ESPECTACULOS
OSCAR MARTINEZ Y RODRIGO DE LA SERNA

De la fama, la televisión y el ego de los actores

<p>Dos generaciones de intérpretes que coinciden en que hay una degradación de su oficio, y con distintas miradas sobre las ficciones estatales y la Ley de Medios. Protagonizan Amadeus en el Metropolitan.</p>

DUPLA. Mientras Oscar Martínez opina en forma crítica sobre el actual gobierno, Rodrigo de la Serna cree que los actores deberían opinar menos para no ser manipulados.
| Cedoc

Las cifras hablan por sí solas. Desde su estreno en abril, Amadeus, obra de Peter Shaffer dirigida por Javier Daulte y protagonizada por Rodrigo de la Serna (en el rol de Mozart) y Oscar Martínez (como Salieri), lleva 180 funciones, y está confirmado –para enero de 2014– el reestreno en el teatro Metropolitan City. Aun habiéndose formado en épocas muy distintas, Martínez (64 años) y De la Serna (37) coinciden en una degradación de su oficio en los últimos años. “Antes había más rigor en el trabajo del actor. Y también había un sentido ético de nuestra labor. Ahora todo es más laxo, por no decir frívolo o negligente –opina Martínez–. Cuando yo empecé, hace unos cuarenta años, el teatro era concebido como el lugar por excelencia del actor.” Para De la Serna, esa degradación se dio en todos los ámbitos de la cultura: “El rock nacional, por ejemplo, fue un estallido impresionante en los 80 porque toda esa creatividad reprimida durante la dictadura afloró en aquel momento. Yo también veo ahora cierta tendencia hacia la frivolización del oficio de la actuación. Actúo desde los 12 años y a los 20 ya estaba haciendo televisión. Recuerdo muy bien que los primeros que me reconocían por la calle me preguntaban cómo hacía para ser actor. Y hoy me paran para preguntarme cómo hago para ser famoso”.

—¿La televisión colaboró en esa degradación del oficio?
MARTINEZ: Puede ser. Antes había más ficciones y no había reality show. En los 90, el reality desplazó a la ficción de la pantalla. Ahora quedan pocos unitarios que tienen esa aspiración artística que existía en el pasado.
DE LA SERNA: Y los programas de espectáculos hablaban de esas ficciones y no de los chimentos de la farándula, como lo hacen hoy.
M: Yo debuté en la tele en 1971 con David Stivel del grupo Gente de Teatro, con Norma Aleandro, Federico Luppi, Bárbara Mujica, Carlos Carella… Hoy no hay nada que reemplace eso. Tenía calidad y éxito. ¡Alfredo Alcón hizo Hamlet en televisión! Eso es impensable hoy en día.
D: Ojo, no hay que dejar de prestarle atención a lo que circula por fuera de la tele, en internet. O lo que produce para la TV el Incaa, que no tiene tanta difusión y en muchos casos es muy interesante.
M: Pero en el pasado, el lugar que ocupaban las cosas de calidad no era tangencial, estaban en un lugar central en la televisión. Yo en los 90 hice Nueve lunas, que era un programa con una importante pretensión de calidad en los libros y en la actuación. Esos programas fueron borrados de la TV. Fue un golazo, un programa hecho con un mostrador y un señor presentando bloopers. Y después aquel programa de Raúl Portal, Perdona nuestros pecados, inauguró una tendencia de ciclos alimentados sólo con material de archivo y hechos con dos pesos con cincuenta. Un canal como El Trece, que siempre mantuvo alto el listón en el terreno de las ficciones, pasó a tener dos tiras por noche. Antes, la tira era para la tarde y la noche, para los unitarios. Pero hubo que achicar costos…
—¿Hay menos trabajo para elegir, entonces?
M: Sí, antes había mucho más. Hoy elijo igual, pero me recuesto sobre todo en el teatro.
D: Está claro que no hay muchas ficciones para elegir en la TV. Los 90 fueron una década con una dirección muy clara desde las cúpulas de poder. No soy un especialista en ese tipo de análisis, pero la tendencia está clarísima si revisás lo que pasó en la TV. Hoy, buena parte de los programas son refritos y hablan de pavadas.
M: No hay nada que reemplace a Tato Bores, por ejemplo.
D: Capusotto, de alguna manera… Pero es cierto que el humor político casi desapareció de la tele.
—Al igual que otros grandes artistas, Mozart en vida no fue todo el tiempo valorado como merecía y se dice que hasta se deprimió por eso. ¿Cómo se llevan ustedes con el tema del reconocimiento popular?
M: Un intérprete necesita el reconocimiento del público de manera inmediata. El caso de un autor o un compositor como Mozart es distinto: puede ser reconocido después, como de hecho ocurrió con él, con Shakespeare, con Dostoievski...
D: Sin embargo, no dudo que a Mozart le hubiera gustado escuchar un aplauso cerrado después de alguna de sus óperas. Puede parecer pueril, pero todo artista necesita una devolución del público. En mi caso, ya pienso de ese modo: quizás no seré reconocido en los próximos años, como yo quisiera, pero no lo veo como un problema.
—¿Qué cosas buenas y malas tiene la fama?
M: Yo no soy un actor popular, sino conocido y con cierto prestigio. Populares son Darín y Francella, que van caminando por Aldo Bonzi y la gente sabe quiénes son. Lo que yo rescato como lo más lindo que me pasó con ese tema es el afecto.
D: A los 21 años tenía una voracidad tremenda por actuar y ser reconocido, pero hoy ya no me pasa eso. También porque fui recibiendo un reconocimiento que me tranquilizó. Y ya hice un par de goles.

