Martina Gusmán en muy poco tiempo se ha convertido en un rostro, en una actriz (también productora, madre, estudiante, esposa de Pablo Trapero, el director de cine) que representa cierta idea de cine. ¿Cómo explicar si no su participación en Cannes como miembro del jurado de la competencia oficial este año? (compartiendo la mesa con Robert de Niro, Jude Law, Uma Thurman y una lista de “te dejo boquiabierto” bastante grande). De hecho, su participación en el segundo film de Santiago Palavecino, La vida nueva, sólo viene a confirmar un lugar en movimiento, pero suyo, que parece ir cooptando cada vez más diferentes lugares en el cine argentino. Ahí están sus participaciones catódicas en Para vestir santos y Lo que que el tiempo nos dejó para confirmar, paradójicamente, que su rostro es una de las nuevas y más poderosas cosas que le pasó al cine nacional.
—¿Cómo fue el trabajo en “La vida nueva”?
—Era mi primera experiencia en cine con otro director que no sea Pablo (que la dirigió en Carancho y Leonera). Era abrirme a un universo diferente. Y con Pablo, con una mirada ya sé qué quiere y qué no. Santiago es divino, creativo, atento, contenedor y se superabrió a lo que yo podía aportar. Eso sí, tuve que estudiar piano para construir ese universo de mi personaje. Y al mismo tiempo, la relación con los actores fue distinta con cada uno: Germán (Palacios), con una trayectoria gigante; Alan (Pauls), que viene del palo de la literatura; Ailín (Salas), que es rechiquita e implica otra metodología; toda esa variedad aportaba sensibilidades diferentes, que creaban y mostraban que Santiago genera un clima, un aire onírico, de ensoñación, de cuento.
—Igual siempre tus personajes están tristes...
—¿Son tristes, no? Me llaman para eso, ¿por qué? ¿Me ven cara triste? Acá, Laura, mi personaje, es un poco más luminoso y eso que la película habla de la tristeza. Es la primera película donde me sacan las ojeras en lugar de marcármelas más. ¡Ojeras! ¡Sangre! ¡Basta! Ojo, igual es muy difícil hacer buena comedia. Pero me gustaría probar. Igual a mí hay algo de ese tipo de universos, que tratan un desarrollo social, que me gusta encarnar. Quiero provocar reflexiones, sensaciones, iluminar ciertas historias.
—Dentro de poco empieza el rodaje del nuevo film de Trapero, ¿va por ese lado?
—Se llama Villa y es una reflexión sobre el mundo de la fe y la política en el contexto de una villa. Son dos curas villeros (uno es Ricardo Darín) y una asistente social, que sería yo. Estuve entrevistando a asistentes sociales pero este personaje es el menos alejado a mí; digo, yo a los 14 años militaba en una villa, iba a comedores. Me es un mundo más conocido, que palpé en algún momento. Volver fue raro. Estoy más grande. Ahora soy mamá. Son otras sensibilidades. Me parece que está bien que estemos intentando salir del cliché; como Carancho, usando el género.
—Igual, ahora se viene tu debut en teatro comercial también.
—Sí, en una obra de Manuel González Gil, que se llama Extraños en un tren (que es una adaptación de una película de Hitchcock, con Gabriel Goity y Pompeyo Audivert). Me da miedo ya que es lo opuesto al cine: es el aquí y ahora, la energía ahí, única. Aparte yo entré por el teatro, mi papá es profesor de teatro y esa inmediatez me da ganas. En el teatro Güemes de Mar del Plata.
—¿Te imaginás ahí, en plumas, un día, haciendo revista?
—No, nunca haría lo que no sé cómo se hace. Creo me caería, no podría caminar con los tacos, no me da el cuerpo. No, no, no.