Nacido el 3 de febrero de 1930 en Buenos Aires con el nombre de Alfredo Félix Riesco, Alfredo Alcón fue (es) la figura masculina más importante de la actuación nacional. De origen humilde, profundizado por la muerte temprana de su padre, su madre era operaria en una fábrica de medias, y una de las primeras cosas que hizo Alcón cuando comenzó a ganar dinero gracias a su talento, fue rescatarla de ese trabajo y comprarle una vivienda. En su adolescencia ingresó a un colegio industrial en busca de tener una salida laboral, pero en paralelo comenzó a tomar clases de actuación. Su extraordinaria voz –que generaba, por ejemplo, que aunque susurrase se lo escuchara en toda una sala teatral– lo llevó a su primer empleo: leer las novedades del Mercado de Hacienda en la radio. De ahí pasó a la televisión que le permitió llegar al primer punto nodal de su trayectoria, el cine: participó de El amor nunca muere (1955), de Luis César Amadori, con sólo 25 años. El año siguiente sería el coprotagonista de Mirtha Legrand en La pícara soñadora, de Ernesto Arancibia.
En 1960 comenzaba una de las sociedades más importantes de la historia del espectáculo argentino: filmaba bajo las órdenes de Leopoldo Torre Nilsson Un guapo del 900. Juntos rodarían, además, Piel de verano, Martín Fierro, El santo de la espada, La maffia, Los siete locos, Boquitas pintadas y El pibe cabeza.
Si el cine le iba a permitir desarrollar su pasión por la literatura argentina con Miguel Hernández, Roberto Arlt y Manuel Puig, en teatro plasmaría su otra gran admiración: William Shakespeare. Protagonizó sobre las tablas Ricardo III junto a Agustín Alezzo, Rey Lear con dirección de Rubén Szuchmacher, Otelo bajo las órdenes de Alberto Wainer, La tempestad dirigido por Luis Pasqual y Hamlet con puesta de Omar Grasso. Esa identificación con el bardo inglés le permitiría también desarrollar para la televisión puestas memorables de Otelo y Romeo y Julieta.
Abordó en las tablas, además, a clásicos como Federico García Lorca (Los caminos de Federico), Ingmar Bergman (Escenas de la vida conyugal, junto a Norma Aleandro), Henrik Ibsen (Recital Ibsen), Arthur Miller (La muerte de un viajante) y Samuel Beckett (Final de partida, su último trabajo en el escenario).
En los últimos años fue reiteradamente convocado por Adrián Suar para el cine (Cohen versus Rossi) y la televisión (Herederos de una venganza, Vulnerables y En el nombre de Dios). Culto como pocos, no le temía a lo popular, y de hecho protagonizó en teatro junto a Guillermo Francella Los reyes de la risa.