DOMINGO
Libro

La derrota no anunciada

Relato de cómo Juntos por el Cambio perdió las PASO.

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En 24 de agosto, de editorial Sudamericana los consultores políticos Nicolás Roibás y Miguel Velarde reconstruyen, con pulso ágil y vibrante y detalles nunca antes revelados, los agónicos trece días transcurridos entre el 11 de agosto de 2019. | washington dizzy

A principios de 2019 el clima general en el gobierno de Mauricio Macri ya era complejo. La crisis cambiaria del año anterior había complicado el panorama, sobre todo el programa económico que llevaba adelante. Desde ese momento los equipos de gobierno habían recibido un golpe que generó una sensación de aturdimiento. Las reuniones se daban en un ambiente de frustración y desánimo. La economía había dejado de ser una aliada y las certezas que ofrecía el proyecto de Cambiemos con respecto a un futuro prometedor languidecían. La luz al final del túnel después de varios semestres de promesas cada vez se hacía más lejana. El gobierno había dejado de lado la tradición de los “timbreos” como mecanismo para estar cerca de la gente, un termómetro callejero puerta a puerta que había sido eficiente durante los años previos. Había la sensación de un aislamiento de las autoridades más importantes y las críticas internas y los pases de facturas se habían vuelto más intensos. La sensación generalizada era que la comunicación entre los equipos estaba rota. La desconfianza había entrado rápidamente en escena. También las peleas intestinas.

Durante esos meses previos a las PASO de agosto de 2019 la campaña oficialista parecía no tener brújula, no solo por la economía, sino porque tampoco estaban definidas las candidaturas de la oposición: todavía se especulaba con la postulación de Cristina Kirchner a la presidencia. En ese sentido, en los análisis, era probable una polarización que lograse que el espanto ante el retorno de la expresidenta fuera más fuerte que la disconformidad en torno a medidas antipáticas que venía tomando el gobierno. A eso apostaba parte del oficialismo, a que el contraste entre los dos proyectos de país estuviera claro para el electorado.

La crisis cambiaria del año anterior había obligado al gobierno a tener que negociar un préstamo con el Fondo Monetario Internacional y por esa vía ajustar el cinturón para cumplir con el programa fiscal que imponía la nueva situación.

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En 2018 se había dado una tormenta perfecta que tuvo que ver con el derrumbe del financiamiento externo e inversión para países emergentes como consecuencia del conflicto comercial entre Estados Unidos y China, entre otras variables. Pero, además, se sumó lo que era hasta entonces la peor sequía en el país en cincuenta años, algo que impactó de lleno al campo, el sector que más dólares genera en la economía argentina.

El gobierno especulaba con una campaña diseñada para un escenario de disputa entre Macri y Cristina Kirchner. Sin embargo, el sábado 18 de mayo sucedió algo totalmente inesperado: CFK anunció a través de un video de trece minutos publicado en Twitter que Alberto Fernández era el elegido para encabezar la fórmula presidencial. Fernández podía acercar sectores que desconfiaban de la expresidenta para sellar una alianza, entre ellos Sergio Massa. Así como también terminar de convencer a los gobernadores del Partido Justicialista y a una buena parte del establishment económico y mediático de volver a encolumnarse detrás de un kirchnerismo que prometía “volver mejor”.

Macri, por su parte, buscaba compañero de fórmula y encontraba un aliado en Miguel Ángel Pichetto, una figura que venía del peronismo y que desde el Senado, con su bloque opositor, había apoyado al gobierno, aun desde las diferencias, en proyectos clave y en momentos en los que era importante dar señales de confianza hacia el exterior. Macri había aprendido a respetarlo como político. El anuncio de la fórmula Macri-Pichetto, que se realizó el 11 de junio de 2019, generó buena recepción del denominado “círculo rojo”, el grupo de influencia conformado por medios, empresarios, políticos y otros sectores de poder. Esta incorporación llevaba un mensaje de apertura de la coalición gobernante a otros actores, una ampliación que venía siendo reclamada con insistencia por el propio círculo rojo.

A pesar de la realidad económica, las expectativas y el ambiente público luego del anuncio habían mejorado, o al menos eso parecía. Quizás por eso el gobierno entró en la fase final de la campaña con optimismo, acompañado de algunos indicadores que confirmaban que la economía se estaba recuperando. Unos días antes de la elección, las encuestas más prestigiosas que manejaba el gobierno reflejaban un escenario parejo, con el oficialismo abajo pero a una distancia reversible y con una tendencia, supuestamente, favorable.

