Aquellos primeros meses de la democracia recuperada son inolvidables. Y uno de los hechos relevantes fue, en mayo de 1984, la formación del Equipo Argentino de Antropología Forense, que hoy recorre el mundo con las más altas muestras de estima y respeto.
—En aquel momento –recuerda el doctor Luis Fondebrider– nos convocó el doctor Clyde Snow (famoso antropólogo recientemente fallecido) para las exhumaciones que se iban a realizar en el Gran Buenos Aires, particularmente en la zona de San Isidro.
Clyde Snow llegaba a la Argentina precedido por la fama mundial que rodeaba las identificaciones de restos famosos, como en el caso del conocido nazi Mengele.
—Snow había sido convocado por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (Conadep) y por las Abuelas de Plaza de Mayo –explica Fondebrider–. En un principio el doctor Snow pide ayuda al Colegio de Graduados en Antropología y, al advertir una respuesta poco clara, decide formar un equipo de gente joven. En aquel momento el traductor de la delegación, un colaborador de Abuelas, le advierte que tiene un grupo de amigos que están terminando la carrera de Antropología. Cuando nos avisan que “hay un gringo que quiere hacer exhumaciones” varios nos acercamos a Snow. Queríamos que se realizaran exhumaciones bien hechas y, después de conversar con él, le pedimos un día para pensarlo. Finalmente nos sumamos al trabajo y al día siguiente fuimos con él a un cementerio de San Isidro. Allí nos inquietó observar que había mucha policía, presencia de varios jueces, forenses y familiares, pero Snow fue terminante: “No se preocupen –nos dijo–, yo estoy a cargo…”. Y de este modo, bajo su dirección, realizamos la primera exhumación científica en Argentina.
—¿Hay muchos equipos en el mundo que realizan la tarea que cumplen ustedes hoy?
—Hay equipos que están trabajando en sus propios países. Por ejemplo, en Guatemala, la Fundación de Antropología Forense guatemalteca que, en 1992, nosotros ayudamos a crear y a entrenarse. Luego, en años posteriores, se creó el equipo de Perú. También una organización en Bosnia, en los Balcanes. Hay un equipo en Estados Unidos, pero somos los más antiguos en habernos dedicado totalmente al área de investigación en este tipo de casos de violencia política, étnica y religiosa y violaciones a los derechos humanos.
—¿En este momento ustedes están trabajando también en México?
—Sí, allí empezamos en 2004 en Ciudad Juárez y Chihuahua donde, desde 1993, cientos de mujeres no identificadas han sido asesinadas. Hemos logrado identificar a 33 mujeres y también hemos comenzado a trabajar en un proyecto muy grande, el Proyecto Frontera, sobre migrantes desaparecidos. Este proyecto se relaciona con la identificación de cuerpos de ciudadanos mexicanos o centroamericanos que, en su camino hacia los Estados Unidos, han desaparecido o han sido asesinados. En este caso sus cuerpos quedan en México o en las morgues de Estados Unidos, fundamentalmente en los estados de Texas y Arizona, y tratamos de armar una red gubernamental y no gubernamental con los familiares para poder devolverles los cuerpos una vez identificados.
—¿Las causas de estas muertes han quedado establecidas?
—En muchos casos la causa de muerte permanece indeterminada. Trabajamos con patólogos forenses a los que hemos invitado a colaborar con el equipo y revisamos la causa de muerte.
—Cuando hablábamos recién de los grupos de antropólogos que funcionan en el mundo pensamos que son desprendimientos del equipo de ustedes, ¿no es cierto?
—De alguna manera, junto al doctor Snow, nosotros visitamos esos países donde científicos jóvenes, al igual que lo ocurrido con nosotros, buscaban hacer algo por su país. Sí, es verdad: junto con ellos hemos dado el puntapié inicial. También en Chipre, donde estamos trabajando desde hace varios años, y en Sudáfrica, donde entrenamos a un grupo de jóvenes locales. Lo ideal es que no exista una dependencia con nosotros sino que se logre crear una cooperación con capacidad local que luego pueda seguir trabajando por su cuenta sin depender de una organización. Estimulamos los desarrollos locales.
—Sin duda el trabajo de un antropólogo forense requiere mucha paciencia. Tenemos entendido que para identificar un cuerpo los tiempos son largos.
—Sí, hay casos en Argentina que han requerido veinte o veinticinco años para ser identificados. Y esto tiene que ver con que, por un lado, lo que encontramos son huesos y no cadáveres. Es decir que no hay huellas dactilares. No hay una cara para reconocer. Encontramos entonces señales mucho más específicas en los huesos. Por ejemplo, una enfermedad o alguna fractura. También en los dientes y, últimamente, en la genética. Pero al mismo tiempo esto implica entender cómo desaparece una persona. Lo que significa para nosotros, en el caso de Argentina, reconstruir cómo funcionaba el Estado en los años 70; qué área de las Fuerzas Armadas hacía tal o cual cosa; qué área de la policía. También cómo se dividió el país, y esto porque debemos desentrañar la “logia” que existía para hacer desaparecer a las personas. De esta manera podemos trazar hipótesis acerca de quién o quiénes pueden estar en una sepultura determinada.
