Cuando se habla de comedia musical, la primera palabra que suele aparecer en el imaginario general es “Broadway”. Y, claro, grandes títulos, que aquí en Argentina, en la calle Corrientes, se estrenaron nuevamente o por primera vez como Cabaret, Hello Dolly! o Kinky Boots (solo por mencionar tres obras hoy en cartel). Pero en esta charla con productores que han abocado gran parte de su vida a traer o generar musicales en Argentina se descubre que en Buenos Aires este mismo género existe incluso antes que en Broadway. PERFIL convocó a Pepe Cibrián Campoy, Lino Patalano, Ricky Pashkus, Pablo Gorlero y Carla Calabrese para aprender. Ellos ganaron y perdieron dinero haciendo musicales, y, lo más extraño, es que siguen apostando, sin dudas, al género en Argentina.
Los nombres. Cibrián Campoy, actor, dramaturgo, coreógrafo, director y maestro, fue el creador del gran éxito nacional: Drácula. Mientras que Patalano se inició como iluminador y rápidamente empezó a producir, sin olvidar que estuvo y está detrás de grandes nombres como Julio Bocca y Les Luthiers y trajo a Buenos Aires a, por nombrar solo dos celebridades, Liza Minnelli y a Shirley MacLaine. Pashkus fue actor y bailarín, hoy es coreógrafo y director. Tiene sobre sus hombros el éxito de esta temporada: Kinky Boots. Sería imposible escribir algo sobre comedia musical sin nombrar al periodista, crítico, investigador y también director Pablo Gorlero. La única mujer, y la más joven en esta especialidad, es Carla Calabrese. Empezó con su grupo especializado en comedias musicales en inglés, para encontrar éxitos también en castellano. Tanto Calabrese y Pashkus como Gorlero estrenarán en próximos meses. Ella, el 11 de abril Come From Away, en el Maipo. Gorlero, Eternidades. Té póstumo en hall de cine, desde mayo en la sala Enrique Muiño del Centro Cultural San Martín. Y en ese mismo ámbito, pero en otra sala, Pashkus estrenará la versión musical de Mein Kampf de Tabori el 2 de mayo.
Cuando se les pregunta por los espectáculos que se compran en los Estados Unidos, Pashkus explica: “Hay diferencias de costos, no solo por la cantidad de personajes, sino también por el precio del dólar. Para producir un musical hay que pensar en la preproducción, que incluye los derechos de la obra, sumar ensayos, escenografía y vestuario antes del estreno”. Y agrega: “La segunda parte es evaluar cuál será el costo fijo de, sí o sí, tres meses de funciones para mantener el espectáculo. La suma de ambos da lo que uno puede perder o está dispuesto a perder. Hoy entre una y otro estamos en medio millón de dólares. De Kinky Boots compré los derechos liberados –solo texto y música–, todo lo otro es nacional. Hay variaciones desde 20 mil a 50 mil dólares de derechos, dependiendo del espectáculo”.
El gran referente de la comedia nacional actual es Pepe Cibrián Campoy. Su Drácula, el musical (1991) batió todos los récords. “Costó un millón de dólares –asombra Cibrián–, invertimos mucho en luces (250 mil dólares) y solo por las cuarenta primeras funciones. En total lo deben haber visto a lo largo de tantos años y temporadas más de 3 millones de personas”.
“Con Sunset Boulevard (2018, con Valeria Lynch) –recuerda Patalano– nos exigieron que hubiera 27 músicos, ni uno menos, y nos vigilaban todo el tiempo. Algo parecido pasó con Sweeney Todd (2010, con Julio Chávez) y no podíamos mantener los sueldos artísticos. Todos los intérpretes estaban dispuestos a reducir sus salarios, pero igual no daban los números. Traje a Mijaíl Baryshnikov en dólares, y cuando llegó la moneda se había disparado. Lo mismo me pasó con Imanol Arias hace menos tiempo (2018). En ambos casos perdimos plata. Igual seguimos todos vivos”. Y deja en claro sus riesgos y el de sus colegas: “Los productores privados hacen una continua apuesta a la variedad teatral para esta ciudad. Cuando me gusta algo, lo produzco. Nadie se acuerda, pero nosotros fuimos precursores de la comedia musical, con Judío de Ivo Pelay en 1926, antes que Londres y Broadway”. “Recién en 1957 llegó el primero desde Estados Unidos, fue Simple y maravilloso”, dirá Gorlero.