 Darío Nieto fue el secretario privado de Mauricio Macri durante todo su gobierno. Hoy se desempeña como legislador porteño. En su oficina luce una gran foto, enmarcada y colgada en la pared más amplia, en la que aparece caminando junto al expresidente en el interior de Casa Rosada, en uno de los balcones internos que da al tradicional Patio de las Palmeras. Es una de las personas de máxima confianza del expresidente. A pesar de ser un político joven con un staff legislativo que también es joven, tiene la experiencia y el semblante de alguien que convivió con el poder en su máxima intimidad. Con 37 años, pocas personas cuentan con ese currículum. Se sienta en un sillón y empieza a repasar esos días con tranquilidad, sin un atisbo de nerviosismo. Comienza algo inexpresivo, pero luego se relaja y se abre. Habla como quien atesora una historia, la siente propia. Lo es, sin dudas. 

Empieza su relato con los días previos a la debacle: “Nosotros habíamos recibido el viernes anterior a las PASO una encuesta que nos daba bastante bien. De hecho, los mercados se movieron bastante por esa encuesta, en la cual Mauricio aparecía ganando las PASO por dos puntos.

En términos económicos veníamos bien plantados, con una inflación mayorista del 0,1%, que era muy buena, el dólar estable, estaba creciendo de a poco el país, entonces éramos optimistas, creíamos que iba a ser una elección pareja. Nuestro gran miedo era que el kirchnerismo saque más de 40 puntos, porque nosotros sentíamos que si eso ocurría, después todo el escenario financiero y de mercados iba a ser complejo”.

Al testimonio de Nieto lo refuerza Dante Sica, exministro de Producción y Trabajo. Sus oficinas en Puerto Madero son modernas, luminosas, como la mayoría en esa zona de Buenos Aires. Mientras conversa, juega con un cachorro de pocos meses que pasea entre las piernas de cualquier invitado ocasional, una imagen hoy divertida teniendo en cuenta que entre sus responsabilidades estaba interactuar con algunos sindicalistas poderosos del peronismo clásico. Sica era un hombre clave del gobierno por aquel entonces por su relación con los llamados “gordos” y los empresarios. Explica que la mejora en las expectativas no se había reflejado solo hacia dentro del gobierno, otros actores relevantes del país también veían un buen escenario: “Hasta el viernes anterior yo recibía sindicalistas y todos nos decían: ‘Ustedes van a ganar, empecemos a discutir la reforma que vas a tener que hacer vos una vez que ganen’. El único con una actitud diferente, con el que aposté una cena de un pulpo que todavía no pagué, fue Antonio Caló, que me dijo que estábamos diez puntos abajo. ‘Ni en pedo, Tano’, le dije. ‘Dante, yo sé lo que te digo’, me respondió. El viernes todos los ministros teníamos siempre un almuerzo en Olivos sin el presidente, y ese viernes había ido Duran Barba, que había estado en Olivos antes con Macri, y nos contó que las expectativas eran muy favorables; que la diferencia que estábamos viendo en ese momento era de menos de tres puntos. Eso nos daba mucha expectativa con respecto a lo que podíamos lograr en segunda vuelta y era casi un triunfo para nosotros. Veníamos también de una semana en la que empezamos a ver muy buenos números con respecto a lo que estaba pasando con la inflación. Empezábamos a ver señales de que parecía que la actividad ya había tocado el piso y se veía una recuperación que había empezado a dar vuelta la economía. Sumado a eso, fue un viernes en el que hubo una caída fuerte del riesgo país, todos vaticinando un resultado bastante bueno. Por eso, ese domingo fuimos a la elección con una expectativa bastante positiva”.

El viernes previo a la elección, en efecto, en los mercados financieros se respiraba un ambiente de expectativas positivas con respecto al gobierno. Quizás algo más parecido a la euforia que a la mesura. Esa jornada el Merval subió 7,80%, la acción de Banco Macro se disparó 10,50% y la de Banco Galicia, 9,09%. Las energéticas también hicieron lo suyo: Pampa subió 9,68% e YPF, 7,61%.Los papeles de empresas nacionales también volaban en Estados Unidos. Los ADR de Loma Negra pegaron un salto de 11,13% y los de Telecom escalaron 8,43%. También subieron las acciones internacionales de YPF. Los bonos reaccionaron positivamente: tan es así que el riesgo país bajó hasta alrededor de los 900 puntos. 