—En estos casos, ¿cómo es el camino a seguir?
—Es rastrear lo que ha dejado el Estado. Por ejemplo, una huella dactilar en un expediente judicial, un libro de ingreso de cadáveres en el cementerio, certificados de defunción. Es decir que, al igual que en la Alemania nazi, cuando llegaba un tren a un campo de exterminio había un señor, un burócrata, que tomaba nota de cuántas personas había en cada vagón. Aquí sucedía algo parecido: también había un funcionario que tomaba nota de los cuerpos que aparecían en la calle o cuándo ingresaban en un cementerio. Es decir, mientras una parte del Estado mataba casi clandestinamente, otra parte del Estado, oficial, procesaba esas muertes. Esta documentación es la que permite, en Argentina y también en otros países, seguir la línea de lo que sucede desde el momento en que desaparece una persona hasta que encontramos sus restos en una sepultura.
—Ustedes también intervinieron en los casos de la gente que fue arrojada al Río de la Plata desde aviones militares. Recuerdo, por ejemplo, en el caso de las monjas francesas, que una de ellas fue encontrada en las orillas del Río de la Plata.
—Entre 1976 y 1978 aparecieron en las costas uruguayas y argentinas alrededor de setenta cuerpos de personas que, se presume, fueron arrojadas desde helicópteros o aviones en el Río de la Plata y luego, transportadas por las mareas, llegaron a la orilla del lado argentino. De esos cuerpos se sacaron fotos, muchas veces huellas dactilares y, en el caso de Uruguay, fueron enterrados en los cementerios de Colonia, Rocha, en diferentes lugares. Y, en el caso argentino, en todo el Municipio de la Costa. Se recuperaron, en algunos cementerios, alrededor de 25 cuerpos de los cuales cinco correspondían a personas que fueron vistas secuestradas en la ESMA. Por ejemplo, el caso de Léonie Duquet, una de las religiosas francesas, y cuatro miembros de las fundadoras de Madres de Plaza de Mayo. A estas últimas pudimos recuperarlas, en el año 2005, en un cementerio de General Lavalle. Fue posible identificarlas, restituir los restos a sus familiares y aportar evidencia científica en los procesos judiciales que se siguen realizando contra los responsables.
—Incluso, entre estos casos, recuerdo el de un chico: Floreal Avellaneda.
—Sí, el caso de Floreal, un chico muy jovencito, no fue parte de nuestro trabajo pero el cuerpo de ese chico asesinado fue encontrado en su momento en el Río de la Plata.
—Volviendo a la creación del Equipo Argentino de Antropología, es importante recordar que, cuando se fundó, ustedes eran tan jóvenes que incluso algunos no habían terminado la carrera. Les faltaban una o dos materias para recibirse, ¿no?
—En 1984 yo era estudiante de primer año en la facultad, pero mis compañeros iniciales estaban más avanzados. Hice la excavación inicial con el doctor Snow y con la presencia de Hernán Vidal, un compañero que ya era arqueólogo recibido. Básicamente se puede decir que durante los tres primeros años Snow estuvo con nosotros en la Argentina, manifestando así una enorme generosidad, casi sin recibir un salario específico y, reitero, fue la persona que nos formó y nos entrenó en algo que, más allá del estudio específico de un esqueleto, nos enseñó que el científico tiene una responsabilidad social y debe contar con una visión mucho más amplia que va más allá del cuerpo. Tiene que saber interpretar y buscar los datos, los documentos que ha dejado el Estado, y unir todo eso en una investigación.
—Sí, lo que vos mencionabas recién: a veces una huella dactilar es todo un camino. ¿En qué archivos encontraron datos importantes?
—Por ejemplo, en el caso de las Madres que aparecieron en el Río de la Plata, había varios expedientes correspondientes al momento en el que levantan esos cuerpos en diciembre de 1977. Venían de la ESMA y quedaron en esa zona de la costa. Había un expediente policial normal, sacaron fotos de los cuerpos. También encontramos una autopsia y una huella en mal estado de una de esas personas. Años después, lo que hicimos fue, con autorización judicial, pedirle al Registro Nacional de las Personas todas las huellas dactilares de las personas desaparecidas y las comparamos con todos los cuerpos. Por ejemplo, esto era el indicio de que esa persona que había sido secuestrada en el grupo de la iglesia de la Santa Cruz no era otra persona. Este es el tipo de datos que nos permiten acotar la búsqueda y comparar un cuerpo con todos los desaparecidos de la Argentina.
—Una tarea de una dedicación y una paciencia impresionantes. Por eso, a veces, ha llevado años.
