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Filósofos feministas varones rescatados del olvido por una mujer

Después de su libro Ellas lo pensaron antes. Filósofas feministas excluidas de la memoria, el último de la filósofa María Luisa Femenías se titula Los disidentes. Filósofos feministas excluidos de la memoria. Es un trabajo meticuloso que recupera a pensadores varones que en sus respectivas épocas fueron voces diferentes. Desde el andalusí Averroes, filósofo musulmán nacido hace casi mil años, hasta pensadores vivos como el Premio Nobel indio Amartya Sen, el recorrido refuta una de las justificaciones más comunes de las calamidades pensadas a lo largo de los tiempos: “Hay que ubicarse en la época”.

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Filósofos feministas. | cedoc

El macho es por naturaleza superior y la hembra inferior; uno gobierna y la otra es gobernada; este principio de necesidad se extiende a toda la humanidad. La definición pertenece a Aristóteles, está incluida en su célebre tratado Política (1254b 13-15) y es, apenas, una muestra de las numerosas (y naturalizadas) expresiones que dieron por sentada la inferioridad de la mujer desde los inicios mismos de la filosofía. 

La reflexión de Aristóteles inaugura un largo recorrido de asertos que hoy sorprenden, impactan, enardecen. Y es habitual que cuando se recuerda este tipo de definiciones se apele a una explicación comprensiva: “Hay que ubicarse en la época, ese era el consenso de aquella sociedad, no hay que analizar el pasado con criterios de la actualidad, es un anacronismo tachar esas expresiones de misoginia o de androcentrismo, porque en aquella época nadie sostenía algo distinto”, etcétera.

Sin embargo, “hay dos elementos fuertes que ponen en cuestión esa justificación. El primero es que siempre hubo voces disidentes. En la época de Aristóteles, su propio maestro, Platón, defendió en La República la posibilidad de que varones y mujeres compartieran las mismas tareas en una sociedad ideal, y aunque creía que en todas las formas de la vida las hembras son más débiles que los machos”, advertía que entre los seres humanos hay muchas mujeres que son mejores que muchos hombres, y sostenía que “hay mujeres dotadas para la medicina, o para la música, la gimnasia, la filosofía, la guerra”. 

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El segundo elemento es que si se traza una línea de tiempo de las expresiones misóginas de parte de referencias mayúsculas del pensamiento, se corrobora que entre Aristóteles y, por poner un par de ejemplos, Hegel o Schopenhauer (dos de los conspicuos filósofos con profusión de frases de ese tipo), prácticamente se recorre toda la historia de la filosofía. En esos veintitrés siglos que los separan hubo avances extraordinarios en la relación entre varones y mujeres. Tanto Hegel como Schopenhauer vivían en 1838, cuando se aprobó el primer sufragio femenino en las islas Pitcairn, territorio británico de ultramar, y cuando Mary Wollstonecraft publicó su Vindicación de los derechos de la mujer, Hegel tenía 19 años. ¿Entonces? Cuando se alude a “ubicarse en la época, ¿en cuál es la que hay que ubicarse? ¿La de Mary o la de Hegel?

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Una sola esclavitud. Otro aspecto muy interesante reside en la ligazón que existe entre la idea de la inferioridad de la mujer y la naturalización de la esclavitud. Para Aristóteles, “algunos seres, desde el momento en que nacen, están destinados, unos a obedecer, otros a mandar”, al punto de creer que “la naturaleza misma lo quiere así”, ya que hace los cuerpos de los hombres libres “diferentes de los de los esclavos, dando a estos el vigor necesario para las obras penosas”. Y a continuación completa: “La relación de los sexos es análoga; el uno es superior al otro; este está hecho para mandar, aquel para obedecer”.

Por eso quizás a lo largo de los tiempos, muchas de las voces que cuestionaron una de esas consolidadas instituciones también impugnaron la dominación patriarcal. Tal es el caso de la célebre Olympia de Gouges, la filósofa francesa, masona y revolucionaria, que en plena Revolución reclamó no solo los derechos para las mujeres, sino también la abolición de la esclavitud y la liberación de las colonias francesas. Tres temas que la Revolución francesa no tenía en agenda. Claro: no se le podía pedir a la Revolución que fuera tan revolucionaria. Olympia fue detenida por su defensa de los girondinos, juzgada sumariamente y guillotinada en 1793. 

Dos mil años antes, un ilustre antecedente de Olympia, el filósofo Alcidamas (o Alcidamante en otras traducciones) había defendido filosóficamente que la esclavitud (de varones o de mujeres) no tenía nada de natural. “La divinidad ha dejado que seamos todos libres; a nadie hizo esclavo la naturaleza”, cuenta el mismísimo Aristóteles que sostenía Alcidamas. 