 

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Acerca de la ley de medos

Desde que la Corte Suprema declaró constitucional la Ley de Medios, hace unos días, aparecieron decenas de opiniones de distintos artistas sobre el tema. Oscar Martínez y Rodrigo de la Serna también tienen la suya sobre el tema. “No la conozco en su totalidad, pero me parece importante que haya una regulación para los medios de comunicación –dice De la Serna–. Es valioso que no haya monopolios y regular que los caudales de información no queden en pocas manos. Y también que haya canales de expresión para municipios, organizaciones intermedias… El concepto es interesante, vamos a ver cómo se aplica.” Martínez, por su parte, señala: “A grandes rasgos coincido con lo que dice Rodrigo, pero eso en el terreno platónico de las ideas. En cuanto a su aplicación, en las circunstancias que estamos viviendo, tengo algunos temores y más de una duda. Yo le tengo mucho más miedo a un monopolio estatal que a uno privado. Me baso en las experiencias de algunos países en los que el único órgano pseudo-periodístico es uno del Estado. Todavía quedan algunos casos en el mundo, y creo que esas experiencias han sido nefastas. Hacía falta una ley de medios, pero el ente regulador debe ser estatal y multipartidario, no oficialista. Hay algunos comentarios en el fallo de la Corte que son relevantes: sobre la transparencia del órgano regulador y el manejo de la pauta publicitaria como premio o castigo, fundamentalmente. La Corte dice esto pero no puede ignorar en qué país y en qué circunstancia histórica lo dice. Nunca estuve a favor de la concentración de medios, y me expresé en contra de eso cuando el menemismo abrió la posibilidad de que las empresas de televisión pudieran tener también otros medios. En ese momento, yo estaba con mucha exposición mediática con Nueve lunas, trabajaba en El Trece y me manifesté en contra de que el Grupo Clarín pudiera tener un canal y una radio porque eso te da un poder que te permite fabricar una realidad y extorsionar a un gobierno o hasta inventar un candidato, como hizo la cadena O Globo en Brasil con Collor de Mello”.

—¿Cómo creen que será recordada esta década del kirchnerismo en el poder?
M: Toda experiencia de gobierno tan larga tiene cosas positivas y negativas. Hubo algunas injusticias en lo que hace al reconocimiento de lo que había hecho Raúl Alfonsín en el terreno de los derechos humanos, pero es innegable que el trabajo del actual gobierno en ese aspecto fue bueno. La captación de ciertas entidades de derechos humanos por parte del Gobierno no me parece algo para celebrar, eso sí.
D: PERFIL es un diario que está en medio de esta batalla entre dos frentes. Todo lo que yo diga puede ser manipulado por ustedes. Yo siento que hoy no se puede opinar de política en los medios masivos de comunicación, porque tanto unos como otros tergiversan y manipulan. Es difícil ser claro, nítido, hoy por hoy. Te malinterpretan muy pronto. Los artistas a veces necesitamos callar.