Yusuf Islam (Londres, 1948) solía llamarse Cat Stevens, y cuando bajo ese nombre hizo discos como Tea for the Tillerman y Teaser and the Firecat vendió, a finales de los 70, millones de discos. El artista antes conocido como Cat Stevens justo en su momento de mayor éxito abandonó todo: vendió sus instrumentos, se convirtió al islam (religión que hoy abandonó) y dejó, al menos hasta hace poco, de cantar esos hits que llegaban, aunque las beliebers y los monstruos de Gaga no lo crean, al número uno de Billboard. Yusuf pisará por primera vez suelo argentino hoy a la noche (específicamente el Luna Park) y antes de eso habló con su voz suave, sabia, perfectamente cinematográfica (como demostró Wes Anderson) con PERFIL.
—¿Cómo ves al pop hoy tanto en términos musicales como de ética?
—Musicalmente odiaría convertirme en alguien que puede decir que lo que se hace es malo. Es más simple pensar un poco la música y entender qué ha pasado. Nos hemos convertido en una cultura visual, en una cultura que se ha acostumbrado a tocar todo lo que imagina. Incluso literalmente. Y en ese sentido, la música hoy, la música pop, es más visual. Visual también en términos auditivos: la tecnología es hoy espectacular, entonces, es más fácil perderse en la producción de la canción. Así la canción pierde fuerza en la letra por esa obsesión con la tecnología. Creo que hoy se hace más epicentro en la producción que en la lírica y ahí hay una diferencia. Esa visualidad nos ha quitado imaginación, seguro. Antes, cuando no era tan sencillo acceder a aquello que imaginábamos, cuando no había tanto estimulo, éramos más imaginativos.
—¿Y en términos de ética?
—En términos de ética es más complicado: ese avance que hubo en la tecnología no es tal. A nivel ético, la música hoy se preocupa demasiado por la imagen: entiendo que siempre fue así, pero eso consume parte del artista. Incluso consume parte del artista hasta cuando es un planteo estético fuerte. Se sacrifica cierta potencia y misterio de la música en términos de ilustrarla con decisiones éticas.
—¿Pensás que tu generación tenía otra forma de conectar entre sí?
—Bueno, eso seguro. Pero no la hace mejor. Sí la hace distinta, la hace un generación que tenía una idea más potente de todo. Tenía que ver también con lo que te decía antes, que antes la imaginación entraba más en juego. Hoy con el IPad se pierde mucho la imaginación, el potencial de imaginar. Si todo está al alcance de la mano, entonces no te interesa casi nada. O al menos no tanto como para buscarlo con la música. Creo que nuestra generación fue muy poderosa musicalmente, y había un sentido de conexión que eran coherentes con aquellos tiempos. Hoy se tiende a un individualismo tanto en el éxito como en el consumo (ser exitoso es hoy necesario para ser escuchado porque la oferta es tan enorme que sólo mediante la fama alguien llega a vos).
—¿Te amigaste con tus canciones? ¿O las necesitabas para resistir al mundo?
—Je. No, no. Creo que espiritualmente estamos en un mundo bastante complicado, ofuscado, ensimismado en sus broncas. La politiquería del día y la violencia han ocupado un lugar preponderante que no ayuda a ésta, podríamos decirle oscuridad. Es un mundo que ha sabido crecer en un solo sentido: material. Y en lo espiritual seguimos en un estado brutal, muchas veces, sobre todo en Occidente. Generalizar es muy fácil, algo que he vivido con mi religión.