En la escuela primaria era abanderado, usaba la raya al costado y, probablemente, las medias subidas hasta las rodillas. Un adicto a la norma, incrustado en el modelo de familia católica de Barrio Norte. Pero no se salvaba de una especie de mala estrella, empecinada en golpearle contra la pared cualquier atisbo de expresión artística: llegó a la final de “Festilindo” justo cuando se levantó el programa. Y volvió al anonimato hogareño, con el patético consuelo de un reno de plástico con ruedas que ni siquiera giraban.