Según fuentes periodísticas, algunas encuestas de último momento habían llevado optimismo a los mercados: una, que mostraba a la fórmula oficialista arriba 38% a 37% sobre los Fernández. También existía otra que había sido encargada por un banco de inversiones brasileño. Con ese clima se llegaba a la elección del día 11 de agosto. Una jornada que tendría un gran impacto durante los años que vendrían para la Argentina, solo que aún nadie lo sabía.

El domingo 11 de agosto de 2019 casi nadie se imaginaba lo que estaba por suceder.

Las mañanas de los domingos de elecciones suelen ser tranquilas. Las coberturas de los medios se enfocan en los principales candidatos y dirigentes yendo a votar y brindan datos sobre el desenvolvimiento del acto electoral, porque, por la veda política, no se pueden hacer declaraciones públicas ni dar información o resultados provisorios. No está permitido mencionar encuestas ni posibles ganadores. Los equipos de campaña ponen su foco en el tema de fiscalización y participación. Los fiscales partidarios llegan un tiempo antes de la apertura de la votación. Las escuelas se disponen a recibir a quienes dedican el día al control del acto electoral. Muchas de ellas son testimonio de las desmejoras edilicias, del frío, de una Argentina melancólica sobre su pasado. Son una metáfora perfecta de un sistema electoral viejo, descascarado, que funciona solo por un sentido de comunidad, por una profunda convicción democrática y por una apuesta a un futuro que nunca termina de llegar. No alcanza en Argentina con votar para ejercer la democracia, también se precisa de un ejército de personas para escaparle al fraude. Los partidos y las ideas que no cuentan con esa estructura están destinados a la intrascendencia. Eugenio Burzaco se desempeñó como secretario de Seguridad del Ministerio de Seguridad de la Nación entre 2015 y 2019; previamente estuvo a cargo de la Policía Metropolitana de la Ciudad de Buenos Aires. Su contacto permanente con las fuerzas de seguridad le daban un parámetro de la calidad democrática. Son las fuerzas apostadas en cada rincón escolar las que se convierten en testigos privilegiados de artimañas y sospechas. Es por esto que hablar con él resulta imprescindible. Se conecta por Zoom para recordar sus impresiones de aquel 11 de agosto: “Tuvimos durante el día la clara manifestación de que estábamos fiscalizando mal y que nos faltaba gente propia defendiendo el voto en muchos lugares. Hubo algún proceso de subestimación de nuestra parte y cuando uno está en el operativo te lo dicen las fuerzas en el lugar, quienes muchas veces son más conscientes de lo que está pasando por estar en el terreno. Nos decían que nuestra fiscalización y presencia no era buena en muchos lugares. Pero no hubo un problema grave de seguridad ni en las PASO ni en la general”.

Cada ministerio nacional tenía a su cargo reforzar la fiscalización en diferentes jurisdicciones de la provincia de Buenos Aires. La intención era que los dirigentes locales que competían para cargos en cada una de ellas pudieran contar con un equipo de apoyo. Por esto, Dante Sica tenía apostada parte de sus equipos en la localidad de Merlo. Cada área de gobierno contaba con un responsable que se ocupaba de organizar los equipos de voluntarios de cada repartición y los ministros seguían de cerca este dispositivo. El exministro de Producción y Trabajo da testimonio de lo que se vivía en las escuelas en las que su equipo estaba fiscalizando, en el conurbano bonaerense, donde los aparatos políticos vuelcan su fuerza para controlar los comicios: “El día de la elección nos tocó trabajar en las mesas en Merlo. Teníamos cuatro o cinco escuelas a cargo, fiscales en esas escuelas, en la parte periférica de Merlo. Ese día por la mañana empezamos temprano y veníamos con muy buena expectativa. Pero ya durante el día de la elección se veía que había una movilización muy fuerte por parte de la oposición. La maquinaria electoral de los intendentes del Conurbano estaba funcionando a pleno, la gente esperando en las esquinas que los vengan a buscar en autos. Veíamos también una fuerte presión y una militancia bastante dura. Trataban en todo momento de generar mucha presión sobre nuestra gente en las mesas. Muchos de los nuestros no estaban acostumbrados a situaciones electorales en ambientes tan hostiles”.

Al mediodía del domingo en la quinta presidencial de Olivos almorzaba la plana mayor de los gobiernos de la provincia de Buenos Aires y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, algunos de los ministros nacionales, el equipo cercano del presidente y los equipos de comunicación de Nación, Provincia y Ciudad. Se realizó una choripaneada, el clima era optimista y así lo reflejan algunos de los que participaron en este encuentro.

