Es notorio el entusiasmo que tiene Israel Adrián Caetano con su reciente trabajo para la poderosa cadena HBO. A fines de mayo, HBO Latin America anunció el inicio del rodaje de la segunda temporada de Prófugos, que en su primer año fue rodada en una decena de locaciones distintas a lo largo de todo Chile y que incluyó hasta dos lanchas y un helicóptero de la Armada de ese país en uno de sus capítulos. Y Caetano fue uno de los elegidos para dirigir algunos de los nuevos capítulos de la serie. Es lógico ese entusiasmo: el cine de este uruguayo radicado hoy en Argentina tuvo siempre una marca autoral. La convocatoria del chileno Pablo Larraín, director de la elogiada No, reciente candidata al Oscar, llenó de orgullo a Caetano. Lo que en principio iban a ser cuatro capítulos se transformó en siete. Y Caetano fue afirmando su relación con la gente de la productora Fábula. “Llegué allá en un momento histórico para el cine chileno, con lo de la nominación de No. Están trabajando muy bien allá. Las cosas fueron muy claras, bien concretas. Al tiempito de haber cerrado las condiciones, ya estaba trabajando en Chile en la preproducción de los capítulos que tenía que dirigir, que fueron más. Espero que eso haya pasado por lo que generó mi trabajo y no simplemente por necesidades de producción. El trato era hacer una buena serie en un tiempo estipulado de antemano. Ese fue mi trabajo. Ahora veremos los resultados cuando la serie se estrene. Por desgracia, no pude estar en el montaje. La celeridad que requería el proyecto y la carga económica que suponía para la producción lo impidieron.
Igual, viendo el montaje de la temporada anterior, se notaba que tienen buena mano. Lo mismo con el sonido. Ya había trabajado con la gente de los estudios chilenos Filmosonido en Un oso rojo y Bolivia. Conozco algo del paño del cine chileno”, cuenta el director, que ahora trabaja en el montaje definitivo de su película documental sobre Néstor Kirchner, que se estrenará antes de fin año .
—¿Trabajar para una productora estadounidense es muy diferente que hacerlo para una argentina?
—En realidad, la producción estuvo en manos de Fábula, la misma que produjo No, la película de Larraín. Es la presentación de la serie lo que está a cargo de HBO. Ellos se hacen cargo de la presentación en la cadena y de la producción financiera. Más que comparar, puedo decir con mucho orgullo y asombro que fue mi primer trabajo audiovisual con una gran producción. Y lo bueno es que decidieron darme la misma libertad que tuve para hacer una miniserie como Tumberos o películas como Bolivia y Francia. Asumieron ese riesgo. Eso significó para mí un reencuentro precioso con mi labor. No siempre tenés un respaldo de la envergadura que tuve de parte de la productora chilena. Espero que en Fábula no se arrepientan de haberme dado esa libertad. El trabajo fue intenso, pero la pasé muy bien, más teniendo en cuenta el poco espacio que hay hoy para la ficción, si entendemos por ficción aquello que sale de una cabeza sin obligaciones ni condicionamientos. Yo ya no veo lugar para mi obra en estos pagos.
—¿Por qué?
—Hay una instancia en la que la TV argentina se ha puesto más banal que nunca. Nada es real ni tiene la profundidad que merece. Todo es veloz, urgente. No quedan intersticios para colar cosas diferentes. En la TV privada parece que vale todo para conseguir rating, incluso las fórmulas más retrógradas, las que hacen que las telenovelas colombianas parezcan clases de dramaturgia y las brasileñas, un ejemplo a seguir. No quiero que suene peyorativo, pero lo veo así. Tampoco sé muy bien a quién incluye Televisión por la inclusión, por ejemplo. Veo las mismas caras, los mismos autores de siempre. ¿Hablarán de la inclusión de los que antes trabajaban para los canales privados? Lo que hacen es reciclar la televisión existente en los espacios públicos. Mi experiencia con el canal Encuentro fue todo lo contrario de lo que esperaba. Y ellos esperaban de mí algo que no supe o no quise entregar para no perder mi identidad como realizador. No me gustaba la directiva de incoporar a toda costa finales esperanzadores subrayados con crayón. No hay una alternativa a la TV privada, sino una serie de canales con una estructura antigua que no aporta nada nuevo, sólo que con jefes distintos.
—Volviendo a “Prófugos”, ¿conocías a Larraín?
Tuve el placer de conocer a Pablo y a Juan de Dios Larraín con este trabajo. Y sólo tengo palabras de agradecimiento para ellos. Esta relación laboral terminó forjando una amistad circunstancial pero duradera, muy pronto las cosas dejaron de ser absolutamente formales. Fue un destino feliz, más si tenemos en cuenta mi admiración por la obra de Pablo, un pilar fundamental del cine chileno y también del latinoamericano en la actualidad. Fábula trasciende la producción de las películas de Pablo, asume riesgos enormes en función del incipiente crecimiento de la industria del cine chileno. Fue un placer poder compartir un trago, una cena, una charla de cine con ellos. No fue sólo una relación laboral. Le debo esto, y me alegra especialmente no olvidarme, al contacto que en su momento me sugirió un productor argentino, Hernán Musaluppi.
—¿Ves series de TV habitualmente?
—Debo confesar que vi pocas en mi vida: las que hice yo, la primera temporada de Prófugos y todas las temporadas de The Twilight Zone. Veré la segunda de Prófugos, obviamente. No miro muchas series porque no me interesa el arte en pastillas de hoy en día. Tampoco me interesa la comunicación en caracteres. Creo que pronto me pondré una quinta con vegetales y me dedicaré a mantenerla y a saludar a mis vecinos. Lo breve, si largo, inevitablemente breve.
—¿Te gusta más trabajar en TV o en cine?
—En Prófugos seguí la impronta que Pablo ya le había dado a la serie en la primera temporada. Pero sin copiar su estilo, algo que a esta altura de mi carrera no me saldría ni haciendo el mayor de los esfuerzos. Hablo de una impronta cinematográfica. Así como Tumberos la tuvo en su momento, esta serie la tiene. Prófugos fue para mí una experiencia más cinematográfica que televisiva. Si me dan a elegir, siempre votaré por el lenguaje cinematográfico, hoy desplazado por los mercenarios y despreciables formatos de internet. Algo similar ocurre en la literatura, que ha pasado a convertirse en apenas un montón de blogueros inútiles.