Avanza por el centro de la Ciudad Vieja con pasos cortos y la respiración algo agitada; deja atrás la Plaza Independencia y sigue por Florida; cruza Mercedes e ingresa por la puerta lateral del Auditorio Nacional del Sodre, Adela Reta, moderno edificio inaugurado en 2009. Saluda cortésmente al personal de seguridad y toma el ascensor que lo lleva al 4° piso. Allí, detrás de unas puertas vidriadas, aparece primero el escritorio de su asistente, una muchacha con la que sin dudas comparte entusiasmo y complicidad laboral. Apenas doblando, Julio Bocca llega a su oficina. Acaso no mida más de 4 metros cuadrados y no tiene puertas que la separen del espacio de otros compañeros.
En el despacho del director del Ballet Nacional del Sodre, sólo hay un pequeño escritorio, una computadora, un teléfono y papeles esperando. Además de eso, un sencillo ropero decorado con postales y fotos de danza, y una mesa sobre la que se apilan programas de mano de los diferentes espectáculos realizados bajo su dirección, que ya cumple tres años. En una de las paredes, el organigrama para la distribución de los diferentes roles de la obra en cartel –El lago de los cisnes–. Se respira clima de trabajo, aunque sin stress, en un ámbito limpio, ordenado y modesto. A metros de allí, en dos estupendas salas, los bailarines toman su clase previa a la función, y Julio Bocca se acerca a mirar. Se apura, porque durante la función estará presente, como lo hace siempre, haciéndose responsable de tareas cotidianas (la supervisión de luces y sonido, por ejemplo) y de posibles imprevistos (tales como la decisión sobre quién reemplazará a un bailarín lesionado). Entretanto, se prepara un té en un vaso térmico y conversa distendido.
—Los argentinos pronto podrán ver a esta compañía sin necesidad de cruzar el Río de la Plata...
—Será el 8 de octubre en el Teatro Colón. Por ahora, se están viendo los contratos. Pero ya estoy preguntando cuándo se ponen a la venta las entradas, para empezar a difundir la función. A mí me gustaría tener listo todo ya, y a veces las cosas tardan.
—¿Cuál es tu visión de las nuevas generaciones?
—Hay gente que tiene hambre de querer más, pero no es algo tan generalizado como había en otra época. Justamente, tengo previsto reunirme con una chica que se dedica a algo nuevo para mí, que le dicen coaching, y que se hace en empresas para incentivar a los empleados. Quiero ver si incorporo eso al Ballet, porque siento que no puedo expresar o pedir las cosas para modificar algo que veo. Los bailarines del Sodre tienen mucho: dos salas excelentes, camarines propios a lo largo de todo el año, una programación maravillosa y un montón de público que nos apoya, pero a veces no se los ve felices; están como medio… “tranquilos”. ¿Viste cómo es la juventud? Está en su mundo más individual; consiguen algo y ta, ya está, tienen esa cosa tranqui.
—¿Esto es algo local o mundial?
—Por un lado, en los concursos a los que estoy yendo (en Nueva York, en China), ves talentos maravillosos que vienen de Holanda, Alemania, del Kirov, del Bolshói y también las nuevas generaciones de chinos: son jóvenes entre 10 y 14 años, maravillosos, que parecen gente grande, jamás hablan en la clase, están concentrados y tienen limpieza, calidad, presencia, y además frescura… ¿Estamos tan lejos de todo eso en esta zona, en este lado? Un poco sí.
—El Sodre es un ballet del Estado. La gente viene y llena todas las funciones. ¿Los políticos también asisten? ¿Pepe Mujica viene?
—Pepe vino a la primera temporada, y después viene cuando tiene ganas… Quizás ve un acto y después se va… Pero tiene su palco presidencial siempre disponible. El vicepresidente y el ministro de Educación y Cultura siempre vienen. A Pepe lo vi por última vez a fin de año pasado, cuando le llevamos de regalo un cuadro con todos los sponsors que logramos para el Ballet y toda la programación, así tiene en su oficina algo del Ballet Nacional y sabe todo lo que se ha hecho.
—¿Qué sentiste con la frase “Esta vieja es peor que el tuerto”?
—Yo no tengo nada que ver con eso. Estoy laburando en esto, encerrado y dándole siempre al ballet. No me voy a meter ahí.
—¿Votaste para las recientes elecciones en la Argentina?
—No voté porque no estaba inscripto en el padrón de acá. Hoy me fui a anotar, pero no llego a octubre sino para el año que viene… Hay algo para votar el año que viene ¿no? Igual no estoy muy metido en eso.
—¿Sabés quién es Massa?
—Sé que es el intendente de… (se queda pensando)
—Tigre…
—Ah, sí, je, je.
—¿Sabés que algunos lo mencionan como el próximo presidente?
—Mmmm… La verdad estoy metido en esto. La política nunca me interesó. Me interesa lo que yo sé: la danza, bailar, y ahora dirigir y tratar que la danza llegue a todos, ayudar a la cultura y llevarle un poco de alegría a la gente. Sí sé que trabajo para el Estado y lo que gano viene de los impuestos de la gente, por eso trato de organizar giras, que las entradas estén baratas, para que todo lo que da la gente le regrese a la gente.
—¿Cómo ves a Montevideo y a Buenos Aires?
—Cuando voy a Buenos Aires, aunque sea por un día, no sé cómo pueden vivir dentro de esa locura. Aunque tengo mucho trabajo y me quejo del tráfico de Montevideo, acá es todo más tranquilo. Vengo de mi casa, termino de trabajar y regreso a casa: cosas impagables. Acá se vive de otra forma, aunque hay una inseguridad que antes no había (sobre todo, robos y asesinatos), pero esto es algo lamentablemente mundial.
—¿Y qué opinás de las nuevas disposiciones sobre la marihuana en Uruguay?
—Si es para mejor… Hasta ahora, no se ha podido controlar el narcotráfico; me parece bien que prueben otra forma… Igual, como mi “droga” es el alcohol, no puedo hablar mucho. Pero tenemos que vivir en países con libertad para elegir, donde, si no molestás al que tenés al lado, puedas hacer lo que tengas ganas. Además, hay que pedirle al Estado que controle que lo que estás fumando o tomando sea del bueno, y que si tenés una adicción, te ayude a curarte.
—Si hacés un paneo por tu carrera, ¿cómo eras cuando ganaste el concurso en Moscú, cuándo reconocés tu esplendor como bailarín y cómo manejaste los tiempos para la profesión y el amor?
—El Julio Bocca de Moscú era un niño que tenía mucha hambre de querer bailar, de querer mostrarse, de disfrutar y de seguir creciendo. El florecimiento fue entre los 30 y los 36, 37 años, donde se juntaron una experiencia personal vivida muy rica y seguridad técnica y sobre el escenario. Hay una etapa de la carrera del bailarín en que es muy difícil poder estar en dos lados al mismo tiempo. Necesitás estar al 100% en tu carrera, pero como empezás muy joven, tenés tiempo después. Yo quería ser bailarín y me concentré en eso. Después te llega a la soledad y la necesidad de compartir todo lo logrado. Entonces, hay que frenar y darle el tiempo al amor y la vida personal. Yo me di ese tiempo, sobre todo ahora, estando en un lugar fijo y con amor.
*Desde Montevideo.