Teatro, cine, televisión; parece que en estos últimos años el “chico Cris Morena” se transformó en el actor Peter Lanzani. Sencillo y cordial, dialoga sobre su presente profesional, no rehúye preguntas sobre su pasado sentimental y proyecta un futuro plagado de desafíos interpretativos. Protagonizó dos temporadas de Un gallo para Esculapio y estrenó El Angel, de Luis Ortega en la pantalla grande.
Hizo más de diez funciones del espectáculo Matadero con dirección general y coreografías del francés Redha Benteifour. Propuesta a la que define como “teatro físico”, que tendrá una función gratuita el 22 de enero en el Auditorium de Mar del Plata. “Me conecté –recuerda– porque hace muchos años que conozco a mi compañero de elenco Germán Cabanas, ya que él hacía los vuelos técnicos de los espectáculos de Cris Morena, como Casi ángeles, incluso participaba. Somos amigos y le dije que quería incursionar en este tipo de teatralidad. Solo había hecho una participación en el show de Fuerza Bruta, pero quería ensayar y entrenar todos los días con vista a un espectáculo. Había visto obras de danza y salí llorando…El lenguaje del cuerpo no lo tengo explorado… aunque de chico bailaba en los programas de Cris… no es lo mismo. Nos juntamos con Germán y Tato Fernández (a cargo de la dirección de arte y diseño de luces). Tato es quien conoció primero a Redha y propuso a Germán, hace ocho años que trabajan juntos. Conectamos todos y empezamos con este proceso creativo en abril en Buenos Aires, lo seguimos en Francia (Niza y París) y regresamos con Redha para estrenar aquí”.
—¿Por qué el título de “Matadero”?
—A partir de los ensayos encontramos las posturas del torero y la muerte. Por momentos es una propuesta agresiva, como la vida misma. Así nació el nombre… Vale todo y hacemos todo. En el Metropolitan ya hicimos doce funciones, luego vinimos a Santos 4040, nos vamos a Mar del Plata e iremos el segundo, tercero y cuarto fin de semana de enero al teatro Acuario de Villa Carlos Paz. La idea es volver a Buenos Aires. También la hicimos en una plaza en París…buscamos que se pueda hacer en cualquier ámbito.
—¿Cómo será tu 2019?
—Estoy por cerrar un proyecto para televisión, pero es casi cine ya que será una miniserie, pero aún no firmé. Seguiremos con Matadero, la idea es emprender giras.
—¿Qué balances hacés de tus dos temporadas de “Un gallo para Esculapio”?
—Excelente. Conocí a unas personas extraordinarias en lo humano y profesional. El director –Bruno Stagnaro– me abrió las puertas del cine y encima en esta segunda temporada me permitió codirigir un capítulo. Fuimos una familia. Aprendí muchísimo con Bruno y con todos. Si leés los libros, ves el nivel que tiene y luego cómo lo lleva a la pantalla. No dudé cuando me hablaron de la segunda temporada. La primera fue de nueve capítulos y la segunda de seis, para hacerla bien prefirió filmar menos para no bajar el nivel, pero es un formato que también se usa.
—¿Te fuiste a Misiones para estudiar el acento de tu protagonista, Nelson?
—Me gusta buscar la perfección. Soy exigente, sabía que iba a trabajar con un gran director y viajé en ambas temporadas. Me sumó mucho y me dio nexo con el personaje.
—Estuviste en la película “El Angel”. ¿Sos consciente de que tus últimos personajes fueron muy violentos?
—Acepto los papeles cuando presiento un desafío. Más allá de los mensajes que se puedan dar. Los mundos más marginales no son muy explorados por mí como persona, pero me tientan como actor, porque los vivo como retos. A la gran mayoría de los buenos directores nacionales les gusta contar esos universos violentos, tal vez porque la gente se ve identificada, porque lo siente o porque lo rechaza.
—¿Fantaseaste con irte del país?
—Solo para estudiar. Me fascina y me encanta Argentina. Me gusta cómo trabajo y lo que hago, no creo que lo tendría en otro lugar. Sí iría para filmar a otra ciudad, pero me atan la familia y mis amigos. Tenemos un hermoso país, con playa, montañas, y la gente es excelente. En un momento pensé en irme a España para estudiar cine, pero empezaron a caerme propuestas y no lo hice.
—¿Te arrepentís de algo? ¿Algún trabajo?
