Su marido la observa desde una butaca del vacío teatro durante toda la entrevista. Ella, sobre el escenario y a metros de él, le lanza alguna que otra mirada y en ese momento –y sólo en ése—su habitual sobriedad y mesura parecen disiparse. Pero, en seguida, vuelve al ruedo y cuida cada una de sus palabras, marcando una distancia que aparenta ser insoslayable. A días de haber reemplazado a Susú Pecoraro en La duda, la obra de John Patrick Shanley, que dirige su esposo Carlos Rivas (La noche de la iguana, Cristales rotos), Gabriela Toscano asegura que este papel significa un premio para ella. Claro que también evidencia un abrupto cambio. De Susana, la madre soltera, inmadura y descocada que encarnaba en Amas de casa desesperadas, pasa a interpretar a la directora de un colegio católico, una madre superiora que sospecha que un cura (Fabián Vena) ha intentado abusar de un niño en la sacristía.
—¿Cómo fue el proceso de pasar, sin escalas, de un personaje ultrasensual a una monja asexuada?
—Es muy interesante y me estoy divirtiendo mucho porque ya no me fijo en la parte estética, sino que debo elaborar el personaje con otras cosas. El cambio fue muy enriquecedor: de un personaje liviano y crédulo, a uno totalmente opuesto.
— ¿Se le hizo difícil construir a esta monja, que es mucho mayor que usted?
—Sí, bastante. Pero no hicimos hincapié en la cuestión de la edad, sino en el carácter del personaje. Cuando me convocaron, me sorprendió pero después me di cuenta de que el personaje va a demostrar vejez por sus actitudes.
— En La prueba ya había sido dirigida por Carlos Rivas. ¿No se mezclan las cosas al trabajar con su marido?
—¡No, está bueno! El me da mucha libertad para crear y tiene la habilidad de meterme en un lugar donde terminás haciendo lo que él quiere, pero sin darte cuenta.
—Como en la pareja...
—¡Claro! Siempre hay quien domina. (Risas)
—También es madre. ¿Cómo reaccionó la primera vez que vio La duda, una obra sobre un tema tan latente como es el abuso sexual a menores?
—Me tocó de cerca y me despertó la intriga de quiénes eran los que rodeaban a mi hijo, reanimó la precaución de resguardar su integridad. La obra logra que el espectador reflexione sobre sus hijos. Es un tema que está muy presente, pero no sólo por el lado religioso. En el diario, todos los días vemos que hay padres que lo hacen o madres que ocultan.
— Últimamente está trabajando en ficciones muy relacionadas con casos de actualidad y mucha repercusión...
—Sí. Con Amas de casa desesperadas la gente nos vinculó mucho con Nora Dalmaso. Pero creo que en la sitcom no se hablaba sólo de la vida en los countries. También había temas de trasfondo como el robo de bebés o los desaparecidos.
—Ahora empezó la nueva temporada de Gran hermano. ¿Ve alguna similitud entre la vida que llevan los participantes del reality y las costumbres de la gente de los countries?
—No, para nada. En los countries hay mucha gente que no tiene nada que ver con lo que se muestra.
— ¿Ni siquiera encuentra un paralelismo en lo referente al encierro o a que haya cientos de ojos mirando lo que uno hace?
—Creo que en los countries pasa lo mismo que en cualquier barrio de Buenos Aires; el tema es que estamos más pendientes porque nos preguntamos cómo pueden pasar ciertas cosas ahí, con gente que trabaja, con chicos que van a buenos colegios, que tienen determinada moral....
—¿Viviría en un country?
—No, la verdad que no porque creo que la gente se aísla en pos de más seguridad. Y en realidad, sólo uno puede provocar la seguridad. Además, yo necesito estar conectada con las personas. Mi trabajo depende de eso, de conocer a todas las clases sociales, con sus pensamientos y sentimientos. Necesito saber de lo que hablo. Y eso no lo voy a aprender yendo de la peluquería a la casa y de la casa al gimnasio.