La primera reacción es de sorpresa. Apenas arriba, el redactor descubre que la jornada de grabación de El puntero –la ficción de El Trece ambientada en los bajos fondos de la política– es en la zona más residencial –léase “más coqueta”– de Vicente López. En medio de casonas que parecen mansiones, una mujer con calzas estampadas con animal print que imita un leopardo, el pelo de un rubio tan furioso que sólo puede ser teñido y el gusto tan ordinario que espantaría a Jacobo Winograd, se acerca a la zona donde se está grabando y exclama, con tono de pocos amigos, que quiere hablar con la persona a cargo. Finalmente, una chica de producción se atreve a acercársele y escucha que la mujer está molesta con tanto movimiento en un barrio tan exclusivo –o algo así. Catarsis plasmada, la mujer se aleja y el taconeo resuena. Un técnico le dice al otro, en voz baja, “al final es más fácil ir a la villa”.
Reality show. La historia de El puntero se desarrolla en un barrio imaginario del Conurbano, el territorio por antonomasia de esos intendentes que se apodan “barones”. Es la historia de Pablo Perotti, “el Gitano” (Julio Chávez), el brazo ejecutor del intendente Iñíguez (Carlos Moreno) y el corazón enamorado de su ex mujer Clarita (Gabriela Toscano). Con sus dos ayudantes –Lombardo (Rodrigo de la Serna) y Levante (Luis Luque)–, el derrotero del Gitano es una historia de amor, pero también de política de bajos fondos, donde un semáforo es cuestión de vida, muerte, disputas, favores y sobornos. Una historia de ficción en un ámbito que se parece demasiado a la realidad.
“Me causa mucha gracia algo que está pasando mucho, que de repente alguien me para y me dice: ‘Yo trabajo en tal municipalidad y es tal cual como ustedes lo cuentan’”, confiesa Julio Chávez. “Lo gracioso es que yo sé que tal cual no puede ser nunca, pero lo interesante es que despierta algo en el público. En tal caso, hay una coincidencia entre cómo miramos e interpretamos esa realidad y cómo la mira o interpreta alguien del público.”
“Yo vivo en Congreso y a los políticos me los cruzo todo el tiempo”, cuenta Carlos Moreno en un alto de la grabación. “Tenemos una clase política muy particular. Para mí la política es muy hipócrita, sobre todo en este país. Yo soy de otra formación, no sólo porque mis viejos eran socialistas, pero no se puede pasar de un partido a otro así como así. Van adonde les conviene, donde hay más guita. Yo no renuncio a las utopías. En el programa me toca hacer a este intendente, un corrupto de medio pelo. Porque también hay una corrupción política de medio pelo. Me acuerdo de que en la época de Menem yo tenía una casita en Maschwitz y un día me voy a comer a una parrillita sobre la Panamericana y el tipo me dice que era una cadena de restaurantes de un ‘cuñado’. Usan la política para abrirse kioscos. Se llenan de guita. ¿Cuál es la vocación de servicio y el rol social del político?”