En mi carácter de inversor extranjero en la Argentina desde hace más de 22 años, he visto fracasar muchos programas económicos. Algunos, como el Plan Austral, fueron diseñados de forma pobre, mientras otros, como el Plan de Convertibilidad, fueron vivieron 10 años de éxito antes de sucumbir.
A pesar de cierto éxito espectacular inicial, el "Plan Kirchner" ha comenzado a derrapar por la misma resbalosa ladera hacia el desastre que transitaron todos los planes económicos anteriores. Hago esto afirmación desde mi postura de alguien que, en general, aplaudió la re-estructuración de la deuda argentina y quien creyó que el Plan Kirchner podía ser exitoso.
¿Cómo es que Argentina se encuentra en problemas económicos y políticos tan serios durante un época de precios históricos para los commodities, ingresos fiscales récord y fuerte crecimiento económico?
Nunca, en la memoria reciente, la política gubernamental ha enfrentado ataques tan sostenidos desde dentro de la misma Argentina en un contexto de producciones anuales récord tan destacadas como las del Plan Kirchner.
En el centro de esta crisis, y muchas de las crisis del pasado, está el fracaso del Gobierno argentino en ser sincero con su propia gente. En el caso de los gobiernos kirchneristas, la decisión en 2007 de "modificar" las cifras de inflación publicadas por el INDEC debe estar entre los ejercicios de poder gubernamental más cínicos vistos en América latina en décadas, y eso no es decir poco.
¿Cómo puede el Gobierno decirle a su gente que la inflación de 2007 fue del 8,8% y luego utilizar un tasa del 22% de inflación para 2007 para establecer sus propias proyecciones financieras? Con expectativas inflacionarias actuales casi tres veces mayores a lo sugerido por las cifras oficiales, ¿realmente creyó el Gobierno que los inversores continuarían comprando bonos indexados por CER o bonos de tasa fija en pesos pero a tasas de interés reales muy negativas?
Esta farsa podía continuar mientras el sólido desempeño exportador argentino fuese respaldado por un peso devaluado y mientras el consumo privado estuviera sostenido por ganancias en los sueldos reales.
Desafortunadamente, el acuerdo faustiano de los Kirchner está siendo desenmarañado por una ciudadanía dispuesta a aceptar un poco de trampa en las cifras de inflación pero no el tipo de "Gran mentira" númerica que hemos visto en los últimos meses.
Los ruralistas argentinos saben que los pesos que reciben por exportaciones valen considerablemente menos de lo que indican las cifras oficiales y los asalariados argentinos saben que están perdiendo terreno frente a la inflación.
Cuando un Gobierno pierde su integridad le es casi imposible recuperarla. Esto situación no se le puede haber presentado a Argentina en un peor momento. El país necesita juntar US$10.000 millones en 2009 si va a cumplir con sus obligaciones. Es probable que el Gobierno pueda evitar caer en default en 2009 a través de presiones a los fondos jubilatorios locales y los bancos locales para que compren bonos sin valor mientras se reducen las reservas del BCRA.
Tales medidas no son más que parches insostenibles en el mediano plazo. Para poder cumplir sus obligaciones, Argentina tendrá que volver a los mercados voluntarios de capital.
Tras haber desdeñado a los inversores, sin importar si se trataba de un joven empleado con sus ahorros personales o un directivo de fondos de inversión en Nueva York, queda claro en este momento nadie, salvo quizás Hugo Chávez, le prestará de forma voluntaria dinero a Argentina. Que le pregunten a Fernando De la Rúa cuán difícil es recuperar la confianza de los inversores una vez perdida.
En esta ocasión, sin embargo, no estará el FMI, u otros chivos expiatorios conocidos, para culpar por la probable implosión de la economía argentina. La crisis fue creada en Argentina y sólo puede ser resuelta en Argentina. Una forma de empezar a enderezar el rumbo es que el Gobierno comience por aplicar una axioma enseñado por padres a sus hijos: decir la verdad. Sólo entonces quienes creen que Argentina tiene un futuro brillante contemplarán darle al país una nueva oportunidad con los ahorros que tanto nos costó juntar.
*Especial para Perfil.com.
Ignacio Sosa es un asset manager residente en Boston con 27 años de experiencia trabajando con mercados emergentes. Las opiniones presentadas en este artículo son personales y no reflejan los opiniones de ninguna otra persona ni empresa. Ni Sosa ni los pools de inversión administrados por él y su empresa tienen inversiones en activos argentinos al momento de publicación de este artículo.