Frente a los excesos de diagnóstico, el Plan de Desarrollo Humano Integral nos brinda una brújula para pensar un proyecto de país que aborde la recuperación del Covid 19 desde una perspectiva integral, plural, verde y desde abajo.
A la acuciante necesidad de reducir los niveles de pobreza e indigencia en medio de una pandemia sin precedentes y con una situación macroeconómica crítica producto del sobreendeudamiento externo, se suma el desafío histórico que nos plantea la crisis climática y ecológica. En este contexto, los mismos países que promueven el cumplimiento de los compromisos internacionales sobre cambio climático y que, como en el caso de Estados Unidos, prometen “hacer cumplir esos compromisos mediante el poderío económico americano”, son los que integran lo organismos internacionales financieros que fuerzan a países como la Argentina a profundizar su matriz extractivista en pos de pagar los intereses de la deuda.
Este escenario global, atravesado por profundas contradicciones en los sistemas de gobernanza internacional, se enfrenta a una situación en donde la subsistencia misma del tejido económico y social como lo conocemos se ve amenazada, dadas las advertencias de la comunidad científica respecto al “rumbo suicida” que está tomando la Humanidad. El permanente estado de excepcionalidad en el que estamos inmersos no tiene precedentes históricos, lo que, además de impedir desempolvar recetas preestablecidas y aplicarlas dogmáticamente, nos enfrenta a la fragilidad de nuestra propia existencia, algo que se expuso categóricamente durante esta pandemia.
No a los discursos reduccionistas
Sin embargo, a pesar de que el Covid-19 sea efecto de la depredacion ambiental y la perdida de biodiversidad, a pesar de los efectos que tienen las sequías, inundaciones e incendios en nuestras poblaciones y nuestra economía, a pesar del viraje evidente en el escenario geopolítico global a raíz del cambio climático, sigue habiendo sectores que banalizan la problemática ecológica y tildan al ambientalismo de “bobo”. Estos discursos reduccionistas, de manera análoga a la pretensión de divorciar la problemática sanitaria de la económica, buscan escapar a la disyuntiva negándola y desacoplando las problemáticas económicas de las socioambientales.
Frente a un panorama que profundiza aún más las desigualdades preexistentes y radicaliza sus complejidades, y en el que la crisis económica y social deviene humanitaria y existencial, como juventud tenemos la responsabilidad histórica de transformar esta realidad y pensar soluciones integrales. Ante un exceso de diagnóstico, es necesario pasar a la acción y poder contar con, además de un pliego reivindicativo, un pliego programático.
De eso se trata el Plan de Desarrollo Humano Integral, el cual constituye una apuesta al diálogo entre amplios sectores de la sociedad argentina -movimiento obrero, movimientos populares, estudiantes, feminismos y ambientalismos- para hacer frente a las problemáticas estructurales de nuestro país de manera conjunta y articulada.
Este plan es una brújula para accionar en tiempos críticos porque jerarquiza la necesidad de, por un lado, planificar a corto, mediano y largo plazo y, por otro, construir consensos amplios entre sectores diversos sobre temas impostergables y estratégicos. Su propuesta se articula en base a la creación de empleo y la descentralización urbana. Propone la generación de 4 millones de puestos de trabajo en la economía popular, la relocalización de industrias en el vasto territorio nacional y la creación de comunidades rurales que desarrollen la agricultura familiar, campesina e indígena. Este proceso busca ser regido por una lógica de producción descentralizada de alimentos y energía -las formas más resilientes y eficientes de satisfacer necesidades, sobre todo en tiempos de crecientes impactos del cambio climático- e intercomunicado por una red de transporte multimodal en donde se recupere el rol central de los ferrocarriles para realizar largas distancias y se reserve a los camiones las distancias cortas, reduciendo así las emisiones de carbono del sector transporte.
El Plan de Desarrollo Humano Integral también aborda la histórica deuda en términos de integración urbana y construcción de viviendas dignas, que además resulta central y urgente en términos de adaptación al cambio climático. La mejora en el acceso a los servicios básicos como luz, agua potable y cloacas es a su vez una renovada oportunidad para pensar una urbanización resiliente, que priorice criterios de eficiencia energética y dinamice sectores incipientes pero estratégicos en el ámbito de la construcción bioclimática.
Financiamiento
Para el financiamiento del Plan, se buscará crear un fondo de ahorro en moneda nacional orientado a trabajadores registrados que ofrezca una tasa de interés equivalente a la del mercado financiero y que, a su vez, permita descontar del impuesto a las ganancias (cuarta categoría) un porcentaje del monto invertido en ese fondo, de manera de mejorar la rentabilidad final del ahorrista. Además, se prevé la creación de un fondo fiduciario -”Fondo Mugica”- de 750.000 millones de pesos anuales, sustentado en la propia reactivación económica, las erogaciones actuales del Estado en programas preexistentes y un gravamen mayor a ciertos productos (ej. bebidas azucaradas).
Fundamentalmente, la potencia del Plan de Desarrollo Humano Integral radica, además de en su finalidad, en el origen de sus propuestas: sindicatos de diferentes vertientes, trabajadores de la economía popular, científicos y académicos, estudiantes, movimientos feministas y ambientalistas, empiezan a confluir en la necesidad de articular una agenda común de respuesta a la situación actual. Las propuestas serán siempre perfectibles, y bienvenidx será todx aquel/la que tenga algo para aportar, pues la recuperación de Covid19 será verde, conjunta y desde abajo, o no será.
*Integrantes de Jóvenes por el Clima