El éxito sin ganancias. Así se descubre que un éxito de público no siempre implica ganancia asegurada. “En 1989 –cuenta Gorlero– con Yo y mi chica, con Víctor Laplace y Valeria Lynch, se llenaban todas las funciones, pero el productor –mexicano– se fundió, porque la inversión había sido muy grande –en dólares– y le fue imposible recuperar. Hair en 2019 costó 5 millones de pesos, y eso que fuimos a cooperativa, con treinta actores. Un día le comenté a Lino (Patalano) que me había quedado sin productora y me dijo: lo hago yo”.
¿Cómo se elige un espectáculo? “Si me interesa el mensaje y cómo se trasmite, lo armo –confiesa Gorlero–. No tengo tanta trayectoria como director. Elegí Hair porque hablaba de la paz, del amor y la violencia. Aunque parezca utópico, me interesó mostrar cómo miles de jóvenes hicieron una revolución basándose en esos principios”. “Me tiene que atrapar la historia –dice Calabrese– y lo que deja. Empecé haciendo espectáculos para chicos en inglés con mi propia The Stage Company”.
“El destino me hace elegir. –afirma Pashkus–. Chorus Line la hice porque me parece importante el lugar que le da al ‘ensemble’. Kinky Boots es el musical para estos tiempos. Sweeney Todd la dirigí porque la quería interpretar Julio Chávez, y compré los derechos de Al final del arco iris sin siquiera verla, porque Karina K me lo pidió. Para Los productores me llamó Pablo Kompel y acepté porque me encantaba la dupla de Pinti y Francella”.
La adaptación de Broadway.Hoy una entrada en los Estados Unidos para ver El fantasma de la ópera cuesta, en promedio, US$ 150, mientras que en Buenos Aires se paga por Kinky Boots, como máximo, $ 1.800. “Aquí el precio de las entradas –informa Calabrese– se estipula en 25 dólares, aproximadamente. Los argentinos tenemos mucha capacidad para adaptarnos, inventar recursos, cómo resolver escenografías complejas y tenemos una excelencia de profesionales”.
“El teatro en el mundo –agrega Patalano– está subvencionado. En España, Francia, Brasil, Ecuador, Panamá, Bolivia o Chile… presentás un proyecto y te ayudan con algo, escenografía o vestuario”. “En Buenos Aires tenemos muy buenas comedias musicales en las salas alternativas –aclara Gorlero–. Para el intérprete es sublime poder expresarse también con su cuerpo y su voz cantada, por eso se exige que sea un actor. Aquí hay hambre de escenario. Los jóvenes que se acercan a este género lo hacen con una pasión subrayable. El teatro oficial no les da lugar a los musicales. Una de las excepciones fue el San Martín con Las invasiones inglesas (1989) de Cibrián Campoy y ahora con los espectáculos de Alfredo Arias”. Resumiendo la ignorada importancia del género y el esfuerzo que conlleva: “Suele estar ausente de los libros sobre historia del teatro argentino, aunque tuvimos grandes éxitos desde la década del 20”.
La pieza fundamental
La coincidencia es total. Hay un antes y un después de Drácula, el musical, estrenado por Pepe Cibrián Campoy, con música de Angel Mahler y Juan Rodó, como el célebre conde. “El gran fenómeno de público lo tuvimos con este espectáculo nacional –dirá Lino Patalano–. Además allí se captó un nuevo público. Cibrián fue el primero en abrir escuelas para perfeccionarse en este género. Hoy tenemos profesionales excelentes gracias a la cantidad de institutos que fueron apareciendo a partir de Drácula”.
“Cuando tenía 7 años –recuerda hoy Pepe Cibrián Campoy– mi padre hizo la primera versión en Buenos Aires de Mi bella dama, y me llevaba a ver los ensayos. Después mis padres (Cibrián y Ana María Campoy) hicieron otros espectáculos y los acompañaba todo el tiempo. Cuando ellos dejaron de hacerlo me quedó adentro. Me imaginaba dirigiendo una orquesta. Cuando sentí que como intérprete no iba a trascender me transformé en autor y director. Mi primer éxito fue Aquí no podemos hacerlo (1978), con música de Luis María Serra y con Ricky Pashkus y Sandra Mihanovich, entre otros. Pero Drácula superó todo. Cuando conocí a Tito Lecture se lo propuse sin tener nada escrito, y cuando me pidió un presupuesto dije 185 mil dólares pensando en 45 intérpretes para el Luna Park”.
“Hice muy pocos musicales extranjeros, El hombre de La Mancha, donde dirigí y actué, y solo como actor, Priscilla, la reina del desierto. No me llaman para los extranjeros, por eso escribo y dirijo los míos”, dirá Cibrián Campoy, el hombre que cambió la historia del género en Argentina.