Hablar de futuro cuando el presente es agobiante suele sonar fuera de lugar. Sin embargo, ocuparnos solo de la coyuntura nos condena al cortoplacismo y nos acerca al fracaso. Frenando la pelota, y aplicando Diseño de futuros, una práctica que nos permite anticipar riesgos y oportunidades, podemos anticiparnos a lo que está por venir.
Si enfocamos la mirada en los espectáculos en vivo, el primer reto de la metodología es desafiar nuestras creencias y sesgos: ¿qué es “el vivo”? Gracias a la virtualidad la frontera entre lo presencial y lo remoto se diluye cada vez más. Lo digital no es antagónico a una experiencia humana y personal. El summum del concepto “phygital” (físico y digital a la vez) es ver una obra de teatro actuada en vivo a través de la compu, como propone desde hace años la plataforma Teatrix. La pandemia empujó a los espectáculos a migrar a esta lógica de golpe, procurando la pronta adaptación de artistas y espectadores.
Luego de varios vivos de Instagram nos preguntamos cuánto de esto quedará y cómo se reinventará la industria de espectáculos. La afluencia de personas físicas tal vez sea menor. Una butaca cada tres en cines y teatros, poca densidad por metro cuadrado en recitales. Sin embargo, esta situación llevó a algo por demás interesante: la posibilidad de que el vivo se vincule más con coincidir en tiempo que en espacio puede aumentar el mercado. Algo que a primera vista parece incómodo o nuevo, no lo es tanto; por ejemplo, así funcionan los partidos de fútbol: miles de aficionados en el estadio y millones viendo por TV, o, si nos vamos más atrás en el tiempo, por radio. Tanta novedad parece no haber, después de todo seguimos siendo humanos.
Es distinto, quizás, en situaciones de música donde la calidad de los equipos y el ambiente generan un viaje de sentidos difícil de reproducir en casa. Acá la pandemia abrió un espacio de posibilidades interesantes. Por un lado, los artistas, quizás un poco alejados de la tecnología y con esa necesidad de sentir a su público, acostumbrándose a interactuar en plataformas de streaming. Recitales en vivo pero por Zoom ponen de manifiesto que todavía existe la necesidad de escuchar un show en exclusiva, y, de alguna manera, sigue siendo negocio. Por otro, abre la alternativa de amplificar la llegada: estamos todos igual de lejos –o cerca–, pues ahora es una cuestión de sincronizar el reloj más que la brújula. Y esto extiende el negocio más allá de las distancias.
Un futuro probable es que el público se dividirá en dos: los presenciales, que pagarán un poco más por la cercanía física y por la calidad del audio; y los virtuales, que estarán dispuestos a pagar por la exclusividad del vivo, como quien paga el abono del pack de fútbol. En el longtail digital de la industria tal vez se abra una enorme oportunidad de negocio. Extendiéndose a aquellos que no lleguen a los vivos físicos por cuestiones de distancia o hasta por alguna incapacidad motora –el futuro también será más inclusivo en este sentido–, mejorarán sus interfaces de interacción (parlantes, pantallas, y hasta algún casco de realidad virtual), que permitirá disfrutar de los rituales phygital de una manera cada vez más espontánea.
Sin dudas habrá cambios importantes, pero la perspectiva virtual dará oportunidad para repensar creencias fuertes del viejo normal. Desde el sitio Extendidos (extendidos.com) ponemos a disposición un libro digital, de descarga gratuita, con la metodología que permite proponer escenarios robustos y basados en hechos del presente, de modo de anticiparse a las disrupciones de nuestra era. Las decisiones que tomemos hoy serán mucho más sustentables si las pensamos con una perspectiva de futuro.
*Autores del libro Diseño de futuros.