—No. Hay actuaciones que me gustaron más o menos pero siento que aprendí de todo. Tal vez me arrepiento de ser tan exigente conmigo mismo y poner tan alta la vara. Eso hace que no pueda ir de viaje con mis amistades o que esté menos tiempo con mi familia. Pero por suerte sigo teniendo a mis amigos de la época del colegio, del club desde mis cuatro años y una familia unida. A veces te ponés corazas.
—¿Y la exposición a nivel sentimental? (Fue pareja de Lali Espósito y Martina Stoessel).
—Nunca me metí en ningún “bardo” con mis parejas. Estuve cuidado. Fui muy feliz con cada una de ellas: me hicieron siempre una mejor persona. Terminé bien con mis relaciones. Me molesta la exposición, pero sé que es el paquete que me toca. Quiero y me gusta actuar. No sueño ni soñé con ser famoso, y no lo recomiendo. Jamás me voy a acostumbrar, pero sé cómo manejarme y algunas cosas las sigo padeciendo. Estoy feliz, no me puedo quejar de nada.
—Naciste en una sociedad machista que está cambiando, ¿qué opinás?
—Me encanta. Solo que ahora me cuesta la relación porque no quiero herir sentimientos con alguna frase. Opto a veces por callarme. Ojalá que este proceso feminista llegue muy lejos y que sigamos cambiando. Es una cuestión de todos: hombres y mujeres. Siempre fui muy respetuoso, me manejo igual con hombres y con mujeres.
—¿Cómo vivís la realidad actual?
—Hay mucha información. Quisiera que dejáramos de ser una sociedad egocéntrica, pero creo que es un problema de los seres humanos. Son corazas y siempre estamos por encima del otro. Leo y veo comentarios y siento
que tiramos para atrás. No se piensa en el otro, buscan salvarse solos. No sé cuál es la solución. Creo que debe venir de más arriba, plantearlo y solucionarlo. No es el mejor momento, desde hace bastante, no es solo ahora. Me preocupan la inseguridad, la violencia y la falta de respeto. Siento que estamos muy divididos y así no llegaremos a ningún lado. Falta esa empatía, el escucharse… solo nos matamos.
Vivir en el Conurbano
Me pidieron que escribiera algo sobre cómo fue la experiencia de filmar en zonas marginales, y en realidad puedo decir que muchos de esos espacios y atmósferas fueron parte de mi niñez y adolescencia, sin saber siquiera por aquellos tiempos qué significaba la delincuencia. Pude ser un tipo feliz y con muchos valores creciendo y transitando esa parte de mi vida en el conurbano bonaerense. Un gallo para Esculapio intenta retratar y abordar esa profundidad en los personajes y sus vínculos, independientemente de cuál sea el medio de vida; obviamente, tratándose de una historia de piratas del asfalto es inevitable que dichos personajes no queden atravesados por su coyuntura y las consecuencias de la misma, pero en nuestra historia en particular tratamos de valorar la profundidad de cada uno de ellos y anclarlos en sus emociones.
A partir de diferentes investigaciones y recorrido por el ámbito delictivo pudimos descubrir mundos específicos que conviven en lo cotidiano de nuestras vidas y están más cerca de lo que suponemos.
Es ineludible poner el cuerpo, el profesionalismo, un plus humano de buena voluntad y predisposición como artistas y como un todo, en cuanto al equipo de trabajo en todas sus áreas, a la hora de filmar en escenarios reales, en horarios inusuales y en condiciones climatológicas y de total aspereza, como única manera para poder recrear con total verosimilitud las situaciones que demanda este tipo de proyectos.
En esta temporada, si bien es más corta, (6 capítulos), también sentimos que es más compacta y contundente, quizá con un tono un tanto más oscuro que en la anterior y con potencia condensada. Recorre varias atmósferas y diversos mundos con colores y matices bien marcados, tiene un anclaje en los vínculos de los personajes, y si bien su eje central pasa por la venganza, tiene puntos de giro interesantes que incluyen la participación especial de Juan Leyrado como El Coronel, un personaje fuerte que le presenta un mundo nuevo a Nelson, con un Yiyo tratando de afianzarse y hacer pie en un trono acéfalo que dejó la ausencia de Chelo Esculapio, con un Loquillo en la cárcel y las consecuencias que generó su decisión de entregarse, y con una participación protagónica de todos los personajes femeninos de la primera temporada, con Nancy a la cabeza como estandarte de la lucha para hacer justicia por su marido muerto.
Una segunda temporada contundente y sólida con la oportunidad de conocer un poco más a fondo, con respecto a la anterior temporada, la curva emocional de cada uno de sus personajes.
*Ariel Staltari. Actor y guionista de Un gallo para Esculapio.