Geraldine Chaplin juega otra vez al cine dentro del cine en su próximo estreno en nuestras pantallas, La fiera y la fiesta, donde dice hacer de “una vieja que como yo sigue enamorada del séptimo arte y también se confunde”. Chaplin es radiante cuando habla a la distancia: es accesible de la forma que quizás ser hija de la realeza de Hollywood, el mismísimo Charles Chaplin, podría no serlo. Se ríe de ella, se enoja con el pasado y con “esta forma descuidada de ver cine que hoy nos domina”. Cuando Chaplin se queja es casi punk antes que bronce.
Tiene con qué juzgar al cine hoy: entre sus títulos figuran Doctor Zhivago, Nashville, Hable con ella, La edad de la inocencia, Peppermint Frapé y hasta una reciente Jurassic Park. Desde autores como Robert Altman y Pedro Almodóvar a realizadores independientes jóvenes como la dupla que la dirige en La fiera y la fiesta, Laura Amelia Guzmán e Israel Cárdenas. “No me acuerdo de mucho” dice. “¿Quién quiere pensar en un legado que no puede recordar? Tampoco me interesa enojarme con el cine de hoy, tan solo soy adicta al trabajo y mi trabajo, por suerte, por mucha suerte, ha sido el cine.” El recorrido de Geraldine Chaplin es único, tanto que hasta hizo de su abuela en un biopic sobre el famoso cómico: “Siempre me fue difícil reconocerlo. Yo lo conocí distinto, de pelo blanco. Entonces, ese Chaplin que ve el mundo, a veces lo vivo de la misma forma, como una ficción, distinta de mi padre. Entonces pude comprender y también disfrutar su leyenda.”
—¿Cómo vivís la realidad actual del cine considerando tu carrera?
—Me alegra mucho esta película. Me parece una película absolutamente extraordinaria y fuera de lo normal. Un ensayo histórico filmado sobre la obra de Jean-Louis Jorge, alguien que es tan famoso como desconocido, con personajes que han existido en su vida y la misma ficción se va poniendo cada vez más kistch, más feroz en su propuesta. A mí me enamoran los directores de esta película. Y soy adicta al trabajo. También soy adicta a no trabajar. Los actores siempre mienten un poco. Pero mientras me llamen, voy a ser seguir actuando. El cine es lo único que sé hacer. No sé si soy una enamorada del cine, porque implicaría que lo ame como espectadora y eso hoy no sucede. Quizás viví demasiado en él.
—¿Por qué razón no amás el cine como espectadora?
—Estoy un poco harta de observar a personas viendo el séptimo arte en su reloj. Entonces, insisto: a mí me gusta el cine. El cine-cine. Me gustan por ello mucho los festivales de cine y la orgía de cine que representan. Pero yo no siento haber contado algo con mi obra. Hay muchas películas, de algunas ni me acuerdo. Hay mucha mierda y algunas buenas. Ojalá me sigan llamando para seguir trabajando.
—¿Eso tiene algo que ver con los legados en tu familia?
—Es algo que me tiene muy harta. Pero no por eso. Todos políticos, por ejemplo, hablan de un legado. ¿Cómo voy a tener un legado si no tengo ni memoria? No me acuerdo de nada. No me acuerdo de muchas películas que hice. Pero siempre amé estar con buenos directores. Cuando haces las cosas bien, y complaces a quien quiere seas una arcilla perfecta, y te moldean, y eso funciona….
—¿Qué sentís hoy que el cine no hace por el mundo?
—Yo sigo pensando, de la misma forma que lo hacía a mis 20 años, que el cine iba a cambiar el mundo. Lo sigo sosteniendo. Pero también he visto que todavía no ha sucedido. Aprendí que una película puede cambiar la vida de una persona. Y eso no está mal. El mundo va cambiando para mal, pero empezando por mí. Tengo muchísima esperanza en los jóvenes, no los viejos sino la generación que hoy tiene 15 años (tienen el teléfono en la mano, pero un mejor cerebro). Nosotros hemos estropeado el mundo. Nuestros padres no lo hicieron mejor.
—¿Tu padre también?
—Bueno, sí, mi padre sí hizo mucho por el mundo. Es único mi padre. Cuando le decían que era un genio, el decía que no. Que era único. Genio puede ser Picasso, yo soy único. Tenía una buena apreciación de sí mismo.
—¿Vos sos una genia o alguien único?
—A mí me gustaría ser una diosa, pero soy una mujer trabajadora. Soy alguien con mucha suerte. Una suerte enorme. Me han llamado y me siguen llamando. He hecho lo que he querido. Todo me ha sido de una forma increíble, desde mi nacimiento hasta ahora. Tengo suerte de tener arrugas interminables que me dan trabajo. Me llaman de bisabuela ahora. Ya ahora me queda el horror. dando miedo.
“Con mi apellido fue facil”
Cuando se le pregunta cuál es el cine que ubica en su Monte Rushmore del cine, ella habla de Altman, siempre, de Bergman, de un film guatemalteco-mexicano llamado Te prometí anarquía, de su Tierra firme. Y celebra los cambios a la hora de la diversidad: “Es un cambio importante. Es maldita hora que habláramos todo. Lo de Harvey Weinstein era de público conocimiento en el ambiente. Pero tuve la suerte que el cine ha sido amable conmigo y sé que no ha sido así con otras mujeres. Insisto, es suerte y sé que otras no lo han tenido. Ya era hora que fuera desapareciendo el machismo en el cine.” Pero enseguida frena la conversación: “No me gusta sentir y hablar desde un lugar que parece ser sabiduría. Solo aprendí que hay que descansar, tener disciplina. Eso es algo que siempre tuvo mi familia. Insisto siempre con mi suerte: con mi apellido fue fácil, pero después comencé a sentir que el cine era mi lugar. Y algún día seguro no lo sea más. No es algo tan importante.” Y suma al hablar de su obra: “Si tengo que definir mi pasión, esa es sin dudas darle felicidad a los directores de cine. Sea Altman o Rudolph, siempre lo que mayor felicidad me da es lograr ese instante donde alguien que crea considera ha conseguido lo que estaba buscando con su película, y considerando tú fuiste clave en la creación de ese fragmento de arte, de eso que tanto busca. Es una situación muy satisfactoria, que siempre me ha dado una alegría sin igual”.