Hace un año, Rusia invadió Ucrania y voló por los aires el orden global. La política internacional ha tenido más protagonismo durante los últimos meses que desde hace mucho tiempo, quizás desde la caída de la Unión Soviética. A la guerra de Ucrania se ha sumado el aumento de tensiones sobre Taiwán durante el verano, que ha servido para subrayar la fragilidad de las relaciones entre China y Estados Unidos. El incidente de los globos espía chinos derribados por la Fuerza Aérea americana, que provocó que se pospusiese un intento de acercamiento diplomático entre ambos países, es probablemente el último evento de un año que ha tenido un regusto a conflicto geopolítico como no se veía desde hace tres décadas.
Estos meses recuerdan a un tiempo en el que los países más poderosos se disputaban el control internacional, generando tensiones que en algunas ocasiones escalaban en forma de conflictos violentos y, en otras, directamente parecían poner en riesgo a medio mundo. Un punto de vista muy extendido sobre los eventos de Ucrania y Taiwán sigue precisamente este argumento. La idea es que estos conflictos son la consecuencia de un sistema internacional en el que las grandes potencias tratan constantemente de conseguir o mantener cierto control, si no internacional, al menos sí sobre su área de influencia. Un sistema en el que lo que importa es la capacidad militar y los recursos de cada país. Es decir, nada nuevo. La misma geopolítica de las últimas décadas, que simplemente se nos había olvidado porque Estados Unidos disfrutó de ser la potencia hegemónica durante unos años.
Estos meses recuerdan a un tiempo en el que los países más poderosos se disputaban el control internacional generando tensiones que llegaban a la violencia
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Otros dicen que el problema con Rusia y China está relacionado con el tipo de régimen que hay en dichos países. Es decir, que gran parte de la explicación a las decisiones de Vladimir Putin y Xi Jinping es que ambos son los líderes de Estados cada vez más autoritarios, pero que no obstante aún están en proceso de consolidar su poder (lo que a veces se conoce como autoritarismo competitivo, especialmente para casos en los que se siguen celebrando elecciones, como en Rusia). Según esta visión, una política exterior más agresiva puede ser consecuencia de la necesidad de aumentar el apoyo de algunos sectores internos o de la falta de los contrapesos que existen en una verdadera democracia. Relacionado con esto, hay también opiniones que apuntan a las motivaciones ideológicas de Putin y Xi, sobre todo para el caso de Ucrania, donde se señala el ensayo que publicó Putin el verano anterior a la invasión, en el que básicamente afirmaba que Ucrania no se merece el título de nación, sino que forma parte de Rusia.
Sin embargo, creo que lo que ha pasado este año puede ser señal de un cambio más profundo a nivel internacional, un cambio que puede tener consecuencias mucho más serias. Estos eventos pueden marcar el inicio de un periodo en el que la globalización echa el freno y la soberanía nacional vuelve a definir las relaciones internacionales. Un periodo que necesariamente se vuelve más inseguro.
Tampoco es que este aviso sea totalmente nuevo. De hecho, el cambio de sentido del proceso de globalización ya estaba sobre la mesa desde hace tiempo, sobre todo a raíz de algunos resultados electorales como el Brexit o la victoria de Trump. Lo mismo pasa con el ámbito económico. Por ejemplo, el economista Dani Rodrik ya avisaba hace más de una década de que la globalización económica conllevaba necesariamente sacrificar la democracia o la soberanía nacional, y que veía muy improbable que los países se pusiesen de acuerdo en ceder soberanía para construir algún tipo de gobernanza mundial. Una consecuencia de que la democracia disminuya porque la demanda de soberanía se mantiene alta es que haya una tendencia a nivel internacional hacia sistemas más autoritarios basados en una narrativa nacionalista fuerte.
Un orden internacional definido por la soberanía nacional no es nuevo: los viejos años '20 empezaron con el orden surgido tras la Primera Guerra Mundial
Lo especial de lo que ha ocurrido durante el último año es que puede que sea la primera vez que esta tendencia implica conflictos militares, ya sea la disputa sobre Taiwán o algo mucho más violento como la guerra de Ucrania.
Además, al invadir Ucrania, puede que Putin haya dado el primer paso para cambiar también el rumbo de las relaciones internacionales. Decía hace unos meses el economista Branko Milanovicque una manera de entender la guerra de Ucrania puede pasar por pensar que el objetivo de Putin no era mejorar la posición internacional de Rusia, doblegando a Ucrania o parando la expansión de la OTAN, sino conseguir que Rusia sea verdaderamente soberana. Esto es totalmente diferente a algo como el Brexit, que aunque supuso un cambio de rumbo para la globalización económica y un aviso para los que creían que la integración económica solo podía ir a más, a nivel de cooperación internacional no tenía grandes efectos. Pero la invasión de Ucrania sí puede tener consecuencias muy importantes para las relaciones entre los países.
El ingreso de nuevos países en alianzas internacionales, el fortalecimiento de estas alianzas, un aumento del gasto militar de cada país y una presencia más fuerte de discursos nacionalistas en todos los ámbitos. Todo esto, que en cierta manera ya hemos observado durante los últimos meses, tiene consecuencias para la política interna de cada país, dando alas a las fuerzas políticas nacionalistas que desprecian los foros de cooperación internacional.
Un orden internacional definido por la soberanía nacional no sería algo nuevo. Hace cien años, los viejos años veinte empezaron con el orden que surgió del fin de la Primera Guerra Mundial. Un orden definido en gran medida por los famosos Catorce Puntos del presidente americano Woodrow Wilson, que subrayaban la importancia de la democracia, la globalización económica, la autodeterminación nacional y las organizaciones internacionales, especialmente la Liga de las Naciones. Aunque en cierta medida Wilson buscaba debilitar a los viejos imperios europeos y consolidar la supremacía americana a través de estas medidas, era ante todo un modelo de orden internacional para asegurar la paz global. El desenlace ya lo conocemos. Unos años después, sobre todo a raíz de la crisis económica, muchos países respondieron a esta situación a través de regímenes autoritarios basados en una idea desmesurada de la nación. La paz falló.
Puede que los eventos de este año sean parte de la misma historia de las últimas décadas, pero también puede que tengan una importancia especial. Que cuando los miremos con la perspectiva que da el tiempo, y que ahora no tenemos, se conviertan en señales de un nuevo periodo en el que el nacionalismo volvió a definir las relaciones internacionales. Señales de unos nuevos años veinte que nos trajeron de nuevo la inestabilidad y los conflictos internacionales.
Publicado originalmente en la revista CTXT