Nicolás Dujovne ocupaba el cargo de ministro de Hacienda del gobierno y tenía la responsabilidad de llevar adelante el programa económico de la gestión. No fue fácil lograr que accediera a hablar ya que viene guardando desde entonces un silencio roto en pocas oportunidades. Es uno de los funcionarios más castigados por propios y ajenos a partir del desenlace de 2019. Se sienta en una larga mesa de reuniones ubicada en sus oficinas de Recoleta. El ambiente es silencioso, no hay movimientos de personal, tal vez porque en pocas horas viaja hacia Estados Unidos. Cuenta que él también se encuentra escribiendo un libro, quizás por eso se presta a la charla sin tapujos, no tanto como exministro, sino como alguien que empatiza con la tarea de contar historias. Usa palabras desestructuradas, sus participaciones en programas periodísticos lo entrenaron en ese sentido. Por momentos se divierte con el relato, con los detalles, encuentra el humor como un recurso ante la incomodidad de regresar a sus horas más duras. Su historia inicia en aquel almuerzo en el domingo electoral: “Primero comimos un asado en Olivos. No estaba Mauricio, pero estábamos todos los demás. Estaban Horacio Rodríguez Larreta, María Eugenia Vidal, Jaime Duran Barba, Marcos Peña, los ministros. Era un día de sol. El clima no era de euforia para nada, era de ‘vamos a ver qué pasa’, pero Jaime diciendo que estábamos bien, que ese día no íbamos a ganar, pero que perderíamos entre ‘algo’ y menos cuatro, pero que con esa cifra después íbamos a ganar las elecciones en octubre. Yo usaría el oxímoron de ‘tensa calma’. Nadie estaba eufórico de los que estábamos ahí, y al menos a mí nunca se me había cruzado por la cabeza que la gente podría querer volver a otra cosa. Tal vez era irracional, mi mujer me decía que estaba loco, que vivíamos en una nube y que no creía que nos iba a ir como pensábamos, pero bueno. Eso fue al mediodía”.

Dante Sica no participó del almuerzo en Olivos aquel mediodía, pero da su testimonio del contraste que vivían los otros integrantes del gobierno que estaban trabajando en el territorio: “Yo no fui ese domingo a Olivos, pero algunos ministros amigos con los que hablé me decían que ahí el ambiente era eufórico. Es más, en ese almuerzo Duran Barba dijo que estábamos empatando. Yo comí en la zona de Merlo, me quedé por las escuelas, y lo que te decían era que estábamos empatando. Entonces, la verdad es que yo tenía por un lado el microclima de Merlo, que era muy hostil, que veíamos que la gente que votaba era mayoritariamente de ellos, pero pensábamos que eso era por estar en el corazón de Merlo, que era parte del principal bastión del kirchnerismo en ese momento”.

Fabián Perechodnik ocupaba el cargo de secretario general del gobierno de la provincia de Buenos Aires, y por su rol pasado de consultor político de una de las consultoras más prestigiosas de Argentina integraba también el equipo de opinión pública de la campaña. Hoy se desempeña como diputado en la Legislatura bonaerense. Su primera reacción al ser consultado sobre aquellos días es asegurar que no recuerda nada. Sin embargo, en cuanto comienzan las preguntas, su mente viaja a los detalles. Y se destraba una puerta que no vuelve a cerrarse. Confiesa que al contar lo sucedido le cuesta separar al político del analista. De hecho, describe los acontecimientos tomando distancia, como quien narra una obra teatral. Detalla la escenografía, los gestos, las emociones; no escatima en detalles.

“Estábamos los equipos de comunicación y opinión pública de Nación, Provincia y Ciudad. Era un clima de moderada euforia. Llegábamos a la elección con situaciones de tensión Provincia-Nación marcadas por el ‘Plan V’ y por temas de transferencias de subsidios. Pero ahí estábamos compartiendo el almuerzo, recibiendo bocas de urna, etc. Y ahí se decía que no podía haber una diferencia mayor de dos o tres puntos, para abajo o para arriba, a lo sumo cinco. Duran Barba insistía en que no podía haber una diferencia de más de tres a cinco puntos. De ahí nos vamos a las oficinas en donde estaba el despacho del presidente y nos instalamos ahí. Tenía un despacho Fernando de Andreis, un despacho Marcos Peña y había algunas otras oficinas. Ahí nos instalamos y cada uno monitoreaba a sus equipos. Habían quedado Duran Barba, Marcos Peña, De Andreis y estábamos pocos de Provincia y de Ciudad. Repito: el clima era de euforia moderada, estábamos relativamente bien como para pelearla. Había un living en el medio y después estaban los despachos, es decir, estábamos desde lo físico y lo simbólico en el lugar en donde pasaban realmente las cosas. Allí llegaban las llamadas con las bocas de urna. Nos quedamos ahí hasta las 16”.