De nuevo: ¿en cuál época hay que ubicarse? ¿La de Alcidamas, la de Olympia, separadas por más de veinte siglos?

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Necesaria. Los disidentes. Filósofos feministas excluidos de la historia es un trabajo meticuloso de recuperación de una serie de pensadores de diferentes tiempos que ilustran precisamente que en cada una de sus épocas existieron esas voces diferentes. El texto va desde Averroes, filósofo y médico andalusí musulmán, también matemático y astrónomo, nacido hace casi mil años, hasta gente que está viva, como Amartya Sen, economista y filósofo indio que en 1998 recibió el Premio Nobel en Economía, uno de los primeros concedidos a alguien que no forma parte del esquema ortodoxo en la materia, sino que, por el contrario, lo cuestiona.

La autora de este trabajo, María Luisa Femenías, es una filósofa argentina y una de las referencias ineludibles en filosofía y feminismo en habla hispana. Doctora en filosofía, es pionera en los estudios de género en la Argentina y sobre violencia contra las mujeres en América Latina. Cofundadora de instituciones de investigaciones en género en la UNLP y en la UBA. En 2016 recibió el premio nacional Fundación Konex.​ Entre sus publicaciones se destaca Perfiles del feminismo iberoamericano, en tres volúmenes.

En Los disidentes pasa revista en cuatro partes ordenadas cronológica y temáticamente por un seleccionado de pensadores, algunos muy reconocidos en la historia de la filosofía mientras otros prácticamente ignotos. Pero incluso los más renombrados que María Luisa selecciona no son habitualmente destacados por haber impulsado en su labor de filósofos un cambio de miradas respecto de la situación de la mujer. Eso hace atrapante el trabajo: permite redescubrir a pensadores como Agrippa, Condorcet o John Dewey. 

También es importante el hecho de que la autora no se limita a citar un par de frases o a mostrar con quién discutieron: en el capítulo que le dedica a cada uno, se mete en su época, indaga las influencias que lo marcaron, rastrea y detalla los coetáneos con que dialoga o discute, los presenta en diálogo (a veces tenso) con sus propios maestros, reconstruye sus argumentos tratando de hacerlos accesibles a cualquier público curioso, destaca de qué manera actuaron en su tiempo en los debates públicos e incluso cómo influyeron (o intentaron influir) en la legislación de sus sociedades, y trazando las líneas que ellos abrieron, como quienes abren surcos, caminos nuevos, sabedores de que otras personas los recorrerían. 

Rescates esenciales. Así, por ejemplo, rescata del olvido a un pensador como Theodor Gottlieb von Hippel, discípulo y amigo de Kant, de quien toma distancia para defender la igualdad de los sexos, publicando en 1792 Sobre el mejoramiento civil de las mujeres. Allí analiza la condición de la mujer, su biología y su psicología, su degradación a través de la historia y reconstruye especulativamente el origen prehistórico de los prejuicios en su contra, examinado su estatus legal contemporáneo y los argumentos que se esgrimían como si se tratara de una situación “eterna” y no de una condición histórica y social modificable.

O a Françóis Poullain de la Barre, francés, sacerdote y filósofo, cartesiano, fallecido en 1725, autor de De l’égalité des deux sexes, donde demuestra que el trato desigual que sufren las mujeres no tiene un fundamento natural, sino que procede de un prejuicio cultural. 

O al también sacerdote Benito Feijoó, fallecido en 1764, benedictino español, autor del discurso Defensa de mujeres, que comienza diciendo: “A tanto se ha extendido la opinión común en vilipendio de las mujeres que apenas admiten en ellas cosa buena. En lo moral las llena de defectos, y en lo físico de imperfecciones. Pero donde más fuerza hace es en la limitación de los entendimientos. Por esta razón, después de defenderlas con alguna brevedad sobre estos capítulos discurriré más largamente sobre su aptitud para todo género de Ciencias y conocimientos sublimes”. 

O al prolífico marqués de Condorcet, filósofo, científico, matemático, economista, historiador, recordado (entre otras cosas) por ser el principal impulsor de lo que hoy conocemos como el sistema métrico. Condorcet fue un defensor de los derechos de las mujeres y de los negros esclavizados, con obras como su discurso Sobre la admisión de las mujeres al derecho de ciudadano o sus Réflexions sur l’esclavage des nègres. Falleció en 1794.

