciertamente, de una novela que promete, porque estoy seguro de que no se han revelado todos sus puntos de giro, los cuales siempre irán a confluir al mismo lugar: la fuerza de atracción que ejerce un personaje como el Chapo Guzmán en una mujer.
Aún hay muchos acontecimientos e historias que contar sobre un personaje como Joaquín Guzmán Loera, un imán que atrae metales de todo calibre, y que en su momento seguramente serán revelados.
Alguien como el Chapo, que ha vivido haciendo lo que le da la gana con absoluta libertad incluso estando preso, si pierde esa misma libertad pierde en cierta medida su propia esencia. No se trata de ser fuerte con las armas ni con las organizaciones, ni de tener visión en los negocios; se trata de convencer. Esa es la fortaleza de un hombre como Joaquín Guzmán, y si se le quita esa arma, se le derrumba la mitad de la vida.
Convencer es tener la capacidad de hacer que otro haga lo que uno quiera. Esto es algo muy parecido a lo que hacen los políticos, un punto de unión de dos líneas aparentemente separadas. El Chapo ha aprendido que convencer paga, y tal vez buscando limpiar su imagen trató de hacerlo obligatorio, un hecho contra el que algunos periodistas se rebelaron. Una oda a una práctica muy común que tuvo el capo Pablo Escobar en Colombia para amilanar a sus enemigos: “Plata o plomo”.
Desde mi punto de vista eso constituye un error, pues mejorar una imagen a la fuerza es incoherente con el mismo objetivo trazado.
Antes de su recaptura en Los Mochis, pensé que el temor a la extradición podía haber sido la motivación más fuerte para que el Chapo tomara la decisión de arriesgar su vida escapando por un túnel, burlarse del mundo entero y retomar las riendas de su negocio. Pero ante las nuevas revelaciones me atrevo a decir que le ganó la megalomanía, algo natural en capos como el Chapo. Por su origen humilde (miembros de familias numerosas, ignorados por la mayoría de los que los rodean, exceptuando la madre), tal vez por su condición, físico o nivel de educación, han tenido que crecer en un contexto donde la pobreza es dueña y señora, han sido discriminados, provocando que cuando tienen todo el dinero y el poder para llenar ese vacío, pierdan la noción de la realidad.
En el video que circuló por todos los medios, se pudo ver cómo minutos antes de su fuga en julio de 2015 el Chapo se acercó a la regadera, se agachó y caminó de regreso a la parte amplia de la celda; pero percibo que regresó con algo diferente: tenía un arma en la entrepierna que alguien desde el interior del túnel le acababa de entregar. Esto para mí significa que el Chapo estaba decidido a escapar o morir; esa era su consigna.
Ahora entiendo que la motivación resultaba más poderosa que su propia vida. El Chapo debió haber sentido que su extradición era inminente y que prefería morir a pasar el resto de su vida en una prisión de los Estados Unidos. Lo mismo que, paradójicamente, pregonaban los narcos colombianos a mediados de los 80: “Preferimos una tumba en Colombia que un calabozo en los Estados Unidos”. El Chapo, ahora, debe estar pensando lo mismo.
No creo que llevando a cabo una fuga espectacular como la que protagonizó tuviera la intención de dejar a las instituciones de seguridad mexicanas en ridículo. Al menos no con la fuga, sino con lo que pasaría después. La intención ingenua de conocer a una mujer y hacer una película, queriendo eternizar su espíritu y legado por si algún día lo mataban o lo volvían a recapturar, dejaría mal parado al gobierno mexicano, que había permitido que el hombre más buscado del mundo hiciera en sus narices lo que le venía en gana. Una afrenta que pueden terminar pagando justos por pecadores.
En este negocio siempre se piensa primero en uno, segundo en uno, tercero en uno y luego, sí, en las posibles consecuencias de los actos. La primera motivación es salvarse, salvar la propia vida, hacer lo que se crea conveniente; jamás se piensa si las propias acciones van a beneficiar o no a un gobierno o a unas personas, así sean famosas. Sencillamente impera la ley del “sálvese quien pueda”, y lo repito: muchos funcionarios públicos pudieron haber celebrado la fuga del Chapo porque, con el narco afuera, paradójicamente, se sentirían más seguros; pero otros, que políticamente están haciendo carrera y tienen que pagar favores, se deben sentir contentos por su recaptura.
Fueron seis meses de soñar con la fama desde aquel 11 de julio, caminando en su celda como un león enjaulado y viendo en la pequeña pantalla de televisión el programa Sabadazo. Su obra maestra, que comenzó en los años ochenta cuando construyó a lo largo de la frontera entre los Estados Unidos y México más de setenta túneles por donde pasó toneladas de droga, se concretó en ese túnel de un kilómetro y medio que lo llevó a la libertad por muy poco tiempo. La estrategia le funcionó a la perfección, pues así como para unos fueron los cielos, para el Chapo su gran fortaleza fue el subsuelo.
Cuando bajó las escalerillas del túnel se hizo de una segunda arma, un cuerno de chivo, con el que estaba dispuesto a abrirse camino a plomazos si era necesario. La motivación de concretar una ilusión le marcaba el derrotero, la luz al final del túnel, la supuesta libertad. Una vez que lo recorrió en moto, dejando tras de sí diversas trampas por si era perseguido, el Chapo recordó la promesa que había hecho en Guatemala la primera vez que lo capturaron: nunca más volvería a poner un pie en una prisión.
La extradición inminente, el maltrato continuo de propios y extraños a su familia, sus socios que lo dejaron solo y la traición de un gobierno eran motivos suficientes. Para volverlo a ver tras las rejas, las autoridades tuvieron que vencer al mito. El ser humano tuvo que caer como un trueno desde el Olimpo para poner fin a la leyenda en la que el mismo gobierno y la misma sociedad lo convirtieron y que él quería inmortalizar en una película, a su antojo y conveniencia, para la posteridad, buscando ser recordado como han sido recordados muchos héroes mexicanos.
Este es Joaquín Guzmán Loera, el Chapo, el Varón de la Droga, y así comienza su historia.

 

Para Kate, la extradición “es una buena noticia”

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Todo indica que la entrevista que Guzmán mantuvo en la clandestinidad con el actor norteamericano Sean Penn, acompañado por la mexicana Kate del Castillo, jugó un papel fundamental para que las autoridades pudieran dar con su paradero. En los días de su captura, en enero de este año, circuló el rumor de que el narco y la actriz vivían un apasionado romance. Del Castillo, protagonista de La Reina del Sur –donde encarna a una jefa del narcotráfico– recibió muy bien la novedad de la posible extradición del Chapo a Estados Unidos. Para Kate, la eventual extradición de Joaquín Guzmán a Estados Unidos es una buena noticia... para la película que aún espera realizar sobre la vida del capo. La actriz cree que la permanencia en territorio estadounidense del capo le daría mayor acceso a ella.
“La noticia de que el Chapo podría ser extraditado a Estados Unidos es una buena noticia, ya que permitiría a mi equipo mayor acceso a él para contar una imagen completa y precisa de su increíble vida y trabajo”, señaló Del Castillo. Para algunos expertos, sin embargo, el acceso al Chapo en una prisión estadounidense no sería sencillo, como parece creer la estrella mexicana.
Kate del Castillo ha negado siempre que hubiera recibido dinero del Chapo para su entrevista, y sostiene que lo entrevistó, junto con Penn, para el proyecto de documentar su vida.