La historia es un lugar fascinante al cual cabe remontarse cotidianamente. La cantidad de abordajes posibles hacia ella encuentra en las historias de vida una fuente inagotable. Educación dialogó con la doctora en Historia, María Bjerg sobre su nuevo libro Lazos rotos: La inmigración, el matrimonio y las emociones en la Argentina entre los siglos XIX y XX (Universidad Nacional de Quilmes), para conocer muchas de esas historias de desencuentros, emociones y la incipiente formación de un país.
A la distancia natural que existe entre los destinos (Buenos Aires – países europeos) y los tecnológicos de la época, la escaza alfabetización de españoles e italianos era un factor adicional para transmitir emociones e intentar mantener una relación afectiva. ¿Cómo era esta dinámica a comienzos del siglo XX?
MB: Sin dudas, la escasa alfabetización o directamente el analfabetismo fue un factor que dificultó, primero que nada, la comunicación entre los inmigrantes y sus familias que habían quedado en el lugar de origen, y a la vez, la expresión de las emociones. De hecho, pensemos que muchos de ellos pagaban a terceras personas para que les escribiesen las cartas (y además, cuando esas cartas llegaban a destino, a menudo eran leídas en público, a viva voz y no en la intimidad, porque las/los receptores tampoco sabían leer), con lo cual se hacía difícil manfestar emociones o usar los lenguajes de la intimidad, por ejemplo, en el caso de la correspondencia entre maridos y esposas. Sin embargo, también hay que tener presente que aquellas personas tenían estilos emocionales que hoy en día nos resultarían parcos o fríos. Era poco común por ejemplo, el uso de la palabra amor, y más bien se hablaba de cariño. A la vez, la obediencia de la mujer al marido era interpretada como un signo de amor; o el hecho de que el esposo, que había emigrado no le enviara remesas de dinero a su mujer, que había permanecido en el lugar de origen, era leído por ella como un gesto de desamor.
Creo no estar hablando solo en términos personales, sino que es algo extendido entre los argentinos –especialmente quienes tenemos descendencia europea-, pero noto cómo la migración, particularmente la de comienzos del siglo XX, es un lugar al que solemos acudir reiteradamente. Hay algo de ese tiempo que aún nos resulta muy significativo. Además de tus investigaciones, ¿tenés algún vínculo personal-familiar con ese periodo? ¿Por qué creés –si es que lo haces- que los argentinos nos atrae tanto la migración en general y la de la mencionada época en particular?
MB: Como tantas personas en este país, parte de mi familia fue inmigrante. Pero no tengo un vínculo particular ni con la época sobre la que escribí el libro ni con los españoles o italianos que protagonizan las historia de mi libro. De hecho, mi familia vino de Dinamarca. Ahora, con respecto a la pregunta: ¿por qué creo que a los argentinos nos atrae el tema de la inmigración y, en particular, la europea, aquella que llamamos masiva o aluvional? Me parece que la de la inmigración europea, masiva, ha sido una de las narrativas (o para ponerlo en términos más actuales “el relato”) más exitosas en la construcción de la identidad nacional. Ese fenómeno terminó amalgamado a la historia argentina con un mito fundacional: el de la Argentina blanca, civilizada y moderna. Aunque ese ideal, que fue acariciado por “los padres fundadores” (Alberdi y Sarmiento) y puesto en marcha con las políticas de los gobiernos “liberales”, no terminó concretándose y pronto, las clases dirigentes de fines del siglo XIX y principios del siglo XX empezaron a advertir las consecuencias no deseadas de la inmigración. De hecho, los protagonistas de mi libro “Lazos rotos…”, analfabetos, pobres, alcohólicos, timadores, maltratadores de sus esposas y hasta uxoricidas, tienen poco que ver con ese ideal de inmigrante que traería la civilización y la modernidad al país. Sin embargo, seguimos aferrados a la idea de que “bajamos de los barcos”, de que somos los más europeos de América Latina, de que Buenos Aires es una París en el Sur y todo ese tipo de clichés. Esa idea está muy unida, me parece, a la percepción más general del éxito o del fracaso del país, de un destino de grandeza, una suerte de “destino manifiesto” a la criolla.
