ESPECTACULOS
Dramaturgia

Género, violencia e invisibilidad

Cuando hoy vemos que “género” forma parte (y debe seguir formando parte) de las políticas públicas una siente un cierto respiro.

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Legado. Sol de noche (foto), Bastarda sin nombre y Yo, Encarnación Ezcurra son tres de la obras con las que la autora intenta, desde los escenarios, mostrar lo femenino. | cedoc

Cuando hoy vemos que “género” forma parte (y debe seguir formando parte) de las políticas públicas una siente un cierto respiro. Pero sabemos que es una respiración en estado de alerta. Si algo hemos aprendido es que los derechos nunca dejan de reconquistarse. Porque el patriarcado nunca deja de reformularse. Y la defensa por la inclusión es y debe ser inclaudicable y lo conquistado es y debe ser derecho inalienable.

Celebramos y alertamos.  De todas formas. No queremos retrocesos en ningún espacio, social o cultural. Las feministas somos generadoras de sentidos, señalando las opresiones y como creadoras proponemos resignificaciones artísticas a las que sentimos como una liberación de la conciencia.

Asumirnos como “el otro” excluido nos lleva a construir mirada, miramos con los ojos facetados de las moscas, en una multiplicidad de sentidos.

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Como dramaturga he trabajado mucho este lugar de la diferencia, que en términos cristianos es situarnos en la herida. Si algo somos en sociedades desiguales, es que somos sujetos profundamente heridos. En nuestra existencia, que como sujetos excluidos, no visibilizados padecemos marginalidades y expulsiones.

Yo me defino como una feminista, como una humanista, y adhiero a las categorías de pensamiento que hacen eje en la existencia. Existencia insisto, herida, despojada, vulnerada.

Y desde estos ejes me defino y actúo. Como una humanista, como una cristiana, como una feminista.

Como dramaturga y pensadora que soy, abordo los temas de la historia desde el género, traspasando la fotografía del hecho y haciendo visible lo invisible.

Género y subjetividad femenina, son mis temas y las mujeres de la historia forman parte de la mayoría de mis obras. Creo que me he metido en esas pieles. Les he dicho, hola. Las he tomado  de la mano. Las he mirado a los ojos, sí, me he metido en sus pieles, las pieles de esos cuerpos sujetados, atravesados de narraciones prohibidas, de sentimientos castigados y de contradicciones vividas como pecaminosas. Una manera de involucrarme desde aquel lema fundacional del feminismo de que lo individual es histórico.

Formo parte tanto del barro del que fuimos construidas, como de la costilla ajena.

Una puede ir hacia la historia desde la apología del personaje o desde la vulnerabilidad. Me inclino por lo segundo. Situarnos en la perspectiva de género nos permite conectarnos con la vulnerabilidad.

La vulnerabilidad nos constituye. Nos atraviesa. A todos.

Si yo digo que un personaje es grandioso y que su vida merece un monumento, a lo mejor estoy haciendo Justicia, pero lo más probable es que esa monumentalidad aplaste su vida.

Formo parte de lo que otras mujeres han pensado y piensan, Pilar Calveiro, Rita Segato, Judith Butler, Rossi Braidotti, por ejemplo. Y esta síntesis implica que pienso y me pienso y construyo en síntesis, con lo que han articulado otras mujeres. Y todas sabemos que el patriarcado es huesito duro de roer y que ni las medidas más progresistas ni los espectáculos más polémicos, alcanzan para torcer el rumbo de un patriarcalismo que marcha bastante convencido al exterminio del planeta y a la “re-pactación” de los viejos/nuevos vínculos de opresión y sujeción a la luz de la globalización.

Cuando analizamos el tema sobre la trata de personas, sabemos que hablamos de un negocio en red, incontrolable, e irregulable, y sabemos que solo una restitución social puede terminar con este negocio infame. Educación en los vínculos familiares y sociales,  refundación de los conceptos de convivencia comunitaria,  restitución de los valores y sobre todo la educación del concepto de la masculinidad, en redefinición clara al eje por donde pasa este comercio que está a las puertas de superar el mercado de esclavos de los siglos XVII, XVIII y XIX.

Estamos hablando de logros por un lado y por el otro también de niveles de retroceso impensables. Retroceso a formas agónicas de la existencia. Tenemos que refundarnos como comunidad. Como sociedad donde los valores humanos funcionen en la plenitud de los derechos, que han sido adquiridos a través de innumerables luchas. Luchas por la vida. Y no estamos hablando de guerras.

La cultura patriarcal es moldeadora de las subjetividades.  Y es esta cultura la que diseña a través de las reglas hegemónicas quién queda bajo la esfera de la opresión y la violencia y quién se salva de ellas. Y cuando decimos patriarcado está claro que se alude a un sistema verticalista de vínculos de opresión, dominación y sujeción.

 El rediseño del poder es planetario, la amplitud del dominio y del control a partir de la era tecnológica es total. Sí, todos estamos en la mira del poder global.  Es verdad, no estamos excluidos de engrosar las filas de los “otros sobrantes”, descastados por propia definición por los determinadores de quién vive, quién muere, quién queda dentro del sistema, y quién será expulsado a la marginalidad.

Hoy nos necesitamos más que nunca como sujetos actuantes, como sujetos capaces de generar el único antídoto, generando hechos que vayan en el sentido de construir lazos de solidaridad. Lo afirmo y lo sostengo como feminista. Como humanista. Como artista. Y a los derechos sumarle más derechos. A lo humano sumarle más humanidad.

*Profesora de filosofía, dramaturga  e investigadora en temas de género. Autora de: Yo, Encarnación Ezcurra (2017); Bastarda sin nombre, (sobre Eva Perón, 2011) y Fridas (2010), entre otros textos.