ESPECTACULOS
Sergio RenAn

“Fomentar lo bueno es obligación del Estado”

El prolífico director afirma que lo motiva seguir generando pasión en el espectador y que los funcionarios deben tratar de que la cultura llegue a la mayor cantidad de destinatarios posibles.

Regreso. El realizador vuelve al teatro comercial en la calle Corrientes con una puesta en escena a la que define como “innovadora desde lo multitecnológico”.
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A pesar de haber sido director del Teatro Colón durante casi diez años, de haber dirigido la primera película argentina nominada al Oscar, de figurar en cualquier reseña histórica como uno de los directores de cine, teatro y ópera más importantes de la historia del país, Sergio Renán se muestra humilde, sereno, meditabundo. Cuarenta años después del estreno de La tregua, con la parsimonia que habilita la sabiduría, Renán se sienta en un café de la calle Corrientes para dar rienda suelta a su verba barroca, pero transparente, tan plena de matices discursivos como su obra, acerca de su nuevo proyecto: Incendios, obra teatral de autoría del líbano-canadiense Wajdi Mouawad, que se estrenará en el teatro Apolo el próximo miércoles y contará con las actuaciones de Ana María Picchio, Jorge D’Elía, Esmeralda Mitre, Mariano Torre, Héctor Da Rosa y Daniel Aráoz. “La apuesta es muy fuerte. Será una obra vanguardista, tanto por el tratamiento del texto como por la puesta en escena, que será una cosa nunca antes vista”, refiere con entusiasmo.
—¿Cómo llegó a la idea de dirigir su versión de ‘Incendios’?
—La propuesta me la formuló Darío Lopérfido, quien amablemente sugirió que era una obra para mí. El elenco fue elegido íntegramente por mí, obedeciendo a una perspectiva transgeneracional, dado que hay actores con diferentes edades y recorridos. Se trata de un texto duro, que casi podría decirse que es una historia de intrigas, porque hay una madre que muere, y como último deseo deja a dos de sus hijos dos cartas a ser entregadas a su padre y a un hermano. Ellos no saben que su padre vive, ni que tienen otro hermano. De esta manera, se desata un enigma que es al mismo tiempo de los protagonistas y de los espectadores, en una carrera hacia un final inesperado y deslumbrante.
—¿Cómo será la puesta en escena de la obra?
—Hemos trabajado fuertemente desde lo multitecnológico: hay un importante componente audiovisual y musical, con una música que mandé a escribir especialmente, que es fabulosa y que estuvo a cargo de Pablo Ortiz. La puesta en escena, si bien no está marcada por ser grandilocuente ni pretenciosa en un sentido de espectacularidad, es sin dudas innovadora. Puedo decirte que probablemente es el proyecto que más esfuerzo me ha costado en mi carrera.
—El año que viene se cumplen cuarenta años de ‘La tregua’ y para ‘Incendios’ nuevamente convocó a Ana María Picchio. ¿Qué sensaciones le despierta volver a dirigirla?
—Es muy emocionante. Lo vivo de un modo muy especial, porque La tregua fue un suceso que marcó mi vida, y también la de Ana María. Ella está en un gran momento, su talento se vio enriquecido con los años.
—¿Qué recuerda de aquel director?
—Me recuerdo con las inseguridades, los temores y las imprecisiones propias de un debutante, con lo cual no quiero decir que hayan desaparecido, pero que eran mucho mayores en aquel entonces, en donde sentí que para contar la historia a mi manera, necesito de muchísimos intermediarios. Todas esas personas ocupan un espacio que termina siendo decisorio en el trabajo final, quienes te juzgan, te escuchan con atención, y es inevitable que tengan un juicio. Pero de cualquier modo, se sigue tratando de lo mismo: generar en el otro, primero el entendimiento; después, la pasión acerca de lo que uno quiere transmitir. Siempre sin artilugios, demagogias ni astucias, sino con la mayor honestidad posible.
—¿Qué piensa respecto de la dicotomía entre lo masivo y la calidad? Su obra parece ir en dirección a la ruptura de esa separación.
—Lo masivo como búsqueda nunca formó parte de mis prioridades. Desde luego, me gusta que lo que hago tenga receptores, y si son muchos, me pone muy contento. Pero nunca es el punto de partida ni mi objetivo. Lo que ocurre es que hay aspectos míos, como ideas, intereses, personajes, que se proyectan en mucha gente, que siente que tiene que ver con eso. Esos son los casos de mis espectáculos más exitosos.
—¿Qué piensa de cómo se llevan adelante las políticas culturales oficiales?
—Para los que somos parte de este mundo, siempre nos parece que falta algo. La difusión de la cultura debe tener presente que distintas expresiones artísticas tienen potenciales destinatarios, que en algunos casos no pueden ser masivos. La masividad en sí no es un mérito. Hay grandes hechos artísticos que son masivos, y hay una cantidad de basura que es masiva. La obligación de los funcionarios es estar atentos a todo, y tratar de que la cultura llegue a la mayor cantidad de destinatarios posibles, teniendo en cuenta que un cuarteto de Beethoven no puede tener tantos espectadores como un recital de rock. Pero fomentar lo bueno es obligación del Estado, para lo cual hay que disponer de funcionarios atentos, curiosos y abiertos a la diversidad, estética e ideológica. Desde ese punto de vista, siempre me parece poco lo que el Estado hace en relación a eso. De todas maneras, desde hace bastante tiempo, no necesariamente coincidiendo con el estado general del país, la creatividad argentina es bastante rica.
—¿Cómo se lleva con la crítica?
—No la leo. Soy bastante lábil frente a eso. Ciertas críticas me lastiman más de lo que razonablemente me deberían lastimar. Pero al darme cuenta de que no es razonable el nivel de daño que me procuran, he prescindido de ellas, porque hay una cierta proyección inferior, pero existente, con la palabra escrita.
—¿Cuál es su mirada sobre el momento actual del teatro argentino?
—Lo veo rico desde hace varios años. Hay dos generaciones muy interesantes de dramaturgos, directores y actores –algunos de los cuales están en el elenco de Incendios–. Hay dos apariciones que llegan desde el off, que son Javier Daulte y Daniel Veronese, que hacen un trabajo muy sólido. Pero hay una generación previa, la de Szuchmacher, que han hecho espectáculos magníficos. Luego, Rafael Spregelburd, Mauricio Kartún y Ricardo Bartís mantienen una identidad entre su estética y su ideología artística, que es muy armoniosa.
—Durante casi diez años fue director del Teatro Colón. Luego, en 2011 y 2012 volvió para dirigir espectáculos allí, ¿cómo lo encontró?
—Fueron dos muy buenas experiencias. Encontré al Colón progresivamente mejor, un espacio en varios aspectos consolidado, con menos tensiones. Debo agradecer una disposición excelente del teatro hacia mis trabajos. Fueron propuestas complejas, también con lenguajes artísticos diversos puestos en juego. La receptividad del Colón, y el respeto, fueron magníficos, y los agradezco profundamente.
—¿En qué etapa de su carrera artística se encuentra?
—No puedo decir que sea el mismo de La tregua, pero hay una relación apasionada con el cine, el teatro y la ópera, que sé que no va a desaparecer. Nunca me puedo imaginar en el rol de mero espectador. La importancia que le adjudique a los resultados puede ser un poco menor, aún con la presión del público.