De hecho, seguimos siendo un país de inmigrantes. Después de que el ciclo de las migraciones europeas se cerró de manera definitiva durante los años 1950, las migraciones no se interrumpieron, solo que cambiaron de origen y modalidad. Empezaron las migraciones limítrofes, luego vinieron los asiáticos y a las de América del Sur se sumaron las de migrantes no limítrofes. Si observamos toda esa larga tradición migratoria que empieza, digamos en los años ochenta el siglo XIX, lo primero que aparece es la riqueza cultural que esos sucesivos impactos le han imprimido al país. Sin embargo (aunque tal vez esté equivocada), me parece que no nos hemos beneficiado igual de la diversidad que trajeron los europeos, que de la que nos imprimieron las migraciones no europeas.
Al mismo tiempo, como sociedad también somos el producto de otra migración crucial, que es la migración interna, la de las provincias. Un movimiento poblacional que aunque se lo vincula más al origen del peronismo, tuvo mucha gravitación tiempo antes, por lo menos desde los años 1930, pero tampoco han concitado mucho interés, ni siquiera el suficiente interés entre los historiadores. Sacando el entrelazamiento entre el migrante interno y el peronismo, de lo que sí se investigado, en general, me parece que queda todavía trabajo por hacer en ese sentido.
Este libro no solo tiene la virtud de ser un elemento con interesantes aportes académicos (desde el uso de los expedientes judiciales como fuente primaria hasta las reflexiones), sino que es un aporte para lectores no necesariamente académicos pero que si están interesados en indagar más sobre esa época. ¿A qué lector apuntaste? ¿A qué tipo de lector esperas que le llegue esta obra?
MB: La verdad es que cuando escribo no pienso en si mi lector será académico o “no-académico”. Solo pienso que tengo que tratar de escribir lo mejor posible, en una prosa limpia y, sobre todo, despojada de la jerga que se usa en la academia, para crear un texto que cualquiera pueda leer con agrado. No estoy segura de llegar a lograrlo alguna vez, pero esa es siempre mi intención.
En el arduo proceso de reconstrucción de la historia para “Lazos rotos: La inmigración, el matrimonio y las emociones en la Argentina entre los siglos XIX y XX” (Universidad Nacional de Quilmes) tomaste como fuente primaria los expedientes judiciales de la época ¿Cuáles fueron los desafíos de este tipo de instrumento y qué ventajas creés que te aportaron?
MB: Los expedientes judiciales son fuentes que hay que trabajar con muchos recaudos, sobre todo porque en mi caso, lo que me interesaba era rescatar la voz de los acusados, las víctimas, los querellantes y los testigos, más que la de los abogados o de los funcionarios judiciales. Esas voces, las de la gente corriente que terminó en un tribunal porque se vio envuelta en un episodio que, a veces, ni había imaginado que les podía ocurrir, aparece muy mediada en los expedientes. Son declaraciones que siguen formalidades, que son anotadas por un escribiente, que se hacen en un contexto de las relaciones de poder desiguales. En cambio, leídas con ojo atento y un poco a contrapelo, digamos hurgando en el subtexto, emergen esas voces que yo buscaba: las de la gente que, de hecho, no tuvo muchas otras oportunidades de hablar o de que sus dichos, sus opiniones, sus sentimientos, quedasen registrados. La lectura del archivo judicial, adonde están las personas “pocas veces visitadas por la historia” (como dijo alguna vez la historiadora francesa Arlette Farge) genera una sensación de realidad que casi ningún otro archivo o documento puede lograr. Y eso me resulta apasionante.
*Politólogo, sociólogo, docente e investigador (UBA) @leandro_bruni