Nicolás Dujovne agrega que había hablado en varias ocasiones con Marcos Peña para seguir de cerca los datos que iban llegando: “A la tarde hablé varias veces con Marcos, que estaba recibiendo información de fiscales. Primero me llamó con números de la Provincia y me preguntó si me preocupaba si el Frente de Todos alcanzaba los 43 puntos y nosotros estábamos en 37, pero después me dijo que se había equivocado y que había hecho mal el cálculo. Entonces, para las 16 o las 17 la diferencia que tenían seguía parecida a lo que venía diciendo Duran Barba. Hasta ese momento la idea era que estábamos un poco abajo pero que confiábamos en revertir el resultado para las generales. La sensación era que iba a quedar claro, más allá de perder, que Mauricio iba a ganar en octubre. Sobre todo, yo pensaba que necesitaba que los mercados vean un número con el cual estén tranquilos y que no me agreguen incertidumbre entre las PASO y octubre”.

Darío Nieto continúa el relato de Perechodnik y cuenta un detalle que empezaba a encender algunas alarmas del equipo de campaña: “A las 16.30 nos juntamos con el equipo de comunicación y con Mauricio. Llega un primer boca de urna que decía que perdíamos 42% a 39%. Pensamos que no era tan grave, que podíamos darlo vuelta. Nos fuimos de Olivos al búnker en Costa Salguero, Mauricio se quedó en Olivos. A las 18 cierran los comicios. Nosotros pensábamos, con el boca de urna que teníamos hasta ese momento, qué hacer con la elección”.

Fabián Perechodnik estuvo entre los primeros en llegar al búnker aquel domingo. Allí, luego del cierre, comienzan a analizarse los primeros datos de las mesas testigo. (…)

Dante Sica cuenta su trayecto desde Merlo hacia el búnker en Costa Salguero. Ya había algunas señales, pero quienes estaban fiscalizando creían que se trataba de un problema específico de los distritos en los que se encontraban, por sus características propias. Todavía había escasa información hacia aquellas horas. En los cierres de las votaciones, así como también en los momentos previos al inicio, es cuando los fiscales prestan mayor atención, es cuando las travesuras y los descuidos salen más caros: “Después de las 18, mientras se hace el recuento, yo empiezo a movilizarme para ir al búnker, los fiscales me empiezan a pasar los primeros resultados y eran alevosos: perdíamos seis contra uno, siete contra uno. Yo no había tenido una participación política activa en los procesos anteriores, en 2017 por ejemplo, por lo que no tenía una referencia previa. Seguía pensando que era el microclima de la Tercera Sección, que sería de alguna manera compensado por el resto”.

Darío Nieto también recuerda con angustia esas horas del domingo en las que la realidad empezaba a desplazar a la esperanza. Las que eran certezas hasta ese momento comenzaban a convertirse en dudas: “A las 19.30 empiezan a llegar las mesas y la verdad es que eran todas muy malas. Era un desastre en todos lados. Empecé a llamar a fiscales nuestros para preguntarles cómo habían salido sus mesas, buscando esperanza en cualquier lado. Todas eran malas noticias. Cuando empiezan a llegar los primeros números de las mesas testigo nos dimos cuenta de que iba a ser una paliza tremenda. Mauricio no estaba todavía ahí, seguía en Olivos. Todos nos estábamos dando cuenta de que el asunto era complejo. Marcos le había avisado a Mauricio el resultado. En ese momento, él decide venir al búnker. Cuando llega, el ánimo era de derrota total.

 

☛ Título: 24 DE AGOSTO

☛ Autores: Nicolás Roibás y Miguel Velarde

☛ Editorial: Sudamericana
 

Datos de los autores 

Nicolás Roibás es abogado y consultor político. Trabajó como subsecretario de Cultura Ciudadana, director nacional de Integración Federal y Cooperación Internacional y director general de Relaciones Institucionales en el Ministerio de Cultura de Argentina.

También fue jefe de prensa de las radios públicas de la Ciudad de Buenos Aires, editor de Revista Republicana y asesor en el Congreso Nacional.

Miguel Velarde es economista y consultor político. Editor de la revista Guayoyo en Letras. Trabajó asesorando en campañas electorales y también en la planificación y ejecución de programas de gestión pública.