ESPECTACULOS
cine

Los que aman, aman

Promediaba la mitad del rodaje de Los que aman, odian. Con el paso de los días, los personajes de la historia se habían habituado a las intensidades del Hotel del Mar y nosotros, actores y equipo, nos habíamos hecho a convivir con sus pasiones.

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Personal. El director y guionista cuenta cómo, a la hora de adaptar la célebre novela de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo, los detalles íntimos de la vida del equipo moldearon el rodaje. | alejandra lopez

Promediaba la mitad del rodaje de Los que aman, odian. Con el paso de los días, los personajes de la historia se habían habituado a las intensidades del Hotel del Mar y nosotros, actores y equipo, nos habíamos hecho a convivir con sus pasiones. Hasta que un viernes, al final de la tercera semana, sufrimos un golpe de realidad, el más duro, el más inesperado. El reloj se detuvo, cortó la respiración. Ese día todo se volvió extraño, porque el modo en que llegó la noticia fue ambiguo, cargado de silencios, de angustia contenida. Luisana ya estaba de viaje en medio de una pesadilla interminable. Recuerdo una reunión que se armó de urgencia, a metros del decorado, un viernes a la noche que se prolongó hasta tarde, en que comimos algo improvisado tratando de elucidar de qué modo debíamos detener todo y de qué modo seguir. Trabajé dos veces antes con Luisana, cuando la dirigí en En terapia, y en un episodio de Variaciones Walsh. Siempre pensé en ella para encarnar a Mary Fraga, una mujer dotada de una rara vitalidad sexual, de una belleza extrema con la que no es capaz de lidiar, ni tampoco con los efectos que genera en los otros, adelantada a su época. Luisana se entusiasmó con encarnar a Mary, desafío que la obligaba a una fuerte apuesta actoral. De a poco el proyecto se fue poniendo en marcha con las vicisitudes que atraviesa un proyecto de cine, siempre luchando por sobrevivir y sortear obstáculos insalvables. Mientras todo se gestaba y ella iba y venía de Canadá, nos juntábamos regularmente a conversar mientras alimentábamos el deseo de contar esa historia alejada en el tiempo pero tan vigente. Las pasiones son siempre explosivas, hoy como entonces. Durante el trayecto y las postergaciones del proyecto, ella se embarazó por segunda vez, tuvo a Elias, fue y vino de Vancouver, se modificó como mujer y como actriz. Mientras tanto seguíamos hablando psicóticamente de esta historia para retenerla a fuerza de convocarla.

Cuando Noah se enfermó, el rodaje entró en un período convulsionado y espasmódico. Se desmoronó el plan de filmación, con el equipo nos sostuvimos moralmente como pudimos, inventando buenas noticias para paliar la tristeza. El rodaje llegó a su primer final a fines de noviembre. Viajamos a la playa, filmamos las escenas en que Mary no estaba y extrañamos doblemente su risa estruendosa, su magnífica megalomanía. Pasamos el verano en silencio, llamándonos por teléfono de vez en cuando. Para sentir que la película seguía existiendo, me puse a editar un relato lleno de agujeros casi iguales a los que teníamos dentro. El 31 de diciembre intercambié un mensaje escueto con Luisana invocando que el cambio de año cambiara el destino mientras, con mi mujer a punto de parir, mirábamos los fuegos artificiales por la ventana.

El destino tardó en cambiar, pero un día cambió. Cinco meses después de un largo tratamiento, el niño estuvo fuera de peligro y Luisana llegó a Buenos Aires para reemprender el rodaje. La vi resplandeciente, enérgica, distinta, muy distinta, como quien regresa de un viaje que lo ha cambiado todo. Una tarde de abril, en pleno otoño, ella, Guillermo y yo empezamos a ensayar las escenas pendientes. Los miembros del equipo que estaban en otros proyectos volvieron e iluminaron el nuevo comienzo con amor infinito. El azar es curioso, debíamos sumergirnos de nuevo en esa historia, esos personajes, en esas pasiones, volver a los años 40, a la playa lejana, al hotel enclenque entre las dunas, pero no éramos los mismos. Los que aman, odian habla de un encuentro que reaviva la patología de un vínculo terminado. Esta vez sucedía lo contrario. El reencuentro nos impulsó a sobrevolar el relato con ojos nuevos y esa segunda entrada provocó una inevitable relectura. Cada experiencia en cine implica una inmersión única, siempre se juega algo inesperado en el aquí y ahora del set, tan cambiante y tormentoso. Seis meses más tarde, allí estábamos de nuevo abriendo las puertas de la historia con la misma energía, pero de un modo distinto. Nunca pude dejar de ver tras el vestuario y el peinado que esa mujer que había regresado de un viaje existencial ya no era la misma, en la profundidad de sus ojos estaba inscripta su historia y eso, en la ejecución actoral, se trasluce en acto. Habíamos salido ilesos de un naufragio y de a poco empezamos a disfrutar el juego de la ficción de un modo más intenso y audaz. Viajamos de nuevo a la playa, y allí el clima se volvió metáfora: aunque dio su bendición y respetó las continuidades, también se ocupó de recordarnos en todo momento que había llegado el final. Con la última toma, un diluvio extraordinario unió el cielo y el mar y nos despidió de la historia. Mi hija Nina ya había nacido.

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*Guionista y director de televisión y cine.