Lógica viva. Por supuesto que no están todos. Sería imposible meterlos en las 446 páginas del libro. Pero la selección no es arbitraria. Y otro mérito del trabajo de María Luisa es el de haber incluido, en un campo tan eurocentrado como lo es el de la filosofía académica, a dos destacadas referencias de nuestras latitudes, pero (lamentablemente) ignoradas casi por completo en la discusión filosófica, siempre más pendiente de la última novedad proveniente del Norte. Me refiero al uruguayo Carlos Vaz Ferreira y al legislador socialista tucumano Mario Bravo, ambos en la parte dedicada al siglo XX y en compañía ilustre, con John Dewey y Amartya Sen. “De Vaz Ferreira la autora toma una cita que tiene más de un siglo en la que, si reemplazamos la palabra ‘divorcio’ por la palabra ‘aborto’”, parece escrita en ocasión de los debates de años recientes cuando el Congreso encaró esa temática: “Los adversarios del divorcio suelen cometer a menudo un error curioso, que veo muy generalizado, y es el de razonar como si los partidarios del divorcio quisieran hacerlo obligatorio. Naturalmente, nadie supone esto de una manera expresa, pero se razona como si así fuera, pues lo que se presenta como especialmente temible son los inconvenientes de una universalización que no llegaría a producirse. Idéntico paralogismo cometen en la práctica, muy a menudo, los adversarios del feminismo, en una de las acepciones de este término, o sea aquella que consiste en abrir los empleos y las carreras para las mujeres. Razonan, sin darse cuenta de ello, como si se aspirara a algo así como a hacer obligatorio que las mujeres ocuparan empleos y siguieran carreras o, en todo caso, como si fuera de temer la universalización del fenómeno”. La cita es de Lógica viva, publicado en 1910. 

A contrapelo. Con piezas de esta contundencia, María Luisa muestra que prácticamente en todas las épocas hubo filósofos que pusieron en cuestión la condición de subordinación a la que estaban destinadas las mujeres. Este cuidado y detallado estudio de los aportes de teóricos varones que, a contrapelo del discurso preponderante en su tiempo, se propusieron desarticular los argumentos (en su mayoría de base teológica o naturalista) que daban por sentada la inferioridad de la mujer. Estos varones, desde hace dos mil años, fueron precursores de la igualdad de sexos. Muestra, en suma, cuánto les debemos y cuán importante es encontrar en el pasado esas voces pioneras que nos inspiran para seguir abriendo nuevos caminos de libertad.

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María Luisa explica que uno de sus objetivos fue precisamente desactivar aquel argumento tramposo que hace un mal uso del circunstancialismo histórico (ese que bien entendido es imprescindible para comprender cada momento y cada acción humana): mostrar que en cada etapa “otras cosas podían pensarse además de la consabida misoginia achacada a una miopía de época; excusa esta que como bien se sabe aparece siempre en primer lugar para exculpar a cuanto teórico o filósofo rechazó la capacidad y, en consecuencia, los derechos de las mujeres”. 

Claroscuros. En diálogo con PERFIL, María Luisa comenta que en su opinión “la concepción ilustrada de progreso, actualmente en crisis, oscureció disidencias en tanto proyectó una suerte de tiempo lineal futuro siempre mejor, que no permite ver los altibajos y los claroscuros de cada época”. Y cita a Celia Amóros, quien apeló al feminismo “como conciencia crítica de la Ilustración”. 

Por eso entiende que tanto su libro anterior (Ellas lo pensaron antes, filósofas excluidas de la memoria) como el que comentamos “se complementan solidariamente: muestran a ‘perdedores’ de su época, cuyas contribuciones diluidas y tamizadas por necesidades de cada presente, fueron socavando hegemonías hasta contribuir a consolidar narraciones y situaciones ‘nuevas’. Claramente los discursos contrahegemónicos fueron permeando la sociedad/cultura de su tiempo hasta hacer posibles muchos cambios. Pero no se puede descuidar el estar atentos tanto a los logros como a las resistencias (por lo general en sordina), a esos mismos cambios”.   

El libro de María Luisa no solo es una contribución novedosa a la filosofía y al feminismo sino que ayuda a construir una visión más compleja y matizada del pasado humano en una temática que, hasta donde conozco, casi no había sido abordada con el conocimiento y la profundidad que merece, y que este texto nos proporciona. 

Altamente recomendable, no solo para disfrutarlo como lectura erudita, aparece como muy valioso material de consulta en el estudio de la filosofía, del derecho, de las ciencias sociales y de la historia, especialmente en la formación de formadores en cada uno de esos campos. Sin ironía: un libro necesario para ubicarse en la época.

*Filósofo y periodista. Integra la cooperativa de periodistas El Miércoles, de Concepción del Uruguay, y el grupo de ética ambiental de la Sadaf, la Sociedad Argentina de Análisis Filosóficos.