Hay un ejercicio especulativo muy utilizado en la antropología, que consiste en imaginar cómo le explicaríamos cierto fenómeno de una determinada cultura a un extraterrestre recién aterrizado.
Si intentáramos transmitirle a un marciano quién es Mario Pergolini nos veríamos obligados a delinear –en sus propios parámetros– tres perfiles completamente distintos y cronológicamente bien delimitados: el de los inicios de la Rock and Pop, vociferando al micrófono la rebeldía juvenil en plena efervescencia democrática; el de Caiga Quien Caiga y Cuatro Cabezas, afianzado como empresario de medios y haciendo gala de la calidad de cada producto; y el de Vorterix, que no puede explicarse sin comprender la disrupción de las tecnologías digitales aplicadas a la comunicación masiva.
Nuestro hipotético interlocutor quedaría confundido, sin dudas.
Entonces, no sin algo de aflicción combinada con un poco de malicia, le daríamos el golpe de gracia, añadiendo, a la evolución descrita, otro Pergolini más: el actual, a dos años de cumplir sesenta, fascinado por el modo en que se atomiza el público que antes compartía dispositivos de recepción; convencido de que “ya no podemos pretender que las audiencias vengan a donde nosotros estamos (…) hoy los de menos de 25 están en Twitch viendo streaming de videojuegos” y entonces, para hablarles a ellos, hay que aprenderse un poco la jerga, entenderles la cabeza, los gustos y, sobre todo, a los más chicos, respetarles la rebeldía.
Esta etapa lleva la etiqueta de Go Lab, empresa con la que está desarrollando Hangar, un estudio multimedia de 600 metros cuadrados emplazado en el edificio de Canal 9, donde ocurre uno de los encuentros a propósito de este retrato.
“Ya no podemos pretender que las audiencias vengan a donde nosotros estamos”
En cada conversación Mario usa pantalones cargo, zapatillas deportivas y remera, atuendo que, sobre todo en el Hangar, lo pone más cerca de subirse a una escalera y empalmar cables con cinta aisladora que de hablar al micrófono, o delante de una cámara. “Soy técnico electromecánico, hijo de un técnico. Incluso cuando hacía Cuál es me interesaban las máquinas (…) todo el mundo quiere conducir radio, y van y lo hacen y listo. Yo, en cambio, a los 21 iba aprendiendo a editar, a usar la consola, porque eso te permite saber qué se puede hacer y, si no, qué tecnología es la que hace falta para hacer lo que estás pensando”.
Aunque devenga más reflexivo con el paso del tiempo, el tipo sigue siendo una tromba. Incluso admite la fatalidad de que innova porque no lo puede evitar.
“Mirá –señala la inmensidad del estudio 5 de Canal 9– hicimos un edificio adentro de un estudio ¡es una estupidez! –se ríe– ¿por qué metimos oficinas adentro del estudio en vez de usar las de afuera? Porque de la forma colaborativa en que queremos trabajar, tal como hoy yo entiendo la producción de entretenimiento, hay una inmediatez que no vamos a lograr si ponemos las oficinas afuera. Cuando esté listo, si viene alguien y me dice ‘che por qué no hacemos tal cosa’, como estamos uno al lado del otro yo le contesto ¡dale, hagámoslo! Y lo hacemos. Y acá vamos a tener toda la tecnología para hacer lo que se nos ocurra. Para mí, realizarlo ya es un éxito, pero sé que otro diría ¡es una locura, a dónde mierda nos va a llevar esto! –larga una carcajada de nuevo.
Hace un silencio profundo cuando le toca pensar en cómo viven el vértigo quienes lo acompañan en cada golpe de timón. En un recuento rápido concluye que, de la esfera profesional, solo tres o cuatro personas han logrado seguirle el ritmo. Respecto de su familia, si bien lo enorgullece comprobar que junto a Dolores, su esposa, educaron con buenos valores a sus tres hijos, no se preocupa por cómo llevan el apellido.
“Hay que escuchar a todo el mundo. Nunca sabés de dónde va a surgir una idea”
“Les garantizamos casa y comida, que no es poco; después, los hijos son tuyos un rato. Cuando crecen toman sus decisiones, y está bien que así sea. Hoy tengo uno de veintiocho y te aseguro que las conversaciones que tenemos son muy divertidas”.
Mario da solo cuatro charlas al año, y selecciona cuidadosamente las entrevistas a las que accede. Leyendo los comentarios a cada video de Youtube donde queda registro de ello, la palabra innovación aparece con notable frecuencia.
Y dado que uno se debe a su público, –léase con voz de megáfono– se ofrece aquí, a renglón seguido, la fórmula de la innovación tecnológica de Mario Pergolini.
La OIT define cobotización al modo en que las máquinas de este tiempo, y las personas, trabajan colaborativamente. La versión de Mario es la siguiente:
“Viniendo del palo técnico, muchas veces llegamos a un momento en el que en una mano tenés un enchufe redondo, y en la otra uno cuadrado, y no los podemos vincular. Entonces nos preguntamos ‘¿qué mierda va acá en el medio?’ y en esas situaciones yo siempre dije lo mismo: ¡un humano, en el medio de esto va un humano! –se ríe– que va a resolver cómo hacemos para que, de alguna forma, conectemos esto con esto que, técnicamente, no lo podemos lograr”.
Si al ingenio para vincular hombres con máquinas (y hoy, sobre todo, aquellas que poseen inteligencia artificial) se le agrega una dosis de intuición más una pizca de generosidad, tenemos la alquimia completa.
“Hay que escuchar a todo el mundo; yo siempre les digo, a los chicos que están empezando, que el que te viene a buscar a la puerta de la radio o de un canal de televisión se merece todo el respeto. Y hay que escucharlo porque nunca sabés de dónde va a surgir una idea. De pronto en la vereda alguien te propone algo que no sabías que estabas buscando, hasta que te lo dicen”.
Recuerda que así daba oportunidades Badía, y que Daniel Grinbank se manejaba de la misma forma con las bandas que le acercaban un demo.
Es una virtud infrecuente, en un ambiente dominado por la vanidad, saber que lo nuevo no siempre partirá del genio propio. También esa mirada lo aventaja en una carrera que hoy recrudece la competencia, porque “el mundo está ávido de ideas nuevas, pero en cada lugar hay miles intentando lo mismo, y son muy pocos los que logran destacarse”.
Los próximos dos años Mario Pergolini se dedicará a impulsar nuevos talentos. Buscará, además, un líder para el Hangar; alguien que tome la posta cuando, con 60 cumplidos, él se retire definitivamente.
Por lo pronto, no quiere ponerle voz ni imagen a nada más, pero seguirá innovando. Porque el valor, para él, no está en la permanencia –ni siquiera cuando se trata de un éxito– sino en animarse a cambiar.
Lo conocido lo aburre, y si es malo, peor; en cambio, lo bueno por conocer lo atrapa siempre. Porque es un innovador, y no lo puede evitar.