—Sí, lleva años porque no es fácil encontrar los documentos. Argentina y otros países no han tenido una política de preservar archivos, a veces estos están en malas condiciones y también, cuando comenzaron los juicios en 1985, los expedientes se leían con unas urgencias propias de esos momentos: había que probar uno o varios casos. Con el paso del tiempo nosotros hemos armado una base de datos con elementos informáticos y un poco más de paciencia, que implica una visión más amplia de lo que es un rompecabezas. A veces esto nos ha permitido unir un dato, que aparecía en el medio de miles de otros datos, y darle una continuidad hasta llegar a una sepultura específica. Como recordaba recién, en abril de 1985 comienzan los juicios a las tres primeras juntas de la dictadura militar. Snow declara en ese mes de abril acerca de dos casos en los que trabajamos con él. Uno, en Mar del Plata. El caso de Liliana Pereyra, que estaba embarazada. Luego, su madre recuperó aquel bebé. El testimonio del doctor Snow marcó una bisagra en el sentido de que se estaban aportando elementos más allá de los testimonios y de los escritos. Hablamos de una evidencia concreta de algo que las Fuerzas Armadas sostenían que había sido un enfrentamiento cuando, en realidad, se trataba de una persona que había sido ejecutada a sangre fría. Esto permitió el análisis científico que hizo Snow y que describió en el juicio.
—¿Cuánta gente hay hoy en el Equipo Argentino?
—En este momento, contando todas las oficinas, somos cincuenta personas y, en Argentina, alrededor de treinta básicamente en Buenos Aires, en Córdoba y en Rosario, donde tenemos otras dos oficinas que nos permiten cubrir toda la demanda argentina y también algunos trabajos fuera del país.
—De los antropólogos fundadores, ¿quiénes han quedado trabajando?
—Quedamos Mercedes Doretti, Patricia Bernardi y yo, pero muy rápidamente se fue incorporando otra gente, y quizás el cambio más grande fue cuando, hace 12 o 13 años, comenzó a trabajar con nosotros una camada de unos 15 jóvenes que son un poco la cadena de transmisión y de recambio que tiene el equipo. Hoy son científicos con una experiencia interesante, y siguen trabajando con nosotros.
—¿Son egresados de la UBA?
—Sí, y también de La Plata, adonde íbamos a dar charlas que hicieron que se acercaran a nosotros. En su momento entraron como voluntarios y se fueron incorporando al equipo en diferentes tareas. Esto trajo un impulso muy fuerte a nuestro trabajo, y yo diría que los que vamos poniéndonos más grandes debemos pasar nuestra experiencia a los jóvenes y, a la vez, también aprender de ellos. Hoy día son una parte vital del equipo.
—Bueno, ustedes eran muy jóvenes pero hoy siguen siendo jóvenes. Lo notable es que tienen una vida en contacto permanente con la muerte. Algo muy impresionante. Debe ser un tema difícil de aceptar.
—Muchas veces decimos también que el trabajo tiene más que ver con la vida que con la muerte, porque si bien trabajamos en sepulturas y con cuerpos, desde el principio, muy intuitivamente y sin planificarlo, nos pareció que esto se hacía con los familiares y no solamente “para” los familiares que nos visitan constantemente. Tenemos contacto con ellos. Hay gente que fue militante en aquellos años y nos aporta información, y creo que lo que parece algo muy relacionado con la muerte termina siendo otra cosa: nuestra tarea es reconstruir la vida de una persona. Son microhistorias de todos aquellos a quienes hemos podido identificar, y esa persona a la que se le quiso quitar la identidad ahora, a través de nuestro trabajo, ha quedado reinsertada en la sociedad sabiendo quién era, cuáles fueron sus planes y sus sueños, quiénes formaron su familia. Es una manera de arrancar a esa persona de una sepultura y volver a ubicarla en la sociedad. Es una acción micro, muy chiquitita, la que hacemos, pero creo que justamente eso permite que el trabajo también sea muy cercano a la vida o que para nosotros esté muy relacionado con ella.
—Además, en el mundo han surgido nuevas víctimas y nuevos victimarios. Me refiero, por ejemplo, al tema del narcotráfico.
—Sí, también nos enfrentamos con eso. Es la tarea que estamos haciendo en México, con problemáticas a las que no estábamos acostumbrados, y a partir de 2003, con el trabajo en Ciudad Juárez, nos dimos cuenta de que era otra forma de matar; otra forma de eliminar a las personas y en un contexto de seguridad mucho más complejo. Hay complicidad del Estado y familiares que esperaban a sus hijos vivos. Esto implicó una forma de aprendizaje y metodología totalmente diferentes, y también significó que, sin haberlo deseado, nos convirtiéramos en una referencia para los familiares no sólo en México sino en otros países de Centroamérica que sufren este drama de las migraciones que hoy es universal. Gente desplazada que pierde a sus familiares, desaparece y muere. Pero, volviendo a la Argentina, en estos treinta años hemos recuperado unos 1.200 cuerpos, de los cuales 620 ya han sido identificados.
El tema es tan profundo y doloroso como la historia de la humanidad. Esperemos que las sociedades actuales sepan valorar y atesorar la experiencia a la que este Equipo Argentino ha dedicado los últimos treinta años.